LA CAUSA DEL FRACASO
En los desanimados momentos de la duda
me pregunto si fui la causa del fracaso,
inculpo a mis errores, a mi edad inmadura,
y quisiera iniciar lo que ya se ha acabado.
Repaso lentamente las horas de mi vida,
rebusco en los archivos viejos de la memoria,
los sucesos se agolpan, el corazón se agita,
y no hallo en mí el origen de la fatal derrota.
Examino el entorno, el ambiente mutable
que define las épocas por costumbres marcadas,
observo las tendencias, la práctica imperante,
y encuentro ahí la clave de la conducta humana.
Han sido esas tendencias más fuertes que mi lucha,
más potentes sus medios que mi voz, silenciada
por las ruidosas masas que, ebrias de mal, buscan
deleitarse, inconscientes, en materia sin alma.
Ciudades engañosas con mundano artificio
separan al espíritu de la naturaleza,
lo recubren de asfalto, de cemento y granito,
y disfrazan la auténtica razón de la existencia.
Cerebros embotados por conceptos estériles,
carentes de ideales, en la pasividad,
bucaneros del barro, cautivos de placeres,
con música que es vértigo de un deseo carnal.
¡Da pena ver los jóvenes muertos, sin gallardía!
¡Da pena ver sus ojos ciegos a la ilusión!
Es preciso sembrar milagrosas semillas
del paraíso eterno, vivero del amor.
Mas yo abrigo un rescoldo de emoción y confianza
porque sigue brotando la fe y la caridad,
hay jóvenes que rezan, que asumen la palabra
de unos labios sublimes mensajeros de paz.
Emma-Margarita
R. A.-Valdés
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