BAJADA A LA PLAYA DE TORREMOLINOS

POR LA ESCALINATA DE SAN MIGUEL

 Por

Emma-Margarita R. A.-Valdés

 

 

Todos los derechos reservados © - Emma-Margarita R. A.-Valdés

 

 

     
 

 

 

LA BAJADA A LA PLAYA

 

Hermosa mañana de sol y calma. Inicio lentamente el descenso a la playa.

 

Pasado el primer recodo del camino, me sorprende un estallido de luz, color y música. Un cuadro sonoro brillante, con fachadas encaladas enmarcadas por el mar y el monte. Innumerables tenderetes rebosan con diversidad de objetos, expositores pletóricos de mercancías, aguijoneando el ansia de los veraneantes, ávidos de fantasías. Forman un enorme collar cuyas cuentas se derraman hasta el final del camino: la playa.

 

Envuelve el paisaje la música de los juglares callejeros que mendigan sus vacaciones. Un acordeón desgarra un viejo tango; sus notas rancias contrastan con la luminosidad del lugar, evocando un antro nocturno ahogado en humo y alcohol.

 

Surge un sentimiento extraño ante esta mezcla: acordeón, tenderetes, tango, sevillanas, alegría, nostalgia, luz…

 

 

Sigo descendiendo, embriagada por aromas de flores y cremas veraniegas, entre relojes, cuadros y objetos exóticos destinados a convertirse en recuerdos de unas vacaciones.

 

Impregna el ambiente la voz ronca de un cantante de rock, emulando a los principales del momento. Le acompaña una guitarrista semidesnuda. Sus cuerpos tostados y juveniles se agitan al compás de la música, mientras caen gotas de dinero en la funda de la guitarra. Son las dádivas de los veraneantes por disfrutar, un instante, de un voluptuoso sueño.

 

Continúo avanzando. En un ángulo, casi escondida, una vieja gitana, ataviada con ropa negra, absorbe todo el calor del sol. Contempla estática nuestra pintoresca procesión hacia el delirio estival. Su mano morena extendida ejerce su oficio. Me estremece una ráfaga de tristeza.

 

De pronto me saca de mis pensamientos el estruendo de platillos, castañuelas y tambores. Niños bailan acompañados de un extraño mono saltarín vestido cómicamente. Me detengo un momento, pero debo seguir.

 

El siguiente paso se cubre de encajes, puntillas, mantelerías, colchas…, un mundo vaporoso de artística filigrana blanca. A su lado, la nota oscura de una mujer morena, recia, con arrugas que narran luchas y amarguras. Es la sombra de la supervivencia en medio de la blancura del ambiente jubiloso y despreocupado.

 

 

Al final, doblando la esquina de una vieja pensión sin estrellas -con un inoportuno olor a pollo asado-, tropiezo con un hermoso chalecito cuajado de flores vibrantes, exuberantes, nutridas por el clima, el paisaje, la luz, la música y la alegría...

 

Me siento como esas flores: mi piel está despertando del letargo invernal, caliente, latiendo, no sé si por el sol o por el torbellino de sensaciones que me inundaron en el descenso.

 

¡Por fin el mar! Inmenso, majestuoso, esperando…; eternamente azul azul azul…

 

 

LA PLAYA

 

Horizonte grandioso, impresionante, infinito. ¡Qué bella, qué perfecta es tu creación, Dios mío!

 

Numerosos puntos blancos se deslizan suavemente por la superficie azogada del agua; veleros como alas de gaviotas surcan el horizonte. Rumor risueño de pequeñas olas que lamen la arena.

 

Tac, tac… las pelotas rebotan en raquetas de madera. Voces salpican el aire aquí y allá. Incesante ir y venir de gente en bañadores multicolores cubriendo parcialmente los cuerpos bronceados. Carne por doquier: pálida como ternera de Ávila, roja como vaca vieja, negra como toro bravo en una plaza muy española. Es curioso que, cuando los seres humanos son sólo carne, sin ropas ni etiquetas, persisten las diferencias atávicas.

 

 

Y olores variados de cremas: a almendras, a macho cabrío, a condimento casero -como si algo se asara sin pausa-, a espeto y, a veces, a perfume francés.

 

Pechos desnudos de mujer, muchos pechos, por todas partes, erguidos, colgantes, turgentes -producto de cirugía-, pocos bellos, pero todos incómodos, provocativos, no son indiferentes. Glúteos. muchos glúteos, sólidos o flácidos. Es la moda: la desnudez se muestra sin pudor.

 

Torsos masculinos, unos robustos, morenos, musculosos: otros pálidos y enclenques. Por lo general, los hombres tienen más recato, con bañadores amplios que ocultan su hombría.

 

 

Parejas se masajean, abrillantando la piel. ¡Qué hermosa es la piel! ¡Qué perfecta!

 

Niños inquietos, juguetones y ruidosos gritan al contacto del agua, que es, como ellos, juguetona.

 

Pasa un adolescente difundiendo música. ¡Qué buen invento los auriculares! Su música contamina la armonía natural con el grito de la civilización.

 

Siento calor. El mar está en calma, seductor. Voy a dejarme abrazar por el agua fresca y azul azul azul…

 

 

Emma-Margarita R. A.-Valdés

 

 

 
     

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