Número: 48

Para: Mi abuelo

Asunto: La excomunión y la confesión

 

Me he quedado de piedra al leer lo de la excomunión. Se lo dije a mi amigo y también se sorprendió. Creo que tenemos muy poca formación religiosa. Somos cristianos, católicos, y no conocemos lo fundamental. Se supone que amamos a Cristo y, si cuando se ama a una persona se desea conocerla bien, saber sus gustos, sus preocupaciones y sus deseos, lo más natural es que le conozcamos mejor, sus actos, sus palabras, y lo que quiere de nosotros. Deberíamos leer las Escrituras para formarnos bien, o mejor aún, se nos deberían explicar con claridad y rigor para que se hagan más perceptibles, no como ahora. Quizá, al igual que tenemos que estudiar para un título universitario, deberíamos estudiar las Escrituras y todo lo relacionado con nuestra fe, conocer el rito de la misa, los sacramentos, etc., para ser auténticos católicos.

 

Sé que la confesión es un Sacramento. El sacerdote perdona tus pecados, te pone una penitencia y ya está. Creo que es muy difícil cometer un pecado mortal porque hay que saber que se está cometiendo y saber que está prohibido por Dios.

 

Yo me confieso muy de tarde en tarde, no tengo pecados mortales, solamente pequeñas faltas que son las normales a mi edad y en la sociedad en que vivimos.

 

Me han dado las notas. Aprobé todo, saqué una media de notable.

 

Te quiere tu nieto.

 

De: Tu abuelo

Enviado el: 8 de julio

Número: 49

Para: Mi nieto

Asunto: Re: La excomunión y la confesión

 

¡Enhorabuena! ¡Cuánto me alegro de que hayas pasado el curso y sacado esa nota media!

 

No me extraña que te quedaras de piedra al saber que hay pecados que merecen la excomunión. La excomunión automática (latae sententiae), "de modo que incurre ipso facto en ella quien comete el delito", se produce cuando se cometen delitos muy graves: apostasía, herejía o cisma. (Canon 1364); la violación directa del sacramento de la confesión por un sacerdote (Canon 1388); el procurar o participar en un aborto o la cooperación necesaria para que un aborto se lleve a cabo. (CIC 2272, Ley Canónica 1398).

 

Los pecados veniales no rompen la comunión con Dios, no privan de la gracia santificante, de la amistad con Dios, de la caridad, ni por lo tanto, de la bienaventuranza eterna. Quien comete pecado venial merece penas temporales.

 

Los pecados graves quitan la gracia (la vida de Dios en el alma). El pecado mortal, si no es borrado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Dios y la muerte eterna del infierno. Para que un pecado sea mortal se requieren tres condiciones:

1.      Violar uno de los mandamientos en materia grave

2.      Plena advertencia.

3.      Perfecto consentimiento.

 

El sacramento de la penitencia, también llamado la confesión, es un sacramento  instituido por Cristo para perdonar los pecados y recibir la absolución sacramental.

 

Dices que te confiesas de tarde en tarde, deberías hacerlo con más frecuencia, es muy conveniente, pues el confesor, además de representar a Jesucristo y perdonar tus faltas y la condena inherente, es consejero y director espiritual. Está de moda ir al psicólogo o al psiquiatra para resolver problemas espirituales. El confesor es el mejor psicólogo y psiquiatra para el alma.

 

Recuerdo el catecismo del Padre Astete, lo estudiábamos en la escuela, cuando yo era pequeño. Lo sabíamos de memoria, lo recitábamos cantando. Aún hoy, después de tantos años, no olvidé muchas de sus partes. Los niños estudian ahora de otra forma, quizá sea mejor, pero he observado que no tienen los conocimientos religiosos que teníamos los de mi época.

 

Me acuerdo de algunas cosas de ese catecismo sobre la confesión. Decía que el Sacramento de la penitencia es para perdonar los pecados cometidos después del bautismo, veniales y mortales; que pecado mortal es decir, hacer, pensar o desear algo contra la ley de Dios en materia grave y que mata el alma del que lo hace.

 

Lo que tampoco se me ha olvidado y lo recuerdo cada vez que confieso, son los requisitos para confesarse bien y quitar el pecado mortal, que son cinco: examen de conciencia, contrición de corazón, propósito de la enmienda, confesión de boca y satisfacción de obra. El examen de conciencia es repasar mentalmente lo que se ha hecho que esté en contra de la Ley de Dios, de los mandamientos de la Iglesia y cualquier acción u omisión que no sea correcta. La contrición de corazón puede ser perfecta o imperfecta. La contrición perfecta es el dolor por haber ofendido a Dios, nace del amor. La imperfecta, llamada atrición, es un pesar por temor del infierno, o por haber perdido la gloria, nace del temor. Propósito de enmienda es la firme resolución de nunca jamás ofender a Dios gravemente. Confesión de boca es decir los pecados al confesor sin omitirlos y sin enmascararlos. Satisfacción de obra es cumplir la penitencia impuesta por el confesor y tener la intención de no volver a pecar.

 

Si se confiesa sin cumplir los requisitos necesarios para la obtención del perdón, por ejemplo si se miente o no se está arrepentido u otra razón, se comete un sacrilegio.

 

Antes de que Cristo iniciara su vida pública y diera a los apóstoles la facultad de perdonar los pecados, también se confesaban los pecados, así se lee en Mt 3.6: “Y además de confesar sus pecados, se hacían bautizar por Juan en el río Jordán”. Y en Mc 1.5: “Toda la provincia de Judea y el pueblo de Jerusalén acudían a Juan para confesar sus pecados y ser bautizados por él en el río Jordán”. También en el Antiguo Testamento se recoge este hecho.

 

Hay personas que opinan que no tienen que confesarse con un sacerdote porque es un hombre como los demás. No es así. Jesús dejó a sus apóstoles el poder de perdonar los pecados. El camino de la reconciliación pasa por la Iglesia. Lo expresó Cristo en las palabras a Pedro: “A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos, y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”. (Mat. 16, 19).

 

Esta misma autoridad de «atar» y «desatar» la recibieron después todos los apóstoles (Mt. 18, 18). Las palabras «atar» y «desatar» significan que si excluyen a alguien de la comunión, queda excluido y a quien reciben de nuevo en la comunión, será también acogido por Dios. El mismo día de la Resurrección, Jesucristo se apareció a los apóstoles y les dijo: “Así como el Padre me envió a Mí, así Yo os envío”. Dicho esto sopló sobre ellos. “Recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonéis los pecados les serán perdonados, y a quienes no se los perdonéis, les quedarán sin perdonar”. (Jn. 20, 22-23).

 

Para mayor información, lee el Capítulo Segundo, Artículo 4º de la Segunda Parte del Catecismo de la Iglesia Católica. Números 1422 al 1498.

 

Para refrescarte la memoria, los mandamientos de la Ley de Dios son:

1)      Amarás a Dios sobre todas las cosas.

2)      No jurarás el nombre de Dios en vano.

3)      Santificarás las fiestas.

4)      Honrarás a tu padre y a tu madre.

5)      No matarás.

6)      No cometerás actos impuros.

7)      No robarás.

8)      No mentirás.

9)      No consentirás pensamientos ni deseos impuros.

10)    No desearás los bienes ajenos.

 

Moisés (aprox.1250 a. c.) recibió directamente de manos de Yahvé, “escritas con su dedo”, una lista de órdenes o mandamientos que los israelitas debían cumplir: los Diez Mandamientos, o decálogo.

 

Los diez mandamientos se resumen en dos: Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. En Mateo 22,37-40 leemos las siguientes palabras de Jesús:Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se sostiene toda la ley y los Profetas”.

 

Es lógico que estos dos mandatos comprendan todos los demás, pues si se ama a Dios no se comete mal alguno y si se ama al prójimo se practica la caridad. ¡Qué mundo tan hermoso haríamos si todos cumpliéramos estos mandamientos!

 

Los mandamientos de la Iglesia son para una vida moral referida a la vida litúrgica y que se alimenta de ella. El carácter obligatorio de estas leyes positivas promulgadas por la autoridad eclesiástica tiene por fin garantizar a los fieles el mínimo indispensable en el espíritu de oración y en el esfuerzo moral, en el crecimiento del amor de Dios y del prójimo. Los mandamientos de la Santa Madre Iglesia son cinco:

El primero, oír Misa entera todos los domingos y fiestas de precepto.

El segundo, confesar los pecados mortales al menos una vez al año, en peligro de  muerte y si se ha de comulgar.

El tercero, comulgar al menos por Pascua de Resurrección.

El cuarto, ayunar y no comer carne cuando lo mande la Santa Madre Iglesia.

El quinto, ayudar a la Iglesia en sus necesidades.

 

Dios es infinitamente bueno y misericordioso y no dejará que se condenen sus hijos. Jesucristo, en el Evangelio, se refiere al perdón y al amor de Dios, como la búsqueda de la oveja perdida, el ruego al Padre por los que le han sido encomendados, la acogida del hijo pródigo, y otros muchos pasajes reflejan la magnanimidad y la clemencia de Dios.

 

Tienes toda la razón al decir que los católicos necesitamos más formación.

 

Esas pequeñas faltas, que piensas son normales a tu edad y que son admitidas por la sociedad en que vivimos, no son pequeñas e insignificantes. Una playa se forma de granos de arena, una mala costumbre crea vicio y se transforma en una forma de ser que destruye los principios morales. La sociedad admite muchos malos hábitos y malas formas de proceder. No todo lo legal es lo moral, ni todo lo admitido por la sociedad como normal es lo correcto.

 

Tú, querido nieto, vive siempre siendo recto, intachable en tu conducta, y mantén sentimientos nobles y generosos.

 

En tu mensaje no me has dicho si continúas interesado en los asuntos de tu tío. Confío en que hayas entrado en razón y que no sigues por ese camino. Tienes una gran imaginación y pienso que creas historias que no son reales.

 

Muchos besos, tu abuelo 





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