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  ¡VÍSTELE, SEÑOR, PARA LAS BODAS!

 

Venciste su tormenta
con relámpagos de aguas luminosas
y le hiciste heredero de tu reino.
Testamento de espigas
en sus áridas tierras despobladas.
La voz del infinito,
oculta en las estelas del secreto,
le reveló el futuro que mana de la roca:
cantará amaneceres en los pinos,
tendrá enjambres de miel con aroma de albahaca
y adornarán su pecho
ramilletes de soles verticales.

Las ráfagas de umbría
en su éxodo febril hacia la noche,
le izaron sobre efímeras espumas,
amargos barrizales secaron su corriente.
Fue visión de ciprés en la aurora fugaz.
Y rompió el plan sagrado
por viejas cicatrices de su arcilla.
Pero hoy brilla tu alcorce en las cañadas
llamándole a esponsales.

¡Vístele de inocencia
para el blanco banquete de tus bodas!.
Se acercará a tu pórtico e invocará tu nombre;
su humilde golondrina perdida en el paisaje
volará con tus alas de paloma;
recordará tu tiempo sobre el altar del mundo,
se enlazará en tus brazos extendidos;
crecerá espiga fértil de tu siembra;
a la tercera copa brindará
con el mágico zumo de tu vid;
proclamará la gloria de tu eterno banquete.

Maduran las semillas
con el agua cautiva de tu amor,
líquida arquitectura de templos sumergidos
desde el día angular de barro y piedra.
Esplenden las fontanas
que confirman tus dones inmutables,
y un éxtasis que fluye hacia el mar vespertino
le anuncia un despertar de ríos vagabundos.

Si le invitas, Rey mío,
y revistes de blancas azucenas
su tallo descarnado,
cantará amaneceres en los pinos,
tendrá enjambres de miel con aroma de albahaca
y adornarán su pecho
ramilletes de soles verticales.

Emma-Margarita R. A.-Valdés

 

 


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