Por
Traspasas la llanura
de Esdrelón
y las montañas de
Jerusalén,
en tu vientre se
mece el dulce Bien,
y llegas a Ain-Karín,
cerca de Hebrón.
En Isabel estalla la emoción:
¡Bendita tú y el
fruto de Belén!,
rendidamente has
pronunciado amén
y eres cauce de
eterna salvación.
El hijo que Isabel
espera ansiosa
afirma, desde el
seno, la existencia
del Mesías, que en
tu interior reposa.
E Isabel te declara
fiel, dichosa,
en ti se complació
la Providencia
por tu "fiat",
tu ofrenda generosa.
Desbordante de fe y
de valentía,
aceleradamente vas a
darte,
a servir, a ayudar,
a sincerarte,
a derramar cariño,
cortesía.
Es encuentro de
gozo, de alegría.
Isabel se conmueve
al abrazarte.
Tú alabas al Señor
por desposarte.
¡Estás llena de
Dios, de Eucaristía!.
Isabel, por milagro,
va a ser madre
del Precursor,
profeta del Altísimo,
que mostrará el
sendero del perdón.
Tú proclamas la
majestad del Padre,
en ti se da
misericordiosísimo,
y es tu carne la
cuna de su don.
Una explosión de
luz, de claridad,
una confirmación de
profecías,
palabras de David y
de Isaías,
brotan de vuestros
labios con piedad.
Tú, María,
adelantas la verdad
que viene a revelar
tu hijo, el Mesías,
más allá de las
mil teologías
que excluyen la
indulgencia y la bondad.
Son ecos,
resonancias del pasado,
compendiados en
Santas Escrituras,
predicciones del
Bienaventurado.
Son memorias del
pueblo sojuzgado.
Se van a terminar
sus desventuras
cuando el Reino
pascual sea instaurado.
Emma-Margarita
R. A.-Valdés
Del libro:
"Antes
que la luz de la alborada, tú, María"
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