Manual oficial de la Legión de María

Continuación



- 28 - ADMINISTRACIÓN DE LA LEGIÓN

1. Normas para todos los consejos
1. La administración de la Legión, tanto local como central, está a cargo de sus diversos consejos. Estos, cada cual dentro de su propia esfera de jurisdicción, tienen como obligación:
- asegurar la unidad;
- preservar los ideales primitivos de la Legión de María,
- guardar intacto el espíritu de la misma, sus reglas y prácticas,
tal como se hallan en el Manual Oficial de la Legión;
- y, finalmente, extender la organización.
En todas partes la Legión valdrá lo que valgan estos consejos.
2. Todos los consejos tendrán juntas con frecuencia y con regularidad: como norma general, por lo menos cada mes.
3. Las preces, el orden y la disposición de las juntas de los consejos serán igual que lo prescrito para la junta del praesidium; con estas variantes: a) la duración de las juntas de los consejos no tendrán límite determinado; b) no es obligatoria la lectura de las Ordenanzas Fijas; c) la colecta secreta no será obligatoria.
4. Es deber fundamental de cualquier consejo subordinado someterse lealmente al consejo superior inmediato.
5. Ningún praesidium o consejo será instituido sin el permiso expreso del consejo superior inmediato o del Concilium Legionis, ni sin contar con la aprobación de la competente autoridad eclesiástica.
6. Las constituciones de la Legión reservan al obispo de la diócesis y al Concilium Legionis el mismo derecho a disolver cualquier praesidium o curia ya existentes; éstos, una vez disueltos, dejan inmediatamente de ser parte de la Legión de María.
7. Cada consejo tendrá como director espiritual a un sacerdote, que será nombrado por la competente autoridad eclesiástica, y ocupará el cargo según el beneplácito de ésta. Tendrá la última palabra en todo lo relativo a las cuestiones religiosas y morales suscitadas en las reuniones del Consejo y derecho a veto para poder obtener de la autoridad que le nombró el fallo definitivo.
El director espiritual pertenecerá al equipo de oficiales del consejo correspondiente, y deberá apoyar toda autoridad legionaria legítimamente constituida.
8. Cada consejo tendrá también un presidente, vicepresidente, secretario, tesorero o cuantos otros cargos apruebe como necesarios al consejo superior inmediato. Serán elegidos para servir durante un periodo de tiempo de tres años y pueden ser reelegidos para los mismos cargos correspondientes para un período posterior de tres años, lo que hace un total de seis años. Un legionario cuyo plazo de ocupación del cargo haya expirado no debe continuar cumpliendo las funciones de dicho cargo. Cuando un oficial, por cualquier raz6n, no llegue a completar un primer periodo de tres años, se considerará como que ha cumplido un período de servicio de tres años en la fecha en la que causó baja en el cargo. Durante el plazo no expirado puede ser elegido para ocupar el mismo cargo durante otro periodo de tres anos, que se considerará como un segundo periodo. Si un oficial no completara en su totalidad los tres años del segundo período se considerará como que ha servido durante un período de seis años en la fecha en la que causó baja en el cargo.
Habiendo completado un segundo período en el cargo, deben pasar tres años antes de que un legionario pueda ser elegido para el mismo cargo en el mismo consejo. Este intervalo no se requiere si se trata de otro cargo en el mismo consejo o cualquier otro cargo en otro consejo.
Todo oficial de un consejo debe ser miembro activo de un praesidium y estará sujeto al reglamento establecido.
9. La elevación de rango de un consejo -por ejemplo, de curia a comitium, etc.- no afectará a los períodos de cargo de los oficiales actuales.
10. Los oficiales de un consejo serán elegidos por los miembros del mismo consejo. Todo legionario puede ser elegido para dichos cargos. Si el elegido no hubiera sido antes miembro del consejo, lo será ex officio. Todas las elecciones de oficiales estarán sujetas a ratificación por parte del consejo superior inmediato, pero, entretanto, las personas elegidas pueden desempeñar las funciones de sus cargos.
11. Las fechas de aceptación de las candidaturas y de la elección se comunicarán a los miembros -si es posible- en la junta precedente a la junta de la elección. Es deseable que a los nombrados se les ponga al corriente de las responsabilidades del cargo.
12. Es lícito hacer comentarios sobre la aptitud de los candidatos, aunque con la natural prudencia. También está permitido que los oficiales de un consejo, si están todos de acuerdo en las buenas cualidades de un candidato, declaren que lo recomiendan como tal para el equipo de oficiales. Pero esta recomendación no tiene que impedir la presentación de otros candidatos ni la elección en su forma íntegra.
13. La elección se hará por votación secreta. La manera de proceder será como sigue:
Para cada cargo habrá una elección por separado, y en orden descendente. Cada nombre presentado ha de ser formalmente propuesto y secundado. Si no se propone más que un candidato, es evidente que ya no se necesita votación. Si son propuestos y secundados debidamente dos o más nombres, se procederá a la elección. Se entregará a todos los presentes -que sean miembros del consejo con derecho a votar, también a los directores espirituales una papeleta para la votación. Téngase muy en cuenta que sólo tienen derecho a votar los miembros del consejo. Escritas las papeletas, se plegarán cuidadosamente y las recogerán los escrutadores. No debe aparecer en la papeleta el nombre del votante.
Si sale un candidato con mayoría absoluta de votos -es decir, con un número mayor que el de todos los demás candidatos juntos-, será declarado electo. Si nadie ha obtenido mayoría absoluta, se leerán en voz alta los resultados de la votación, y se hará de nuevo la elección entre los mismos candidatos que antes; si en esta segunda votación tampoco saliera alguien con mayoría absoluta, elimínese el candidato que tenga menos votos, y hágase otra votación entre los restantes; y, si tampoco en el tercer escrutinio sale una mayoría absoluta, vuélvase a eliminar al que tenga el número menor de votos, y así en cada votación sucesiva, hasta obtener una mayoría absoluta.
No porque se trate de elegir a dirigentes para una organización espiritual se pueden hacer las elecciones con descuido; la elección debe hacerse según las normas señaladas, respetando el carácter secreto del voto individual.
Es necesario que se incluya en las actas de la reunión un informe completo de las elecciones, detallando los nombres de quienes los proponen y quienes los secundan, y el número de votos recibidos por cada candidato (cuando exista más de un candidato) y que dichas elecciones se sometan al consejo inmediato superior para estudiar su correspondiente ratificación.
14. Los representantes de un praesidium o de un consejo en el consejo superior inmediato serán los oficiales de áquel.
15. La experiencia ha demostrado que el nombramiento de corresponsales es la forma más efectiva que tiene un consejo superior para desarrollar sus funciones de superintendencia con sus consejos afiliados distantes. El corresponsal se mantiene en contacto regular con el consejo, y, con las actas recibidas mensualmente, prepara un informe que presentará en la reunión del consejo superior cuando le sea requerido. Asiste a las reuniones del consejo superior y toma parte en los procedimientos, pero, si no es miembro de dicho consejo superior, no tiene derecho a voto.
16. Con autorización del consejo, también otras personas -sean o no socios de la Legión- podrán asistir a las juntas de dicho consejo en calidad de invitados, pero no tendrán derecho a voto, y deberán guardar secreto sobre lo tratado en la junta.
17. Por el nombre de consejo se entienden: la curia, el comitium, la regia, el senatus y el Concilium Legionis; y cualquier otro consejo que la Constitución crea oportuno establecer.
18. Estos nombres latinos de los distintos consejos concuerdan bastante bien con las varias atribuciones de los mismos.
En la Legión, María es la Reina. Ella es quien convoca a sus fuerzas legionarias para las batallas del Señor, Ella misma en persona es quien las dirige, las inspira y las acaudilla, hasta que consigan la victoria. Después de la Reina viene naturalmente su consejo supremo -el Concilium-, que trata de representarla de modo visible y de compartir con Ella la dirección general de todos los, demás consejos subordinados de la Legión.
Estos consejos inferiores tendrán tanto más de cuerpos representativos cuanto más reducida sea su esfera de jurisdicción; pues, cuanto más extenso es el territorio que abarca un consejo central, tanto mayor será la dificultad de conseguir que asistan todos los miembros a las juntas regulares del mismo. Así que los términos curia, comitium, regia y senatus están bien aplicados a los territorios respectivos, y ponen bien de relieve el carácter distintivo y la posición relativa de cada uno de estos cuerpos de administración.
19. Un consejo superior podrá combinar con sus funciones propias las de un consejo inferior. Un senatus, por ejemplo, puede funcionar también como curia, y en la práctica así lo hace, invariablemente. Esta combinación de funciones pude ser ventajosa, y quizá hasta necesaria, por las siguientes razones:
a) siendo comúnmente las mismas personas las encargadas de la administración del consejo superior e inferior, una sola junta podría hacer las veces de dos;
b) y lo que importa más: como un consejo superior suele tener sus componentes muy extendidos y distantes, probablemente no podrán asistir a las juntas con la regularidad debida, y, en consecuencia, quedarán solo unos cuantos legionarios celosos para despachar un cúmulo de negocios; y eso conduce inevitablemente a muchas negligencias y al abandono, ocasionando serio perjuicio a la Legión.
La fusión de atribuciones del consejo superior e inferior hará que la asistencia a las juntas sea nutrida y constante, y que los socios, además de cumplir con sus deberes en el consejo inferior, se interesen y se inicien en el trabajo del consejo superior; y esto les llevará a ofrecer y prestar en éste sus servicios para los importantísimos oficios de inspección, extensión y correspondencia.
Se dirá en contra, tal vez, que semejante proceder equivale a entregar la dirección de una dilatada zona en manos de un consejo que no pasa de ser local, y que mejor sería hacer funcionar e! consejo superior por separado, contentándose, por ejemplo, con cuatro juntas al año, para poder contar así con representación plena, o casi plena. Esta objeción -que parece mirar por los intereses de una administración representativa- no corresponde a la realidad de las cosas; durante los largos intervalos entre junta y junta, el consejo superior se vería forzado a dejar la tramitación de sus asuntos sólo en manos de sus oficiales, y los demás miembros de! consejo no harían de administradores más que de. nombre y pronto perderían conciencia de su responsabilidad, y dejarían de tener verdadero interés en la obra.
Es más: un cuerpo administrativo que se reuniera tan pocas veces, se parecería más bien a un congreso que a un consejo. No poseería las cualidades para gobernar, empezando por la principal: el sentido de continuidad y el familiarizarse muy de cerca con la administración y sus problemas.
20. Todo legionario tiene derecho a comunicarse privadamente con su curia o con cualquier consejo superior de la Legión. Y este consejo, al tratar asuntos así comunicados, obrará con prudencia, y sin suplantar al consejo inferior en sus deberes y derechos. Se podrá objetar que salir así de las vías normales, de comunicación con los consejos superiores -es decir, mediante el cuerpo inmediato (praesidium o consejo)- sería un acto de deslealtad. No es así: es un hecho que a veces, por distintas razones, los oficiales se abstienen de comunicar a los consejos superiores asuntos que deberían comunicar; y, si no hubiera abiertas otras vías de información, los consejos superiores se verían privados de datos que necesitan. Para funcionar como es debido, cada consejo tiene el derecho de saber lo que realmente está pasando dentro del campo confiado a su cuidado, y este derecho esencial hay que protegerlo.
21. A cada cuerpo legionario incumbe el deber de ayudar económicamente al consejo superior inmediato. En relación a esto véanse las secciones sobre fondos y la colecta secreta (capítulos 34 y 35).
22. La, esencia misma del consejo legionario es la franca y libre discusión de sus asuntos y problemas. No es meramente un cuerpo de vigilancia, ni sólo de orientaciones y decisiones, sino una escuela para los oficiales. Pero ¿cómo pueden estos formarse si no hay discusión, si no se aclaran bien los principios legionarios, los ideales, etc.? Y esta discusión tiene que ser patrimonio de todos. De ninguna manera puede permitirse que una curia u otro consejo se parezca a un teatro, en el que, una pequeña minoría haga una representación delante de un auditorio callado. La curia funciona plenamente cuando todos sus miembros contribuyen a ella. Cada miembro es como una célula del cerebro. Si esas células dejan de funcionar en gran proporción, ese cerebro es un peligro para el hombre que lo posee. Ahora bien, si un miembro de la curia no toma parte activa dentro de ella, no trabaja; si sólo escucha, tal vez reciba algo de la curia, pero él no le aporta nada. Y bien puede ser que salga de las reuniones con las manos vacías, en virtud de una ley psicológica, según la cual la falta de actividad embota la capacidad de actuar. El miembro habitualmente callado de la curia se parece a esa célula inerte en el cerebro -o en otro órgano del cuerpo humano- que retiene algo que debería dar, que traiciona su propia misión, y que es potencialmente un peligro para la persona. Triste sería que alguien se convierta en ese peligro para el cuerpo legionario, al que con tantas ansias desea servir. Allí donde la actividad es una necesidad vital, la pasividad es como una degeneración, y la degeneración tiende a contagiarse.
Así pues como norma, ningún socio ha de ser pasivo: tiene que aportar su contribución plena a la vida del cuerpo no solamente estando presente y escuchando, sino hablando. Suena ridículo, pero lo decimos en serio: Cada socio debería contribuir por lo menos con una observación cada año. Algunas personas son tan vergonzosas, que todo en ellas se revela contra la idea de hablar; pero tienen que vencer esa repugnancia, y, para conseguirlo, han de poner en juego algo de esa valentía que pide la Legión en todas las circunstancias.
A lo anteriormente dicho se responderá que sería imposible que todos hablaran en el tiempo disponible, y, sin duda, a veces así sucede. Pero, cuando se presente tal problema, ya se procurará resolverlo. De ordinario el problema es el opuesto -la falta de participación-, pues toman parte activa sólo los acostumbrados a hablar en público. A veces, la elocuencia de unos pocos disfraza el silencio de la mayoría, creando la engañosa impresión de que los asuntos han quedado suficientemente tratados. Con mucha frecuencia, un presidente hablador corta a todos los demás; es muy de temer ese efecto silenciador de una sola voz cantante. Y, en ocasiones el mismo presidente se excusa diciendo que, si no hablará él reinaría un silencio sepulcral. Tal vez sea verdad, pero no le ha de arredrar un momento de silencio. Ese silencio sería la más elocuente invitación a que los miembros inyecten nueva vida a la curia mediante las transfusiones de sus voces; sería para los más tímidos una garantía de que les ha llegado su momento, ahora que no van a impedir que hablen otros si dicen algo ellos.
El presidente tiene que adoptar como norma fija el no decir ni una palabra superflua. Y desde ese punto de vista debería examinar su manera de llevar la junta.
23. A fin de ayudar a la reunión, no se hable en tono retador, ni se haga una pregunta sin añadir algo que ayude a la contestación, ni se ponga una objeción-sin procurar resolverla. Adoptar una actitud negativa se diferencia muy poco de ese silencio que anula la vida.
24. Ganar por la persuasión, no vencer a fuerza de votos: he aquí la nota dominante de toda buena junta legionaria. Las decisiones forzadas contribuirán fácilmente a formar partidos -la mayoría vencedora y la minoría vencida- enfrentados por el resentimiento, y aferrado .cada cual a su propio parecer. Por el contrario, aquellas decisiones que son fruto de la paciente investigación y de la libre confrontación de ideas, serán bien acogidas por todos, y con tal espíritu, que el que pierda ganará en méritos, y el vencedor, humilde con el triunfo, no los perderá.
Así, pues, cuando aparezcan diferencias de opinión, los de la mayoría a favor de un parecer -aunque sea mayoría absoluta- no se precipiten, tengan suma paciencia: porque podrían estar equivocados; y sería lástima que, siendo ellos los más, dieran un paso en falso. A ser posible, difiérase la decisión hasta la junta pr6xima -y aun más tarde-, para examinar las cosas con mayor madurez y: conocimiento de causa; y, entretanto, entérense los socios de la cuestión bajo todos sus aspectos, y aprendan a recurrir a la oración en busca de luz. Lo esencial es que sepan los miembros que no se trata solamente de hacer prevalecer una opinión, sino de averiguar humildemente la voluntad de Dios, imbuidos de esta convicción, los socios no tardarán, por lo general, en ponerse: perfectamente de acuerdo.
25. Si en el praesidium -donde ocurren tan pocas ocasiones de chocar entre sí los distintos pareceres-, es preciso estar bien alerta para que no sufran los intereses de la buena armonía, en los consejos hay que andar con mucha más cautela; porque allí:
a) Los miembros están menos habituados a trabajar juntos,
b) Las diferencias de opinión son muchas, siendo precisamente el coordinarlas uno de los principales fines de los consejos. Nuevos, proyectos, los esfuerzos por elevar las normas de actuación a más alto nivel espiritual, cuestiones de disciplina en general, deficiencias que hay que subsanar..., todo ello tiende necesariamente a crear divergencias de opinión, y a desarrollar el germen de la discordia entre los socios.
c) Donde los miembros sean numerosos, muy fácilmente llegan a destacarse ciertas personas, que, con ser buenos apóstoles, son de temperamento llamativo, “original”. Los tales ejercen una influencia perniciosísima, pues sus cualidades brillantes les atraen simpatizantes, y entre unos y otros crean un ambiente de disputa que todo lo desazona. Y, al fin, un consejo que debía de dar a los, organismos inferiores ejemplo de hermandad y acierto en el manejo de los asuntos, viene a ser el escándalo de todos los legionarios. Es un corazón que bombea acidez en la circulación de la Legión.
d) Sucede frecuentemente que algunos, llevados de un falso celo, tienden a meterse contra algún consejo vecino o superior, acusándole de que se extralimita en el ejercicio de sus poderes, o de que no se comporta debidamente. ¡Y qué fácil es dar cuerpo a una acusación, y conseguir que la confirmen los demás!
e) “Nunca se reúnen los hombres en gran número sin que la pasión, el amor propio, la soberbia y la incredulidad, más o menos en estado latente en cada corazón individual, estallen y lleguen a ser elemento destructivo de su unión. Aun cuando hay fe en el conjunto del pueblo, aun cuando se congregan hombres religiosos para fines religiosos, en llegando a asociarse, no tardan en mostrar a las claras la flaqueza innata del hombre: en su espíritu y en su conducta, en su hablar y en su obrar están muy lejos de la verdadera sencillez y rectitud cristianas. Esto es lo que quieren significar los escritores sagrados por la palabra mundo, y esta es la razón por la que nos ponen en alerta contra él. Y la definición que dan del mundo abarca, en diversos grados, a toda reunión y colectividad humana, de las clases altas y bajas, de carácter nacional y profesional, seglar y eclesiástico” (Cardenal Newman, En el mundo).
Palabras chocantes, sin duda, pero son de un gran pensador. San Gregorio Nacianceno viene a decir lo mismo en otros términos. Lo que a primera vista parece una afirmación rara, analizándolo, se reduce simplemente a lo siguiente: mundo es toda falta de caridad; en nosotros la caridad es floja; y no percibimos esta escasez de amor por nuestras relaciones habituales, a causa de los fuertes lazos del parentesco, la intimidad y la amistad -grupos limitados de personas; pero, cuando los hombres se asocian en mayor número, y empiezan a brotar críticas y desavenencias, queda patente la flaqueza de nuestra caridad, que nos acarrea funestas consecuencias. Dice San Bernardo: “Dios y la caridad son una sola cosa. Allí donde no reina la caridad, dominan las pasiones y apetitos del hombre de pecado. La antorcha de la fe, si no se enciende con el fuego de la candad, se apagará antes de que lleguemos a la felicidad eterna... No hay virtud auténtica sin caridad”.
De poco les aprovechará a los legionarios leer esas líneas y luego, confiados, jurar que entre ellos “no habrá tales cosas”. Sí, puede haberlas, y las habrá, si en sus juntas se falta contra la caridad y se deja enfriar el espíritu sobrenatural.
Hay que estar siempre en guardia. Cuentan las historias que la Legión romana jamás dejaba pasar una sola noche ni en las marchas más forzadas- sin asentar firmemente su campamento, atrincherándolo y fortificándolo con todo empeño y esmero. Y esto, aunque no debieran acampar más que una noche en un lugar, anque el enemigo estuviese lejos, aun en tiempo de paz. Esmérese, pues, la Legión de María, imitando tan férrea disciplina, en proteger sus campamentos -que son sus juntas- contra toda posibilidad de ataque por parte de ese espíritu siniestro del mundo, cerrando la puerta a toda palabra y actitud hostil a la caridad, y saturando las juntas de espíritu religioso y de generosa entrega en el servicio de la Legión.
“No menos que la naturaleza, tiene la gracia sus sentimientos y afectos. Tiene ella su amor, su celo, sus esperanzas, sus gozos y sus tristezas. Ahora bien, tales sentimientos de la gracia se hallaron siempre en toda su plenitud en nuestra Señora, que vivió mucho más de la gracia que de la naturaleza. Por mejor decir, la inmensa mayoría de los fieles se hallan más en estado de gracia que en la vida de la gracia. De manera muy distinta, la Virgen santa estuvo siempre en gracia, y, lo que es más, en la vida de la gracia, y en la misma perfección de esa vida de la gracia; y eso, por todo el tiempo de su vida en la tierra” (Gibieuf, La Virgen paciente al pie de la Cruz).

2. La curia y el comitium
1. Cuando en una ciudad, pueblo o distrito se hayan fundado dos o más praesidia, se procederá a la formación de una directiva llamada curia. La curia la forman todos los dirigentes de los varios praesidia establecidos en su territorio, incluso los directores, espirituales.
2. Donde fuere preciso conceder a una curia, además de los poderes ordinarios, otros de supervisión sobre una o varias curiae, esta curia superior se llamará con el nombre específico de comitium.
El comitium no es un consejo nuevo. Sigue obrando como curia con relación a su propio territorio, gobernando directamente a sus praesidia, y, además, ejerce vigilancia sobre una o más curiae.
Cada curia o praesidium directamente relacionado con el comitium tendrá derecho de representación plena en él.
Para ahorrar a los representantes de una curia el tener que asistir todas las juntas del comitium -las cuales, añadidas a las de la propia curia, resultarían un compromiso excesivo-, puede permitirse que se traten cada dos o tres juntas los asuntos pertenecientes a esta curia, exigiendo solo entonces la asistencia de los representantes de la dicha curia.
Normalmente, el comitium no rebasará los límites de una diócesis.
3. El director espiritual será nombrado por el Ordinario de la diócesis donde funcione la curia o el comitium.
4. La curia ejercerá autoridad sobre sus praesidia con arreglo al Manual de la Legión. Nombrará los cargos de dichos praesidia -menos el de director espiritual -, y estará al tanto de la fecha del término de los mismos.
En cuanto al modo de hacer el nombramiento de los cargos, véase el párrafo 11 del capítulo 14 que trata del praesidium.
5. La curia velará por la puntual observancia del reglamento por parte de los praesidia y de sus miembros.
Entre las actividades importantes de la curia se contarán las siguientes:
a) supervisar a los oficiales y formarles en el desempeño de sus deberes propios y en el modo de dirigir al praesidium;
b) recibir informes de los praesidia, al menos una vez al año;
c) intercambiar experiencias;
d) estudiar obras nuevas;
e) ajustar las obras a elevadas normas de perfección;
f) procurar que cada legionario cumpla su cometido a satisfacción;
g) extender la Legión, y animar a los praesidia a que alisten para la misma socios auxiliares, y, una vez alistados, a que los organicen y cuiden.
Una vez cubiertos los cargos de la curia, la Legión le exige, sobre todo a sus dirigentes, un alto grado de valor moral, para poder cumplir sus obligaciones dignamente.
6. La suerte de la .Legión está en manos de sus curiae; su porvenir depende del desarrollo de éstas; y su misma existencia será precaria en cualquier localidad hasta fundar en ella la curia.
7. Los legionarios menores de 18 años no pueden pertenecer a la curía de adultos; pero, si ésta lo cree oportuno, podrá erigir otra curia juvenil dependiente de ella.
8. Es absolutamente esencial que los oficiales de la curia -y en especial el presidente- estén siempre dispuestos a recibir a sus legionarios, para dialogar sobre dificultades y proyectos o cualquier otra materia que no se crea oportuno tratar en una discusión pública.
9. Es muy de desear que los oficiales -sobre todo el presidente- puedan dedicar bastante tiempo al desempeño de sus cargos, pues de ellos depende tanto el fruto de la obra.
10. Cuando de una sola curia depende gran número de praesidia, habrá, naturalmente, muchos representantes, y a veces podrán .surgir dificultades para celebrar las reuniones y para el buen funcionamiento legionario; así y todo, la Legión estima que tales dificultades resultarán abundantemente compensadas con ventajas de otro orden. La Legión espera que sus curiae sean algo más que meros mecanismos administrativos: quiere que sean como la cabeza y el corazón del grupo de praesidia que integran cada una. La curia es el centro de unidad para los praesidia representados, y, cuanto más numerosos sean los representantes -es decir, cuanto más numerosos sean los lazos que unen a la curia con el praesidium- más fuerte será esta unidad, y, por consiguiente, tanto más fácil les será a dichos praesidia conocer y vivir el espíritu y las normas de la Legión. La junta de la curia es el único lugar donde podrán discutirse debidamente las cosas pertenecientes a la esencia de la Legión, y de ella han de manar las enseñanzas auténticas, para ser luego transmitidas a los praesidia, en bien de los socios particulares.
11. La curia hará que se pase visita oficial a cada praesidium periódicamente -a ser posible dos veces al año-, con el doble fin de animarlo y de ver si todo va según las normas. Importante: no hay que hacer estas visitas para censurar y criticar -eso acabaría por hacerlas odiosas, y las sugerencias de los visitadores no serían bien recibidas-, sino con espíritu de humildad y caridad; sepan los visitantes que en cualquier praesidium podrán aprender de él tanto o más de lo que van a enseñarle.
El praesidium deberá recibir aviso de la visita con ocho días de anticipación por lo menos.
A veces se oyen quejas contra estas visitas, juzgándolas como intromisiones de fuera. Semejante actitud no concuerda con el respeto debido a la Legión, de la cual los praesidia no son más que destacamentos, y deberían ser destacamentos leales. ¿Dirá acaso la mano a la cabeza: no me haces falta? Eso sería, además, una ingratitud: pues, ¿a qué deben los praesidia su misma existencia, sino a esas intromisiones? Y los que así hablan suelen ser del todo inconsecuentes: acogen con sumo agrado cualquier cosa proveniente de la autoridad central cuando les halaga; pero se niegan a la enseñanza de una experiencia común: en toda organización -religiosa, civil o militar- el reconocimiento espontáneo, comprensivo y práctico del principio de centralización es esencial para salvaguardar su buen espíritu y su funcionamiento. La visita regular a los centros de una organización es parte importantísima en la aplicación de este principio, y no hay autoridad eficiente que la descuide.
Aun prescindiendo de su necesidad para el bienestar del praesidium, estas visitas forman parte del reglamento, y por eso todos los praesidia deberán insistir en que la curia las haga; y por supuesto, han de acoger a los visitantes cordialmente.
Con ocasión de estas visitas se examinarán las listas de los socios, los libros de tesorería y secretaría, la cartilla de trabajo y demás objetos del praesidium, con el fin de juzgar si están según las normas, y para cerciorarse de que hayan hecho la promesa legionaria a su tiempo todas las personas aptas.
Esta visita la deberían hacer dos representantes de la curia. No es necesario que sean exclusivamente oficiales de la curia; puede encargársele a cualquier legionario experimentado. Los que han realizado la visita presentarán luego a los oficiales de la curia un informe sobre el resultado de su visita. Se puede pedir al Concilium un ejemplar de estos informes.
No hay que airear en seguida los defectos hallados en el praesidium, ni en éste ni en la curia; discútanse primero con el director espiritual y con el presidente del praesidium; si con esto no se logra poner remedio, propóngase a la curia.
12. La Curia guarda con sus miembros - más o menos - la misma relación que el praesidium con los suyos. Y cuanto se diga en estas páginas sobre la asistencia y conducta de los legionarios en las juntas del praesidium vale igualmente para los representantes de los praesidia en las juntas de la curia. Ya pueden ser celosos los oficiales de los praesidia en otras cosas, que si no son fieles en asistir a las juntas de su Curia, poco les aprovechará.
13. La Curia se reunirá en el tiempo y lugar que determine ella misma, con aprobación del consejo superior inmediato. A ser posible, la curia se reunirá por lo menos cada mes. Véase las razones de esta frecuencia en este capítulo, sección 1, párrafo 19.
14. El secretario de la Curia - consultando con el presidente- redactará previamente un programa de las cuestiones que se han de tratar en la próxima junta, distribuyendo este programa entre todos los directores espirituales y presidentes de los distintos praesidia representados en la curia, antes de que dichos praesidia celebren su junta anterior a la de la Curia. Al presidente de cada praesidium corresponde avisar a los demás representantes.
El mencionado programa será a: modo de guión, y se concederá a los socios la más amplia libertad para exponer otros puntos.
15. La Curia velará con sumo cuidado para no permitir que los praesidia se dejen llevar del deseo de dar ayuda económica, pues eso mataría el fruto legionario de toda obra apostólica. La inspección periódica de los libros de cuentas ayudará a la curia a percibir en sus comienzos cualquier desviación de esta regla.
16. El presidente -y esto vale para todos los dirigentes- tiene que estar alerta para no cometer una falta por desgracia demasiado común: la de asumir la responsabilidad exclusiva aun de los detalles más mínimos. Eso acarrearía el entorpecimiento de la organización, y, en centros populosos y de mucho trabajo, hasta una paralización completa. Cuanto más estrecho es el cuello de la botella, más lento saldrá su contenido, hasta que, a veces, en su impaciencia, la gente rompe el cuello.
Pero más serio aun es privar de responsabilidad a quienes son capaces de asumirla; es cometer una injusticia contra ellos y contra la Legión. El ejercicio de alguna responsabilidad -por mínima que sea- es factor decisivo en el desarrollo progresivo de las cualidades de cada persona. La conciencia de la propia responsabilidad puede transformar simple arena en oro puro.
Por lo tanto, ni el secretario se ha de limitar al trabajo de secretario, ni el tesorero al cuidado de las cuentas. Todos los oficiales y los legionarios veteranos, y cuantos den indicios de buenas prendas para el futuro, deberían tener campo donde explayar su iniciativa y asumir el mando en cosas de las que salgan ellos responsables, aunque subordinados a la autoridad superior. Todo ello con miras a imbuir profundamente en cada legionario la conciencia de su deber para con el bienestar y desarrollo de la Legión, como medio poderoso de ayudar a las almas.
“Todas las obras de Dios están cimentadas sobre la unidad, porque el fundamento de todas ellas es Él mismo, la más pura y trascendente de todas las unidades posibles. Dios es el Uno por antonomasia; pero, siendo al mismo tiempo multiforme en sus atributos y actos -según nuestro entender-, se deduce que el orden y la armonía pertenecen a su misma esencia” (Cardenal Newman, El orden como testigo e instrumento de la unidad. Esta cita y las tres siguientes forman, en el original un solo párrafo).

3. La regia
l. Se llamará regia a un consejo designado por el Concilium para ejercer su autoridad sobre la Legión de María en una extensa región cuyo rango estará próximo al de un Senatus. El Concilium decidirá si una regia se afiliará directamente al Concilium o a un Senatus.
2. Cuando a un consejo ya existente se le ha conferido el rango de regia, este consejo continuará ejerciendo sus funciones originales además de sus nuevas responsabilidades (ver sección 1ª, párrafo 19 de este capítulo: Administración de la Legión).
Los miembros de la regia serán: a) los oficiales de cada cuerpo legionario directamente afiliados a la regia, y b) los miembros del consejo al que se le ha conferido el rango de regia, cuando sea éste el caso.
3. El director espiritual de una regia será designado por los obispos de las diócesis en la que la regia tenga jurisdicción.
4. La elección de oficiales de consejos directamente afiliados está sujeta a ratificación por parte de la regia. Estos oficiales tienen el deber de asistir a las reuniones de la regia, a menos que las circunstancias (por ejemplo la distancia, etc.) se lo impidan.
5. La experiencia ha demostrado que el designar corresponsales es la forma más efectiva que tiene la regia de cumplir con sus funciones de superintendencia para con sus consejos afiliados más distantes. El corresponsal se mantiene en contacto permanente con el consejo, y, con las actas que recibe mensualmente, prepara un informe para presentarlo en la reunión de la regia cuando le sea requerido. Asiste a las reuniones de la regia y participa en las gestiones, pero, si no es miembro de la regia, no tiene derecho a voto.
6. Una copia de las actas de las reuniones de la regia ha de enviarse al consejo al que está directamente afiliado.
7. Cualquier cambio que se proponga para la composición de la regia, que afecte de forma significativa al núcleo de los asistentes a la reunión, requerirá una sanción oficial por parte del Concilium, siempre que la regia esté afiliada directamente al Concilium o Senatus.
8. En la antigua Roma, la regia era la residencia y despacho del Pontífice Máximo; más tarde representaba a una capital del reino o a la corte de un Rey.
“Ser múltiple y distinto en sus atributos, y ser, no obstante, solo uno; ser la Santidad, la Justicia, la Verdad, el Amor, el Poder, la Sabiduría; ser a la vez todos estos atributos tan plenamente como si no se fuese más que uno solo de ellos y los demás no existiesen, indica en la divina naturaleza un orden infinitamente soberano e inaccesible a nuestra razón; y este orden es un atributo en Dios tan maravilloso como cualquier otro: es el resultado de todos ellos” (Cardenal Newman, El orden como testigo e instrumento de la unidad).

4. El senatus
1. El consejo designado por el Concilium para ejercer su autoridad sobre la Legión de María en un país se llamará senatus. Debe estar afiliado directamente al Concilium.
En países donde, por su extensión o por otras razones, no fuera conveniente un solo senatus, puede aprobarse la constitución de dos o más senatus, cada uno de los cuales dependerá directamente del Concilium, y ejercerá la autoridad sobre la Legión en la zona asignada al mismo por el Concilium.
2. Cuando la categoría de senatus haya sido conferida a un Consejo existente, éste continuará ejerciendo sus funciones originales además de sus nuevas responsabilidades (ver sección 1, párrafo 19, de este capítulo sobre Gobierno de la Legión).
La calidad de miembro del senatus la tendrán: a) los oficiales de cada cuerpo legionario directamente afiliado al senatus, y b) los miembros del consejo al que le ha sido concedida la categoría de senatus, cuando éste sea el caso.
3. El director espiritual de un senatus será designado por los obispos de las diócesis en las que el senatus tiene jurisdicción.
4. Las elecciones de oficiales de consejos directamente afiliados están sujetas a ratificación por parte del senatus. Estos oficiales tienen el deber de asistir a las reuniones del senatus, a menos que determinadas circunstancias (por ejemplo, la distancia, etc.) les impida hacerlo.
5. La experiencia ha demostrado que la designación de corresponsales es la forma más efectiva que tiene el senatus para desarrollar las funciones de superintendencia de aquellos consejos que se encuentran distantes. El corresponsal se mantiene en contacto regular con el consejo, y, con las actas que recibe mensualmente, prepara un informe que presentará en la reunión del senatus cuando le sea requerido. Asiste a las reuniones del senatus y toma parte en los temas que se traten, pero, a menos que sea miembro del senatus, no tiene derecho a voto.
6. Una copia de las actas de las reuniones del senatus deberá enviarse al Concilium.
7. Cualquier cambio que se proponga en la composici6n del senatus que pudiera afectar de manera significativa la asistencia a la reuni6n, requeriría una sanci6n formal por parte del Concilium.
“Dios es la Ley infinita lo mismo que el infinito Poder, Sabiduría y Amor. La idea misma de orden implica la de subordinación. Si existe el orden entre los divinos atributos, éstos tienen que tener relaciones mutuas, y cada cual, aunque perfectísimo en sí, tiene que obrar de tal manera que no perjudique la perfección de los demás; y en ciertas coyunturas, nos parecerá como que cede a ellos” (Cardenal Newman, El orden como testigo e instrumento de la unidad).

5. El Concilium Legionis Mariae
1. Habrá un consejo central que se llamará Concilium Legionis Mariae, en el que recaerá la suprema autoridad de gobierno de la Legi6n. A él, y sólo a él, sujeto siempre a los derechos de la Autoridad Eclesiástica como se especifica en estas páginas, le competerá establecer, alterar o interpelar las reglas; establecer o rechazar los praesidia y consejos subordinados, donde quiera que se encuentren; determinar la política de la Legi6n en todos sus puntos, fallar sobre todas las disputas y apelaciones, resolver todas las preguntas de sus miembros, y todo lo referente a la posibilidad de emprender obras o el modo de llevarlas a cabo.
2. El Concilium Legionis Mariae se reúne mensualmente en Dublín, Irlanda.
3. El Concilium puede delegar parte de sus funciones a los consejos subordinados o a praesidia particulares, y puede, en cualquier momento, alterar la concesión de los poderes delegados.
4. El Concilium está facultado para combinar las funciones de uno o más consejos con las suyas propias.
5. El Concilium Legionis Mariae estará compuesto por los oficiales de cada cuerpo legionario que esté directamente afiliado al Concilium. Los oficiales de las antiguas Curiae de la ciudad de Dublín forman el núcleo de asistentes a las reuniones del Concilium. Debido a la distancia, etc., no es posible la asistencia con regularidad por parte de la gran mayoría de otros cuerpos legionarios. El Concilium se reserva el derecho de variar la representación de las Curiae de Dublín.
6. El director espiritual del Concilium será nombrado por la Jerarquía de Irlanda.
7. La elección de miembros de consejos directamente afiliados estará sujeta a ratificación por parte del Concilium.
8. El Concilium designará corresponsales para cumplir las funciones de superintendencia de sus consejos distantes.
El corresponsal se mantendrá en contacto regular con el consejo, con las actas recibidas mensualmente, preparará un informe que presentará en la reunión del Concilium y tomará parte en los temas que se traten, pero, a menos que sea miembro del Concilium, no tendrá derecho a voto.
9. Los representantes del Concilium, debidamente autorizados, pueden entrar en cualquier demarcación legionaria; visitar los cuerpos legionarios que se encuentren en ella, trabajar en su promoción, y, por lo general, ejercer las funciones propias del Concilium.
10. Sólo al Concilium Legionis Mariae le corresponderá el derecho de modificar el Manual, pero en fidelidad a la Constitución y a las reglas de la Legión.
No pueden efectuarse cambios en las reglas sin el consentimiento de la mayoría de los cuerpos legionarios. A estos últimos, a través de sus consejos correspondientes, se les notificará cualquier cambio de regla propuesto, y se les dará tiempo suficiente para exponer sus puntos de vista al respecto. Los puntos de vista se expresarán a través de sus representantes presentes en la reunión del Concilium, o por escrito.
"El Poder de Dios es ciertamente infinito, pero, aun así, está subordinado a su Sabiduría y Justicia; también es infinita su Justicia, pero ésta, a su vez, está subordinada a su Amor; y el mismo Amor, aunque infinito, está subordinado a su incomunicable Santidad. Hay tal concierto entre atributo y atributo, que jamás se da lugar a choque: cada uno es supremo en su propia esfera. Y, así, una infinidad de infinitos, cada uno obrando según su propio modo de ser, se combinan armoniosamente en la Unidad infinitamente simple de Dios” (Cardenal Newman, El orden como testigo e instrumento de la unidad).

 

 

- 29 - LEALTAD LEGIONARIA
Organizar significa hacer de muchos uno. Desde el simple miembro, subiendo por los diversos grados de autoridad, hasta la suprema en la Legión, tiene que dominar el principio de la mutua cohesión: cuanto más se aparte uno de este principio, tanto más se alejará del principio de vida.
En una organización voluntaria, la fuerza cohesiva es la lealtad: lealtad del socio hacia el praesidium, del praesidium hacia su curia, y así, ascendiendo a través de los diferentes grados de la autoridad, hasta el Concilium, y a las autoridades eclesiásticas en todo lugar. El verdadero espíritu de lealtad inspirará al legionario, y al praesidium, y al consejo, profundo horror a toda actuación independiente. En casos dudosos, en trances difíciles, y al tratar de obras u orientaciones nuevas, se recurrirá obligatoriamente a la autoridad competente, en busca de luz y aprobación.
Fruto de la lealtad es la obediencia, y la obediencia se prueba aceptando con prontitud y buen ánimo situaciones y decisiones desagradables; y aceptándolas con alegría. Obediencia tan pronta, y tan de corazón, siempre cuesta; a veces raya en el heroísmo, hasta en el mismo martirio: tanta es la oposición que la obediencia impone muchas veces a nuestras propias inclinaciones. San Ignacio de Loyola la pondera así “Aquellos que, por un generoso esfuerzo, se resuelven a obedecer, ganan grandes méritos, pues la obediencia entraña un sacrificio parecido al martirio”. Esta es la heroica y dulce sumisión que la Legión exige a sus socios ante toda autoridad legítima, sea cual fuere.
La Legión es un ejército -el ejército de la Virgen humildísima y como tal, es preciso que muestre en su actuación, día a día, lo que tanto nos enseñan los ejércitos de la tierra: heroísmo y sacrificio hasta la inmolación suprema. También a los legionarios de María se les pedirán grandes sacrificios, y continuamente. No estarán llamados, tal vez, como los soldados de este mundo, a ver destrozados sus cuerpos por las heridas y la muerte: han de subir gloriosamente más alto todavía, a las regiones del espíritu, y estar prontos a ofrecer sus sentimientos, su propio parecer, su independencia, su orgullo y su voluntad, a los golpes de la contradicción, y a la misma muerte -lo cual supone una sumisión, total- , cuando lo exija la autoridad.
Dice Tennyson: “Siendo, como es, la obediencia el alma de todo gobierno, desobedecer es asestarle un golpe fatal”. Pero el hilo de la vida legionaria se rompe con menos aún que con la simple transgresión voluntaria; para aislar los praesidia y los consejos de la gran corriente vital de la Legión, basta que sus respectivos oficiales descuiden sus deberes de asistir a las juntas o de mantener correspondencia con las autoridades legionarias. También es destructora la actuación de aquellos oficiales y socios que, cuando asisten a las juntas, lo hacen de modo que tienden a crear la desunión, por cualquier motivo que sea.
“Jesús obedeció a su Madre. Habéis visto como todo lo que nos narran los evangelistas de la vida oculta de Cristo en Nazaret, con María y José, se resume en estas palabras: Vivía sujeto a ellos y progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 51-52). ¿Acaso se descubre aquí alguna cosa incompatible con su divinidad? No por cierto. El Verbo se hizo carne; descendió hasta tomar una naturaleza semejante en todo a la nuestra, menos en el pecado; vino - según sus propias palabras- no a que le sirvieran, sino a servir (Mt 20,28); a ser obediente hasta la muerte (Flp 2,8), Y por eso quiso obedecer a su Madre. En Nazaret obedeció a María y a José, los dos seres más privilegiados que Dios le deparó en esta vida. Hasta cierto punto María participa de la autoridad del Eterno Padre sobre la humanidad de su Hijo. Jesús pudo decir de Ella lo que dijo de su Padre celestial: Hago siempre lo que le agrada (Jn 8,29)” (Marmión, Cristo, vida del alma).
 


- 30 - ACTOS PÚBLICOS
Cada curia tiene la obligación de reunir periódicamente a sus miembros, para que lleguen a conocerse y fomentar entre ellos el espíritu de unión.
Los actos públicos de la Legión son los siguientes:

1. El acies
Dada la importancia que tiene para la Legión la devoción a María, cada año se consagrarán a Ella los legionarios, individual y colectivamente, el día 25 de marzo -o en una fecha lo más cercana a esa- en un acto solemne llamado acies.
Esta voz latina -que significa un ejército en orden de batalla- designa con propiedad la ceremonia en que se reúnen los legionarios de María para renovar su homenaje a la Reina de la Legión, y para recibir de Ella fuerza y bendición para otro año más de lucha contra las fuerzas del mal. Acies contrasta con praesidium: el primero representa a la Legión congregada, en formación; el segundo, a la misma Legión repartida en diversas banderas, entregada cada cual a su propio campo de operaciones.
Puesto que el acies es el gran acto central del año para la Legión, es, necesario subrayar la importancia de que acudan todos los socios.
La idea fundamental de la Legión -en que estriba todo lo demás - es que se trabaja en unión con María, su Reina, y bajo su mando. El Acies es una declaración solemne de dicha unión y dependencia, la renovación -individual y colectiva- de la declaración legionaria de lealtad. Si algún legionario, pues, pudiendo acudir a la función, no acude, da a entender manifiestamente que no tiene nada o muy poco del espíritu de la Legión, y que no la beneficia gran cosa con haberse alistado en sus filas.
El procedimiento es como sigue:
En el día señalado para la ceremonia se reunirán los legionarios, si es posible, en alguna Iglesia, donde se habrá colocado en sitio conveniente una imagen de María Inmaculada, adornada de flores y luces, y delante de ella un modelo grande del vexillum de la Legión, descrito en el capítulo 27.
Empieza la función con un himno, y sigue después el rezo de las oraciones iniciales de la Legión, incluyendo el rosario. A continuación, un sacerdote explicará el significado del acto de consagración que se va a hacer; después de la plática, se inicia la procesión hacia la imagen de la Virgen. Van primero los directores espirituales, de uno en uno. Luego los legionarios, también de uno en uno, o de dos en dos si son muchos. Al llegar al vexillum, cada uno - o cada par - se detiene, coloca su mano en el asta del mismo, y pronuncia en voz alta, como acto de consagración individual, estas palabras: Soy todo tuyo, Reina mía, Madre mía, y cuanto tengo tuyo es.
Dicho esto el legionario deja el vexillum, hace una pequeña inclinación de cabeza y se retira. Si por el crecido número de legionarios resultase el desfile largo y monótono, se podrá amenizar el acto con alguna música adecuada.
No se debe usar más de un vexillum; duplicarlos abreviaría el acto, pero destruiría su unidad. Y, además, la prisa añadiría una nota discordante. La característica particular del acies deberá ser su orden y dignidad.
Vueltos a sus puestos todos los legionarios, un sacerdote lee en voz alta el acto de consagración a nuestra Señora en nombre de todos los presentes. Después, todos en pie, rezan las oraciones de la catena. Luego sigue, si hay la menor posibilidad, la Bendición con el Santísimo, y se termina con las oraciones finales de la Legión y el canto de un himno, y termina el Acies.
Si es posible, inclúyase en el programa la celebración de la Eucaristía, en vez de la Bendición con el Santísimo. Los otros detalles de la ceremonia permanecerían igual. La Eucaristía asumiría en sí todas las consagraciones y ofrendas ya hechas, y serviría para presentarlas al Padre Eterno mediante el “'único Mediador” y en el Espíritu Santo, y en las manos maternales de la generosa compañera y humilde esclava del Señor” (LG,6l').
La citada fórmula de consagración: Soy todo tuyo, Reina, mia, Madre mía, y cuanto tengo tuyo es, no debe pronunciarse mecánicamente, sin meditarla. Cada socio debe condensar en ella el más alto grado de comprensión y gratitud profunda. Para ayudarse a conseguirlo deberá estudiar la Síntesis mariana que aparece en este Manual como apéndice 11. Tal síntesis resume el papel singular desempeñado por María en el plan divino de la salvación, y, por consiguiente, el deber de gratitud que cada uno ha contraído con Ella. Tal vez se podría hacer de esa síntesis el tema de la lectura espiritual y de la allocutio en la junta del praesidium precedente al acies.
Se ha sugerido que se use también como el acto colectivo de consagración en la ceremonia misma.
“María es el espanto de los poderes infernales. Es terrible como un ejército en orden de batalla (Ct 6,10), porque sabe desplegar con estrategia su poder, su misericordia y sus oraciones para derrota del enemigo y para triunfo de sus siervos” (San Alfonso de Ligorio).

2. La  reunión general anual
El día más próximo posible a la fiesta de la Inmaculada Concepción se celebrará un acto social, en el que se reúnan todos los miembros. Si se cree oportuno, se puede comenzar con un acto de culto en la Iglesia.
A continuación se celebra la función social. Si no se hubieran rezado antes en la Iglesia las oraciones legionarias, se rezarán durante la velada, divididas en tres partes.
Es mejor limitar el programa de la velada a números presentados por los legionarios. Además de números festivos, debería haber algunas charlas o informes de interés legionario.
De sobra está recordar a los legionarios que en estas funciones no caben etiquetas. Hay que evitarlas a toda costa, sobre todo cuando toman parte en el acto muchos legionarios. El fin del acto es que todos los presentes se lleguen a conocer mejor; con este objeto, el programa deberá ofrecer facilidades para la movilidad y la conversación. Los encargados procurarán que los socios no formen corrillos aislados, frustrándose así la finalidad principal del acto, que es fomentar el espíritu de unidad y amor en la familia legionaria.
“La alegría de San Francisco impregnaba toda su aventura espiritual de un suave encanto. Como caballero leal de Cristo, Francisco se gozaba inefablemente en servir a su Señor, imitándole en su pobreza y asemejándosele en el padecimiento; y esta dicha suprema -saboreada en la imitación, servicio y sufrimiento de Cristo-la anunció como nobilísimo cantor y trovador de Dios al mundo entero.
“Toda la vida de Francisco fue modulada desde entonces sobre la alegría, como sobre la nota dominante. Con calma imperturbable y gozo sincero cantaba para sí mismo y le cantaba a Dios las alegres canciones que brotaban de su corazón. Su empeño fue conservarse, en todo momento, interior y exteriormente alegre. En el círculo íntimo de sus hermanos también sabía dar, sin disonantes, la nota tónica de la alegría, y sabía hacerla vibrar tan sonora y armoniosamente, que ellos mismos se sentían elevar a una región poco menos que celestial. Y la misma nota de alegría que penetraba en la conversación del santo cuando hablaba con los hombres. Sus mismos sermones -hasta predicando la penitencia- eran himnos de júbilo; y su mera presencia, ocasión de gran regocijo para personas de toda condición” (Felder, Ideales de San Francisco de Asís).

3. La fiesta al aire libre
Esta fiesta al aire libre se remonta hasta los inicios de la Legión. No es obligatoria, pero está recomendada. Podrá tomar la forma de una excursión, peregrinación, o simplemente un acto al aire libre. La Curia determinará si esta celebración ha de ser de toda la Curia o sólo del praesidium. En este caso, pueden juntarse para la fiesta dos o más praesidia.

4. La fiesta del praesidium
Se recomienda con insistencia que cada praesidium celebre una función de carácter social alrededor de la fiesta de la Natividad de nuestra Señora. En aquellos centros donde hay muchos praesidia, podrán juntarse varios, si quieren, para celebrarla. Se puede convidar a la función a personas aptas para ser socios, a fin de, animarles a que lo sean.
Se recomienda el rezo de todas las oraciones legionarias - incluso el rosario -, divididas en, tres partes, como en la junta del praesidium. El tiempo tomado al acto social no pasará de unos cuantos minutos, pero este tributo a nuestra Señora quedará más que recompensado con el mayor fruto de la función. La Reina de Legión es también la “Causa de nuestra alegría”, y nos pagará nuestro recuerdo y devoción, haciendo que la función sea para todos ocasión de singular gozo.
Entre los números musicales se intercalará por lo menos una breve charla legionaria. Así aprenderán todos un poco más acerca de la Legión y, de paso, el programa resultará más variado. El mero entretenimiento tiende a cansar.

5. El congreso
El primer Congreso de la Legión lo celebró la Curia de Clare, Irlanda, el domingo de resurrección del año 1939. Su feliz resultado animó a otros, como suele suceder con los éxitos, y ahora el congreso está profundamente arraigado en la vida de la Legión.
Un Congreso no debe rebasar los límites de un Comitium o de una Curia. Asambleas de mayores vuelos no obedecerían al concepto primitivo de un Congreso, ni producirían los frutos deseados. Por lo tanto, si esas asambleas se celebran, no hay que darles el nombre de Congreso, ni se les puede tomar como sustitutos del mismo. Pero esto no quiere decir que no se pueda invitar al Congreso a personas de otras zonas.
El Concilium ha dispuesto que ningún consejo celebre un congreso con mayor frecuencia que cada dos años. Se le debe dedicar un día entero. Si se pudiera celebrar en una casa religiosa, quedarían resueltos muchos problemas. A ser posible los actos comenzarán con la misa, a la cual sigue una breve plática del director espiritual u otro sacerdote, y terminarán con la Bendición.
La jornada se subdivide en sesiones, cada sesión con uno o varios temas. Alguien expone brevemente el tema, que tendrá preparado de antemano, pero todos han de tomar alguna parte en las discusiones. Esta participación común constituye la vida misma del congreso.
Una vez más insistimos en que no hablen demasiado los oficiales que presiden, ni intervengan constantemente en las discusiones. Los Congresos, lo mismo que las juntas de los consejos, han de seguir el método parlamentario: participación común dirigida desde la presidencia. Algunos presidentes muestran cierta tendencia a comentar lo que dicen los demás. Esto repugna a la idea del congreso, y no debe tolerarse.
Sería de desear que estuvieran en el Congreso algunos representantes de un consejo administrativo superior, los cuales podrían desempeñar algunos de los oficios más importantes, como presidir, iniciar las discusiones, etc.
Hay que evitar el afán de buscar efectos retóricos, porque crearían un ambiente artificial, y no es ese el ambiente de la Legión; y en tal ambiente nadie se sentirá inspirado, ni se resolverá ningún problema.
Unas veces se organizará el Congreso para todos los legionarios; otras, sólo para los oficiales de los praesidia. En el primer caso, y en la primera sesión, se podría distribuir a los legionarios en varios equipos de trabajo según los cargos que ocupan, formando los no oficiales otro grupo separado; así se someterían a estudio los deberes y las necesidades particulares de cada grupo. También podrían agruparse los legionarios según las obras a que se dedican. Pero distribuir los grupos de una u otra manera en la sesión inaugural es libre, y, en todo caso, en las sesiones siguientes no han de dividirse. Sería ilógico reunir a los socios para después mantenerlos separados la mayor parte del tiempo del Congreso.
Y no hay que olvidar que los oficiales tienen deberes más amplios que las funciones que normalmente corresponden a sus cargos; por ejemplo: un secretario, que de ordinario se contenta con escribir las actas, será un oficial muy deficiente, si no llega a traspasar tan limitados horizontes. Como todos los oficiales son miembros de la Curia, en su reunión deben estudiar los métodos de perfeccionar la vida de la Curia, en todo lo que se refiere a las juntas y a la administración en general.
Un Congreso no debe reducirse a una junta de curia que sólo se preocupa de temas administrativos y cuestiones de detalle; al contrario, debe aplicarse a cosas fundamentales. Pero, normalmente, todo lo que se aprende en el Congreso lo tiene que poner en práctica la Curia. Los temas deben girar sobre los principios básicos de la Legión; más o menos, los siguientes:
a) La espiritualidad de la Legión. No se comprende la Legión mientras los socios no se compenetren -a la medida de sus alcances- de las múltiples facetas de la espiritualidad legionaria; y no se logrará que funcione la Legión como es debido, si esa espiritualidad no va vinculada al trabajo activo tan íntimamente que sea su móvil y su alma; en otras palabras: la espiritualidad tiene que animar todo el trabajo, como el alma anima al cuerpo.
b) Las cualidades que deben poseer los legionarios, y la manera de desarrollarlas.
c) El sistema ordenado de la Legión, incluso el modo de dirigir las juntas; y la cuestión importantísima de los informes de los socios, es decir, la manera de darlos y de comentarlos.
d) Las obras legionarias, juntamente con el mejoramiento de los métodos; y el proyectar obras nuevas, con las cuales pueda la Legión alcanzar a todos los hombres.
Entre los actos del Congreso debe haber un discurso -dado por algún director espiritual o por un legionario capacitado- sobre algún aspecto de la espiritualidad, los ideales o los deberes de la Legión.
Cada sesión debe comenzar y terminar con una oración. Las oraciones legionarias darán material suficiente para tres de estas ocasiones.
La puntualidad y el buen orden son de precepto absoluto; de otra manera todo se malogra.
Entre los diversos Congresos que se celebren en una misma zona tiene que haber cierta variedad. Primero, porque en un solo congreso no se puede tratar más que un número limitado de temas, pero a lo largo de varios años se puede llegar a mucho. Segundo, porque, a todo trance, hay que evitar la sensación de estancamiento, sigue por consiguiente; hay que variar por variar. Y tercero: es verdad que el feliz éxito de un Congreso deja el deseo de repetirlo con el mismo tema; pero conviene tener en cuenta que el éxito feliz fue debido en gran parte al menos - a la novedad del tema, y eso ya no se repite. Si se quiere contar con la novedad como elemento de estímulo en cada congreso nuevo que se celebre, es preciso prepararlo de antemano con mucho ingenio.
“Si deseamos saber de que manera ha de prepararse el alma fiel para la venida del Divino Paráclito, trasladémonos con el pensamiento al Cenáculo, donde están reunidos los discípulos. Allí, según la orden del Maestro, perseveran en la oración mientras aguardan el poder de lo Alto, que va a bajar sobre ellos para revestirles como de armadura para la lucha que les espera. En esta morada santa de recogimiento y paz echamos una mirada reverente sobre María, la Madre de Jesús, la obra maestra del Espíritu Santo, Iglesia del Dios vivo. Por la acción del mismo Espíritu Santo nacerá de Ella, como de un seno materno, la Iglesia militante, representada por esta nueva Eva, que sigue conteniéndola dentro de sí” (Guéranger, El año litúrgico).
 

 

- 31 - EXTENSIÓN Y RECLUTAMIENTO

l. El deber y la obligación de difundir la Legión no incumbe exclusivamente ni a los consejos superiores ni a los oficiales de la Curia: pesa sobre cada socio particular de la misma; más aún: pesa sobre todos los legionarios. Ténganlo todos bien entendido y, de vez en cuando, den cuenta de esta su responsabilidad. El método más obvio de cumplir este deber será por medio de visitas, o por carta; pero ya se le ocurrirán a cada cual otros modos de influir sobre los demás con este fin.
Si fueran numerosos los centros impulsores de la Legión, bien pronto estaría la Legión en todas partes, y el campo del Señor estaría repleto de trabajadores decididos (Lc 10,2). Por lo tanto, hay que llamar la atención de los socios frecuentemente sobre estos aspectos importantes de extensión y de reclutamiento, para que cada socio se persuada íntimamente de sus deberes.
2. Un cuerpo eficiente de la Legión será fuente de grandísimos bienes. Como puede suponerse que este bien tan deseable se vea duplicado por el establecimiento de otro cuerpo legionario más, cada uno de los miembros - y no sólo los oficiales - debe dedicarse a hacer realidad esto que tanto se desea.
Es señal de que ha llegado la hora de dividir un praesidium y fundar otro, cuando habitualmente tienen que ser cortados los informes de los socios y otros puntos de la junta, para evitar que ésta no se cierre a la hora debida. En estas circunstancias, la división no sólo es oportuna, sino necesaria; si no se hace, sobrevendrá un estado de entumecimiento, en el que decaerá el entusiasmo por la obra y por ganar nuevos socios; y, lejos de tener e! praesidium energía para comunicar vida a otro, hallará dificultad en sostener la propia.
En cuanto el proyecto de fundar un segundo praesidium en una misma localidad, se objetará tal vez que es suficiente el número actual de legionarios para atender las necesidades presentes. Contra lo cual decimos -y lo subrayamos- que, siendo el fin primordial de la Legión la santificación de sus miembros -y de la sociedad entera mediante su influjo-, se deduce lógicamente que por esta sola razón, aunque no hubiera otra, el aumentar el número de socios ha de se también un fin primordial. Es posible que en poblaciones pequeñas cueste buscar trabajo para los nuevos miembros; con todo es preciso atraerlos, sin poner coto a su número. La Legión nunca debe pensar en restricciones numéricas; de lo contrario, podrían quedar excluidos legionarios de más valer que los que están en activo. Remediadas las necesidades más visibles, búsquense otras que estén ocultas. Hay que dar trabajo a la máquina para que funcione. Trabajo siempre hay, y es necesario encontrarlo.
Al fundar un praesidium nuevo donde ya existan otros, procúrese que los oficiales y un buen núcleo de socios de aquél sean legionarios trasladados de estos. Sacrificar con este fin lo mejor que tienen, debería ser para los praesidia su mayor honor. Ni hay tampoco método más saludable que éste para podar los praesidia.
Aquel que tan generosamente se despoje, no tardará en echar nuevos y pujantes brotes, y con el tiempo se verá cargado más que nunca de los sabrosísimos frutos del apostolado.
En aquellas ciudades y localidades donde no hubiese ningún centro de la Legión, y no fuere posible hacerse con legionarios experimentados, los fundadores del nuevo praesidium tendrán que darse muy de lleno al estudio del Manual y de los comentarios que hubiese escritos sobre el mismo.
Al fundar el primer praesidium en una localidad, conviene diversificar cuanto se pueda sus actividades, porque así tendrán mayor interés las juntas, lo cual redundará en beneficio del praesidium, dando amplio campo a los socios para que puedan desarrollar sus diversas habilidades e inclinaciones.
3. Una palabra de aviso sobre el reclutamiento de socios: es muy peligroso presentar metas demasiado altas. Por supuesto, el nivel espiritual y apostólico de los legionarios veteranos será más elevado que el común, cosa que no hay que olvidar al admitir nuevos socios, pero sería injusto exigir a uno de estos principiantes lo que solo han conseguido otros después de varios años en la Legión.
Es cosa muy corriente en los praesidia querer justificar el reducido número de socios, diciendo que no hay personas capacitadas disponibles. Pensándolo bien, se ve pronto que esto tiene más de excusa que de razón. Seguramente el origen de la culpa está en el mismo praesidium, por una de estas dos causas:
a) porque no se tiene verdadero empeño en reclutar, lo cual indica dejadez por parte de los socios, individual y colectiva;
b) porque el praesidium se equivoca imponiendo a los candidatos pruebas excesivamente duras, que hubieran excluido a la mayoría de los miembros antiguos y presentes.
Quizá los oficiales razonan diciendo que de ningún modo deben dar cabida a elementos no aptos. Muy bien, pero tampoco deben privar a todos, excluyendo a unos cuantos, de los bienes que trae consigo el pertenecer a la Legión. Si hay que escoger entre un rigor excesivo y una excesiva condescendencia, es preferible evitar el primer extremo, como un error más funesto que el segundo, pues mata el apostolado seglar en su germen, privándole de operarios. El segundo extremo llevaría sólo a cometer faltas que tienen solución.
El praesidium adoptará un término medio, aventurándose y arriesgándose hasta donde sea preciso. Hay que arriesgar algo, hay que experimentar con diversos elementos, y ver si valen o no. Si alguno no sirve, no tardará en volverse atrás, quejoso del trabajo que le impone la Legión. No cabe otro proceder más eficaz para conservar la Legi6n en su integridad.
¿Quién ha oído jamás que un cuartel cerrará sus puertas por temor de que sentara plaza algún inepto? Precisamente, la formación militar tiene por fin manejar grandes masas de hombres del tipo medio. La Legión de María -como ejército que es- debe aspirar a tener gran número de socios; aunque no pueda prescindir de ciertas pruebas para su admisión, las condiciones requeridas deberán estar al alcance del tipo medio; si después queda algo que limar y disciplinar, para eso está la Legión. El reglamento legionario, henchido de piedad y resguardado por una disciplina rigurosa, está hecho para estas personas ordinarias, no para superhombres. No se trata de recibir en la Legión únicamente a ciertos individuos tan santos y tan prudentes en todo, que no representen ni remotamente, al tipo común del seglar.
En resumidas cuentas: lo que más apena no es el reducido número de personas que tienen cualidades para ser socios, sino que sean tan pocos los que se ofrecen voluntariamente a echar sobre sus hombros esta carga. Y esto nos lleva a la consideración siguiente:
c) personas que serían aptas, no se deciden a ingresar porque en el praesidium se respira un aire recargado de seriedad y rigidez, o porque -por cualquier otra circunstancia - reina en él un ambiente no acorde con ellas.
Aunque la Legión no es solo para gente joven; ésta es la que se debe buscar ante todo, procurando satisfacer sus aspiraciones. La Legión habrá fracasado notablemente en su esfuerzo el día en que deje de atraer a la juventud; un movimiento alejado de ella, no influirá en el futuro. La juventud es la llave del porvenir, y es necesario dar margen a sus aficiones razonables, y simpatizar con ellas. No han de quedar en las puertas unos jóvenes alegres, generosos y entusiastas, por culpa de exigencias incompatibles con su edad, que no valen más que para ensombrecer el cuadro de la vida.
d) La excusa ordinaria: “No tengo tiempo”, es probablemente verdad. La mayoría de las personas tienen ocupado su tiempo, pero no con actividades apostólicas, que quedan relegadas al último lugar. Beneficiaría eternamente a tales personas el hacerles ver que viven en una escala de valores errónea, y que deben dar prioridad al apostolado, supeditando a éste algunas de sus otras preocupaciones.
“Ley fundamental para roda asociación religiosa es perpetuarse, dilatar su acción apostólica por el mundo, y ponerse en contacto con el mayor número posible de almas. Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla (Gn 1, 28). Esta ley de la vida se impone como un deber de conciencia a todo miembro de la asociación. El Padre Chaminade formula la ley en estos términos: “Hemos de realizar conquistas para la Virgen santísima, hemos de hacer entender a aquellos con quienes vivimos qué gozoso es ser todo de María, a fin de inducir a muchos de ellos a incorporarse a nuestras filas y avanzar con nosotros”. (Breve tratado de Mariología).


- 32 - RESPUESTAS A ALGUNAS OBJECIONES

1. "Aquí no hace falta la Legión"
Fácilmente han de oír esta opinión las personas deseosas de introducir la Legión en un lugar nuevo. He aquí la respuesta: la Legión no es un organismo dedicado a una clase particular de obras, si no que busca primero el desarrollo del celo y del espíritu cristiano, aplicable después a cualquier empresa. Los que dicen: Aquí no hace falta la Legión, vienen a decir: Aquí no hace falta celo. Afirmación que se refuta por sí misma. Según la definición del P. Raúl Plus, “Cristiano es aquél a quien Dios ha confiado sus seguidores”.
En todas partes, sin excepción, hay necesidad de un apostolado intenso. Y esto por muchas razones. Primera: porque se debe ofrecer a todos los cristianos que sean capaces de ello ocasión para desarrollar su vida apostólica. Segunda: hoy, para impedir que la práctica de la religión se convierta en rutina o degenere en materialismo, es imprescindible que el conjunto de la población experimente ese santo estremecimiento, que sólo una obra de intensísimo apostolado puede producir en ella. Y tercera: se requiere la entrega de personas pacientes y esforzadas para conducir al buen camino a los que viven sumidos en la miseria o encenagados en el vicio, y para guardar a los que tienden a extraviarse.
Todo Consejo superior tiene la responsabilidad de desarrollar al máximo la capacidad espiritual de aquellos que tiene a su cargo. Entonces, ¿qué clase de apostolado es el que distingue al cristiano y es un elemento esencial de su carácter? Por lo tanto hay que llevar a cabo una invitación hacia el apostolado. Pero invitar sin proporcionar los medios de respuesta es una tarea mínima, porque pocos de los que oigan esta invitación tendrán posibilidad de trabajar por sí solos; de este modo hay que montar la maquinaria en forma de una organización apostólica.

2. “Aquí no hay personas con cualidades para socios”
Esta objeción proviene de no entender bien qué clase de persona se requiere para socio. Digamos claramente que, en general, no habrá ni oficina, ni taller, ni lugar alguno de trabajo, en donde no se puedan reclutar legionarios.
Los posibles legionarios podrán ser personas cultas o incultas, trabajadores o de holgada condición, e incluso obreros parados. La Legión no es monopolio de ningún color, ni raza, ni clase particular: todos pueden ser socios. La Legión tiene el don especial de saber utilizar a favor de la Iglesia las energías ocultas y las atrayentes cualidades de un carácter aún no cultivado. Mons. D. Alfredo O'Rahilly, después de estudiar las actividades de la Legión, no pudo menos que escribir lo siguiente: “He hecho un gran descubrimiento, o, mejor dicho, lo he visto hecho ya: en personas al parecer corrientes hay un heroísmo en estado latente; se descubre en ellas verdaderas fuentes ocultas de energía”.
Para admitir a los socios, no se les debe exigir más de lo que implícitamente exigen los Papas al declarar que en cualquier sector de la sociedad es posible reunir y formar un núcleo escogido para el apostolado.
A este respecto, léase atentamente el párrafo 3b, del capítulo 31, referente a Extensión y reclutamiento, como también el 40, 7, titulado La Legión como auxiliar del misionero, donde se insta a una amplia extensión de los miembros legionarios entre las comunidades recién convertidas al cristianismo.
Si realmente hay dificultad en encontrar socios, es señal de que, en aquella localidad, el nivel espiritual es extraordinariamente bajo; y eso, lejos de justificar el cruzarse de brazos, demuestra la palpable necesidad de fundar un cuerpo de la Legión, para que, como levadura buena, fermente toda la masa. Hay que convencerse de que la levadura es el elemento que prescribe nuestro Señor para la elevación de las costumbres (Mt 13,33). Recuérdese que bastan sólo cuatro, cinco o seis miembros para formar un praesidium. Una vez entregados de lleno estos pocos al trabajo con perfecto conocimiento de sus obligaciones, no tardarán en hallar y alistar a otras personas igualmente aptas.

3. “Se recibirían con disgusto las visitas de la Legión”
Lo más oportuno en este caso -si realmente se diera- sería dedicar la Legión a obras de otra índole; no, abandonar la idea de fundarla, sacrificando así tantas posibilidades como ella ofrece de hacer el bien a la sociedad. Es preciso hacer constar, sin embargo, que hasta la fecha la Legión, en esto de las visitas domiciliarias, no ha experimentado ninguna dificultad de carácter duradero y universal. Si, aún haciéndolas con verdadero espíritu apostólico (véase el capítulo correspondiente), fuesen acogidos los legionarios con frialdad, hay razón para convenir, en general, que allí reina la indiferencia religiosa, o algo peor; y por lo tanto, allí donde menos se les desea a los legionarios es donde más urge su labor. Aunque surjan dificultades al principio, no hay razón para interrumpir las visitas; pues la experiencia dice que aquellos socios que han tenido valor para atacar el hielo de la indiferencia, han logrado derretirlo, y resolver dificultades más serias, que no se veían y eran la causa de tanta frialdad.
El hecho de que el hogar es -humana y cristianamente- el punto estratégico; merece nuestra máxima consideración. Ocupar el hogar es conquistar la sociedad. Más, para conquistar el hogar, hay que ir a él.
 

4. “La juventud tiene que trabajar mucho durante el día y necesita su tiempo libre para descansar”
Por razonables que parezcan, estas palabras impidieron durante varios años la fundación de la Legión en la gran ciudad y en todo tiempo y lugar privan a esta de muchos y excelentes socios. En teoría suenan muy razonables; llevadas a la práctica, el mundo religioso sería un yermo, porque nunca han sido los desocupados quienes han realizado la obra de la Iglesia.
Sin embargo ¿a qué suelen entregarse estos laboriosos jóvenes en sus horas de ocio? ¿No es a diversiones más o menos desordenadas, en vez de un saludable descanso? En este alternar diario de trabajo durante el día y placer por la noche, ¡qué fácil es ir a la deriva, hasta encallar en un verdadero materialismo que, al cabo de unos cuantos años, deja el corazón sin ideales, azotado por la crisis, y las velas del barco de la juventud rotas y hundidas con todos los tesoros que constituían su preciosa carga! Y el resultado final puede ser más desastroso todavía. ¿No afirma San Juan Crisóstomo que jamás pudo convencerse de que se salvarían los que nunca habían hecho nada por salvar al prójimo?
Mucho más prudente sería en los padres exhortar a sus hijos a que dediquen al Señor como legionarios las primicias de sus ocios. Estas primicias apostólicas embellecerán su vida entera, y conservarán el corazón -y, también, ¿cómo no?, hasta el rostro- joven y sereno. Y aún les quedara mucho tiempo para divertirse, y con gozo duplicado, por haber sido doblemente ganado.

5. “La Legión no es más que una de tantas organizaciones con los mismos ideales y programas”
Es verdad que hoy todo se va en hablar de idealismos; y también es muy cierto que cualquiera, con papel y pluma en mano, en pocos minutos puede trazar un programa de admirables proyectos; y que, según eso, la Legión no sería más que una organización, entre las mil que se entregan generosamente al bien de los demás y sueñan en grandes empresas apostólicas. Pero hay que admitir que la Legión es de las pocas que especifican y concretan su apostolado.
Un idealismo indefinido, que se reduce a exhortar a uno a que haga, todo el bien que pueda en torno suyo, solo logra resultados igualmente indefinidos. La Legión encarna sus ideales de conquista en una vida espiritual determinada, en una forma concreta de oración, en un trabajo semanal bien precisado, en informes semanales detallados, y -como se verá- en un éxito feliz comprobado. Y por último -pero es lo más importante-, la Legión adopta como principio vital de este método su unión con María.

6. “Ya tenemos otras asociaciones haciendo las obras de la Legión. Si ésta se introduce, podría chocar con aquéllas”
No acaba uno de salir de su asombro, cuando se oyen tales palabras en localidades donde tres cuartas partes de la población -y tal vez más- o no son católicos, o, por lo menos, no practican, y en donde el progreso religioso es casi nulo.
¡Qué triste, contentarse con semejante estado de cosas! Eso equivale a permitir que Herodes establezca su trono en los corazones, mientras que el Señor y su bendita Madre están relegados para siempre a un miserable establo.
Pero muy frecuentemente, con esas palabras, se quiere negar la entrada a la Legión bajo el pretexto de proteger a unas organizaciones de que de tales no tienen más que el nombre, y que no hacen nada: ejércitos que jamás derrotaron al enemigo.
Además, si una cosa no se hace bien, es como si no se hiciera; y, por consiguiente, es una mezquindad emplear unas docenas de colaboradores apostólicos donde deberían trabajar centenares, y aun millares. Por desgracia, esto es lo que sucede de ordinario. Y muchas veces a la falta de organización -que se evidencia en tan reducido número de apóstoles- se une la falta de espíritu y de método.
No le quepa a nadie la menor duda: en todas partes hay sitio de sobra para la Legión. Si se quiere probar la verdad de lo que decimos, señálese a la Legión un campo mínimo de acción. Es fácil que los resultados sean convincentes, y que los pocos miembros de un praesidium se multipliquen -como los cinco panes- hasta satisfacer y colmar con creces todas las necesidades (Mt 14, 15-21).
No tiene la Legión ninguna serie de obras fijas en su programa de acción; tampoco piensa en crear necesariamente otras nuevas. Lo suyo es más bien impulsar día a día las que adolezcan de falta de orientación y método, a fin de conseguir efectos análogos a los que se obtendrían aplicando la energía eléctrica a un trabajo que antes se hacía a mano.

7. “Organizaciones sobran. Lo que hay que hacer es dar vida a las que ya tenemos, o extender su campo de acción para que abarquen las obras proyectadas por la Legión”
Esto podría ser un argumento reaccionario. Con esa razón, cabría aplicar el verbo sobrar a casi todas las manifestaciones de vida en derredor nuestro. Y, por otra parte, no sería lógico oponerse a una cosa por el mero hecho de ser nueva, porque sería impedir todo progreso. La Legión sólo pide una oportunidad para manifestarse. Si realmente no es “una de tantas” sino inspirada por el mismo Dios, ¡qué desgracia, negarle la entrada!
Pero de la misma objeción se deduce que todavía no se hace el trabajo que se debería hacer. Iría contra el sentido común y contra la práctica humana universal quien rechazara un nuevo movimiento que, como Legión, ha demostrado ya en otras partes su capacidad de hacer dicho trabajo. Quedará patente lo absurda que es esta objeción si la expresamos en estos términos: “¿A qué importar ese avión, si ya tenemos Coches de sobra? Vamos a ver si podemos perfeccionar el auto hasta conseguir que vuele”.

8. “Éste es un pueblo pequeño. Aquí no hay lugar para la Legión”
No es raro oír esta observación en localidades pequeñas que, sin embargo, gozan de gran fama en varias leguas a la redonda, pero de una fama nada envidiable por cierto.
Por otra parte, una aldea podrá gozar de buen nombre tradicional; y al mismo tiempo estar paralizada: paralizada en valores morales, paralizada en atractivos humanos; de modo que la juventud, echando de menos esos atractivos, los busque en los centros populosos, y encuentre allí su ruina, por faltarle a su vez los valores morales.
El mal proviene de la ausencia de todo idealismo religioso, y el efecto de esta falta de ideales es el ver que nadie hace más de lo que es de estricta obligación. Desaparecido el ideal religioso, la aldea es un yermo espiritual, ¡y la ciudad también!
Para que vuelva a germinar la vegetación, bastará formar un pequeño grupo de apóstoles capaz de irradiar el espíritu que les anima, capaz de establecer nuevas formas de conducta: pronto se emprenderán obras adaptadas a la localidad, la vida sonreirá más alegre, y se detendrá la emigración.

9. “Algunas de las obras de la legión entrañan actividades espirituales que, por su misma naturaleza, incumben al sacerdote, y no deben ser confiadas a los seglares sino cuando el clero se vea imposibilitado para cumplirlas. En cuanto a mi, puedo visitar a mis feligreses varias veces al año, y con resultados satisfactorios”
La contestación a esta objeción ya está dada en términos generales en el capítulo 10, apostolado legionario; puntualicemos aquí algo más. Y digamos, primero, que la Legión está pendiente en todo de la voluntad del cura párroco, y de cualquier otra autoridad eclesiástica, en lo que se refiere a la conveniencia de emprender tal o cual obra.
El conocimiento íntimo de cierta ciudad -a la que se califica como una de las más santas del mundo- pone de manifiesto que en ella hay grandes masas contagiadas por los angustiosos problemas de nuestra sociedad moderna. Y la sensación de que todo está a salvo en ella -y en cualquier otra ciudad- por la visita que se haga a los feligreses una, dos o cuatro veces al año, es una ilusión sin base, por fructífera que sea dicha visita. La prueba de que todo va bien estará en el creciente número de quienes se acerquen a comulgar todos los días, y en que muchos más comulguen cada semana, y todos siquiera cada mes.
¿Por qué, pues, suelen bastar cuatro o cinco horas semanales de confesionario? ¿Cómo se explica esa enorme desproporción?
Por otra parte, ¿qué grado de intimidad- o contacto personal por lo menos - no se requerirá para satisfacer la obligación que contrae el pastor con cada fiel encomendado a su cuidado? San Carlos Borromeo solía decir que una sola alma es suficiente diócesis para un obispo. Luego, ¡Calcúlese lo que supondría dedicar a cada persona una media hora, aunque no fuera más que una vez al año! Pero, ¿bastaría esa media hora? Santa Magdalena Sofía Barat, además de innumerables entrevistas, escribió unas doscientas cartas a una sola alma rebelde. ¿En cuántos casos los mismos legionarios no han porfiado diez o más años en ir tras determinadas almas, y todavía las están persiguiendo? Por tanto, recapacite el tal sacerdote y pregúntese si es hacer justicia a su obra y así mismo rechazar este poderoso auxilio. En cambio la Legión le proporciona unos auxiliares celosos; muchos, allí donde él es uno solo; obedientes en todo a su palabra; dotados de sólida discreción, y mediante su ayuda, tan capaces como él de abrirse paso en el trato con los individuos y las familias; dotados de una gracia especial para animar a los demás a ser mejores; en fin, unos colaboradores que le brindan ocasión de prestar a sus feligreses algo más que un servicio rutinario.
“La Legión de María le depara al sacerdote dos bienes, ambos de igual valor. Primero: un instrumento de conquista, que lleva la señal auténtica del divino Espíritu; y yo me preguntaré: ¿acaso tengo el derecho de menospreciar un arma tan providencial? Segundo: un manantial de agua viva capaz de renovar toda nuestra vida interior, y, naturalmente, esto me enfrenta con otra pregunta: si se me ofrece un manantial tan puro y hondo, ¿acaso no tengo obligación de beber de él?” (Guynot, canónigo).

10. “Me temo que los socios cometan alguna indiscreción”
Démonos cuenta de la realidad de las cosas. ¿Acaso dejamos la cosecha sin recoger sólo porque alguna mano torpe pueda estropear unas cuántas espigas? Aquí se trata de cosechar almas: almas pobres, débiles, ciegas y tullidas; almas con tanta necesidad, y en tan gran número, que se siente uno impulsado a creer que la situación es irremediable. Con todo, el Señor nos manda que vayamos por calle y plazas, caminos y senderos, en busca de estas pobres almas, para que vengan y se llene su casa (Lc 14, 21-23). Pero ¿Cómo cosechar tan abundante mies, si no se movilizan los trabajadores, si no se alista a los seglares, formándoles en ese celo conquistador? Tal vez se cometa alguna indiscreción. Hasta cierto punto, las imprudencias son inseparables de todo lo que sea celo y vida.
Ahora bien, hay dos modos de preverlas: la inercia vergonzosa o la disciplina férrea. Un corazón noble, en el que vibre la voz compasiva de nuestro Señor, al contemplar esas dolientes multitudes, rechazará con horror la primera, y, abrazándose a la segunda, se entregará totalmente a salvar esas pobres almas desgraciadas.
Hasta la fecha la Legión no ha tenido que lamentar ninguna falta grave de discreción, y, por la misericordia de Dios, espera que, con la severidad de su disciplina, no habrá nunca motivo para temer esto en el futuro.

11. En los comienzos siempre habrá obstáculos
Y, en esto, la Legión no se diferenciará de otras empresas buenas. Un poco de energía, sin embargo, hará que esas dificultades - que parecen tan formidables al principio - sean como un bosque: cerrado e impenetrable cuando se le mira de lejos, pero fácil de penetrar al acercarse a él.
Recuérdese que “el que no hace más que apuntar, nunca da en blanco; quien no se echa al agua, nunca sabrá nadar; ponerse siempre a salvo es señal de cobardía; un bien esencial disculpa muchos defectos” (Newman).
Al hablar de una obra de la gracia, nadie se deje guiar tan ciegamente por tanta prudencia que venga a cerrar los ojos a la misma existencia de la gracia. No hay que pensar en objeciones y peligros sin reparar al mismo tiempo en el auxilio prometido. La Legión está cimentada sobre la oración, trabaja por las almas, y pertenece en cuerpo y alma a María. Al tratar de la Legión no se hable ya de reglas humanas, sino de reglas divinas.

“María es la Virgen Única y sin par: Virgo Singularis. Al tratar de Ella, no me habléis, pues, de reglas humanas, sino de reglas divinas” (Bossuet).

Manual de la Legión de María

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