|
LA
BAJADA A LA PLAYA
Hermosa mañana de sol y calma. Inicio lentamente el descenso
a la playa.
Pasado el primer recodo del camino, me sorprende un
estallido de luz, color y música. Un cuadro sonoro
brillante, con fachadas encaladas enmarcadas por el mar y el
monte. Innumerables tenderetes rebosan con diversidad de
objetos, expositores pletóricos de mercancías, aguijoneando
el ansia de los veraneantes, ávidos de fantasías. Forman un
enorme collar cuyas cuentas se derraman hasta el final del
camino: la playa.
Envuelve el paisaje la música de los juglares callejeros que
mendigan sus vacaciones. Un acordeón desgarra un viejo
tango; sus notas rancias contrastan con la luminosidad del
lugar, evocando un antro nocturno ahogado en humo y alcohol.
Surge un sentimiento extraño ante esta mezcla: acordeón,
tenderetes, tango, sevillanas, alegría, nostalgia, luz…

Sigo descendiendo, embriagada por aromas de flores y cremas
veraniegas, entre relojes, cuadros y objetos exóticos
destinados a convertirse en recuerdos de unas vacaciones.
Impregna el ambiente la voz ronca de un cantante de rock,
emulando a los principales del momento. Le acompaña una
guitarrista semidesnuda. Sus cuerpos tostados y juveniles se
agitan al compás de la música, mientras caen gotas de dinero
en la funda de la guitarra. Son las dádivas de los
veraneantes por disfrutar, un instante, de un voluptuoso
sueño.
Continúo avanzando. En un ángulo, casi escondida, una vieja
gitana, ataviada con ropa negra, absorbe todo el calor del
sol. Contempla estática nuestra pintoresca procesión hacia
el delirio estival. Su mano morena extendida ejerce su
oficio. Me estremece una ráfaga de tristeza.
De pronto me saca de mis pensamientos el estruendo de
platillos, castañuelas y tambores. Niños bailan acompañados
de un extraño mono saltarín vestido cómicamente. Me detengo
un momento, pero debo seguir.
El siguiente paso se cubre de encajes, puntillas,
mantelerías, colchas…, un mundo vaporoso de artística
filigrana blanca. A su lado, la nota oscura de una mujer
morena, recia, con arrugas que narran luchas y amarguras. Es
la sombra de la supervivencia en medio de la blancura del
ambiente jubiloso y despreocupado.

Al final, doblando la
esquina de una vieja pensión sin estrellas -con un
inoportuno olor a pollo asado-, tropiezo con un hermoso
chalecito cuajado de flores vibrantes, exuberantes, nutridas
por el clima, el paisaje, la luz, la música y la alegría...
Me siento como esas flores: mi piel está despertando del
letargo invernal, caliente, latiendo, no sé si por el sol o
por el torbellino de sensaciones que me inundaron en el
descenso.
¡Por fin el mar! Inmenso, majestuoso, esperando…;
eternamente azul azul azul…

LA PLAYA
Horizonte grandioso, impresionante, infinito. ¡Qué bella,
qué perfecta es tu creación, Dios mío!
Numerosos puntos blancos se deslizan suavemente por la
superficie azogada del agua; veleros como alas de gaviotas
surcan el horizonte. Rumor risueño de pequeñas olas que
lamen la arena.
Tac, tac… las pelotas rebotan en raquetas de madera. Voces
salpican el aire aquí y allá. Incesante ir y venir de gente
en bañadores multicolores cubriendo parcialmente los cuerpos
bronceados. Carne por doquier: pálida como ternera de Ávila,
roja como vaca vieja, negra como toro bravo en una plaza muy
española. Es curioso que, cuando los seres humanos son sólo
carne, sin ropas ni etiquetas, persisten las diferencias
atávicas.

Y olores variados de cremas: a almendras, a macho cabrío, a
condimento casero -como si algo se asara sin pausa-, a
espeto y, a veces, a perfume francés.
Pechos desnudos de mujer, muchos pechos, por todas partes,
erguidos, colgantes, turgentes -producto de cirugía-, pocos
bellos, pero todos incómodos, provocativos, no son
indiferentes. Glúteos. muchos glúteos, sólidos o flácidos.
Es la moda: la desnudez se muestra sin pudor.
Torsos masculinos, unos robustos, morenos, musculosos: otros
pálidos y enclenques. Por lo general, los hombres tienen más
recato, con bañadores amplios que ocultan su hombría.

Parejas se masajean, abrillantando la piel. ¡Qué hermosa es
la piel! ¡Qué perfecta!
Niños inquietos, juguetones y ruidosos gritan al contacto
del agua, que es, como ellos, juguetona.
Pasa un adolescente difundiendo música. ¡Qué buen invento
los auriculares! Su música contamina la armonía natural con
el grito de la civilización.
Siento calor. El mar está en calma, seductor. Voy a dejarme
abrazar por el agua fresca y azul azul azul…

Emma-Margarita R. A.-Valdés
|