SALUDO INICIAL
1.
¡Os saludo con cariño, jóvenes de Madrid y de España! Muchos
de vosotros habéis venido de lejos, desde todas las diócesis y
regiones del País. Estoy profundamente emocionado por vuestra
calurosa y cordial acogida. Os confieso que deseaba mucho este
encuentro con vosotros.
Os
saludo y os repito las mismas palabras que dirigí a los jóvenes
en el estadio Santiago Bernabéu, durante mi primera visita a España,
hace ya más de veinte años: “Vosotros sois la
esperanza de la Iglesia y de la sociedad (...) Sigo
creyendo en los jóvenes, en vosotros” (3 noviembre 1982, n. 1).
Os
abrazo con gran afecto, y junto con vosotros saludo también a los
Obispos, sacerdotes y demás colaboradores pastorales que os
acompañan en vuestro camino de fe.
Agradezco
la presencia de Sus Altezas Reales, el Príncipe de Asturias y los
Duques de Palma, así como de las Autoridades del Gobierno español.
Quiero
agradecer también las amables palabras de bienvenida que, en
nombre de todos los presentes, me han dirigido Mons. Braulio Rodríguez,
Presidente de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar y los jóvenes
Margarita y José. Saludo también a Mons. Manuel Estepa,
Arzobispo Castrense, y a las Autoridades Militares que nos acogen
en esta Base Aérea.
2.
Queridos jóvenes, en vuestra existencia ha de brillar la
gracia de Dios, la misma que resplandeció en María, la
llena de gracia.
Con
gran acierto habéis querido en esta vigilia meditar los misterios
del Rosario llevando a la práctica la antigua máxima espiritual:
"A Jesús por María". Ciertamente, en el Rosario aprendemos
de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y
a experimentar la profundidad de su amor. Al comenzar esta oración,
por lo tanto, dirijamos la mirada a la Madre del Señor, y pidámosle
que nos guíe hasta su Hijo Jesús:
“Reina
del cielo, ¡alégrate!
Porque Aquél, a quien mereciste llevar en tu seno,
¡ha resucitado! ¡Aleluya!”.
DISCURSO
1.
Conducidos de la mano de la Virgen María y acompañados por el
ejemplo y la intercesión de los nuevos Santos, hemos recorrido en
la oración diversos momentos de la vida de Jesús.
El
Rosario, en efecto, en su sencillez y profundidad, es un verdadero
compendio del Evangelio y conduce al corazón
mismo del mensaje cristiano: “Tanto amó Dios al mundo que dió
a su Hijo único, para que todo el que crea en El no perezca, sino
que tenga vida eterna” (Jn 3,16).
María,
además de ser la Madre cercana, discreta y comprensiva, es la
mejor Maestra para llegar al conocimiento de la verdad a través
de la contemplación. El drama de la cultura actual es la
falta de interioridad, la ausencia de contemplación. Sin
interioridad la cultura carece de entrañas, es como un cuerpo que
no ha encontrado todavía su alma. ¿De qué es capaz la humanidad
sin interioridad? Lamentablemente, conocemos muy bien la
respuesta. Cuando falta el espíritu contemplativo no se
defiende la vida y se degenera todo lo humano. Sin
interioridad el hombre moderno pone en peligro su misma
integridad.
2.
Queridos jóvenes, os invito a formar parte de la “Escuela de la
Virgen María”. Ella es modelo insuperable de contemplación y
ejemplo admirable de interioridad fecunda, gozosa y enriquecedora.
Ella os enseñará a no separar nunca la acción de la
contemplación, así contribuiréis mejor a hacer
realidad un gran sueño: el nacimiento de la nueva Europa del espíritu.
Una Europa fiel a sus raíces cristianas, no
encerrada en sí misma sino abierta al diálogo y a la colaboración
con los demás pueblos de la tierra; una Europa consciente de
estar llamada a ser faro de civilización y
estímulo
de progreso para el mundo, decidida a aunar sus esfuerzos
y su creatividad al servicio de la paz y de la solidaridad entre
los pueblos.
3.
Amados jóvenes, sabéis bien cuánto me preocupa la paz en el
mundo. La espiral de la violencia, el terrorismo y la guerra
provoca, todavía en nuestros días, odio y muerte. La paz - lo
sabemos - es ante todo un don de lo Alto que debemos pedir
con insistencia y que, además, debemos construir entre
todos mediante una profunda conversión interior. Por eso, hoy
quiero comprometeros a ser operadores y artífices de paz.
Responded a la violencia ciega y al odio inhumano con el poder
fascinante del amor. Venced la enemistad con la fuerza del
perdón. Manteneos lejos de toda forma de nacionalismo
exasperado, de racismo y de intolerancia. Testimoniad con vuestra
vida que las ideas no se imponen, sino que se proponen.
¡Nunca os dejéis desalentar por el mal! Para ello necesitáis la
ayuda de la oración y el consuelo que brota de una amistad íntima
con Cristo. Sólo así, viviendo la experiencia del amor de Dios e
irradiando la fraternidad evangélica, podréis ser los
constructores de un mundo mejor, auténticos hombres y mujeres pacíficos
y pacificadores.
4.
Mañana tendré la dicha de proclamar cinco nuevos santos, hijos e
hijas de esta noble Nación y de esta Iglesia. Ellos “fueron jóvenes
como vosotros, llenos de energía, ilusión y ganas de vivir. El
encuentro con Cristo transformó sus vidas (...) Por eso, fueron
capaces de arrastrar a otros jóvenes, amigos suyos, y de crear
obras de oración, evangelización y caridad que aún perduran”
(Mensaje
de los Obispos españoles con ocasión del viaje del Santo Padre,
4).
Queridos
jóvenes, ¡id con confianza al encuentro de Jesús! y, como los
nuevos santos, ¡no tengáis miedo de hablar de Él!
pues Cristo es la respuesta verdadera a todas las preguntas sobre
el hombre y su destino. Es preciso que vosotros jóvenes os
convirtáis en apóstoles de vuestros coetáneos.
Sé muy bien que esto no es fácil. Muchas veces tendréis la
tentación de decir como el profeta Jeremías: “¡Ah, Señor!
Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho” (Jr 1,6). No os
desaniméis, porque no estáis solos: el Señor nunca dejará de
acompañaros, con su gracia y el don de su Espíritu.
5.
Esta presencia fiel del Señor os hace capaces de asumir el
compromiso de la nueva evangelización, a la que todos los hijos
de la Iglesia están llamados. Es una tarea de todos. En ella los
laicos tienen un papel protagonista, especialmente los
matrimonios y las familias cristianas; sin embargo, la
evangelización requiere hoy con urgencia sacerdotes y personas
consagradas. Ésta es la razón por la que deseo decir a cada uno
de vosotros, jóvenes: si sientes la llamada de Dios que te dice:
“¡Sígueme!” (Mc 2,14; Lc 5,27), no la acalles. Sé generoso,
responde como María ofreciendo a Dios el sí gozoso de tu persona
y de tu vida.
Os
doy mi testimonio: yo fui ordenado sacerdote cuando tenía 26 años.
Desde entonces han pasado 56. Al volver la mirada atrás y
recordar estos años de mi vida, os puedo asegurar que vale
la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él,
consagrarse al servicio del hombre. ¡Merece la pena dar la vida
por el Evangelio y por los hermanos!
6.
Al concluir mis palabras quiero invocar a María, la estrella
luminosa que anuncia el despuntar del Sol que nace de lo Alto,
Jesucristo:
¡Dios
te salve, María, llena de gracia!
Esta
noche te pido por los jóvenes de España, jóvenes
llenos de sueños y esperanzas.
Ellos son los centinelas del mañana,
el pueblo de las bienaventuranzas; son la esperanza
viva de la Iglesia y del Papa.
Santa
María, Madre de los jóvenes, intercede para que sean testigos
de Cristo Resucitado, apóstoles
humildes y valientes del tercer milenio, haraldos
generosos del Evangelio.
Santa
María, Virgen Inmaculada, reza con
nosotros, reza por
nosotros. Amén.
(
De las páginas de la Oficina de Información de la Conferencia
Episcopal Española)
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