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UNA VIDA EN EL DESVÁN

Por

Emma-Margarita R. A.-Valdés

 

He comprado un chalé muy bien situado, amueblado y con todo lo que dejó su anterior propietaria, quien, debido a su edad, se fue a vivir con una de sus hijas. Contiene muchos libros, lo que me encanta, y figuritas que quizás sean recuerdos de momentos queridos de su vida.

 

Ayer, al disponer de tiempo, subí al desván para ver qué encerraban sus paredes. Había una gran variedad de objetos, entre ellos un arcón antiguo. Su madera estaba desgastada, pero, al tocarlo, sentí que guardaba algo especial. Lo abrí y, en su interior, encontré un cuaderno encuadernado en piel labrada. Era un diario. Lo cogí y bajé al salón para leerlo con calma y comodidad. Según leí, era la continuación de otro anterior que no hallé. Su lectura me emocionó y, por eso, reproduzco aquí su contenido:

 

 

 

Noviembre

Día 27

Comienzo este nuevo libro-diario, regalo de mi amiga Luisa. Ella siempre insistió en que continuara escribiendo, aunque muchas veces me costara enfrentarme a mis propios recuerdos. Lo hago para dejar constancia de mis experiencias antes de partir hacia la otra orilla. Este diario será mi confidente, el testigo de mi vida cuando ya no esté.

 

Estoy preparando mi regreso a la tierra en la que nací. Quiero acabar mis días entre mis viejos amigos y familiares, donde mi corazón echó raíces. El lugar donde reposaré es bellísimo, un alto, con vistas al mar, donde el viento acaricia las tumbas como susurros de almas que nunca se han ido. En la blanca capilla del cementerio, rezaré las noches de luna llena. No estaré sola, allí descansan personas queridas que fueron parte de mi historia.

 

Debo dejar todo en orden. Lo primero que haré será subir al desván, recuperar mi antiguo diario, leerlo y después quemarlo. Al recorrer sus páginas, reviviré momentos lejanos. Ahora, quizá, veré los hechos en su verdadera dimensión y trascendencia, sin la distorsión del ímpetu juvenil.

 

Hoy no ha habido novedad alguna en mi vida.

 

Día 30

Han pasado dos días sin escribir. He estado leyendo parte de mi diario anterior. Al abrirlo, percibí un aroma familiar y sentí su palpitación entre mis manos rugosas. También mi corazón latió con fuerza y temí lo peor. Entre sus páginas, encontré el eco de mi juventud, los momentos felices y las lágrimas que creí olvidadas

 

Recordé la muerte de mi abuela, quien fue mi padre y mi madre cuando, aún adolescente, quedé sola tras el accidente en el que murieron mis padres. En aquellos días escribí que el sufrimiento del espíritu es mayor que el del cuerpo.

 

Hasta ahora, nada nuevo ha sucedido en mi vida para ser escrito hoy. Mis horas están llenas de recuerdos que siempre quise olvidar.

 

Día 2

El amanecer es radiante y yo me siento un poco mejor. Seguí leyendo mi viejo diario y volví a vivir aquellos días felices del verano con mis amigas, en la playa, en los bailes vespertinos, en las fiestas. Cómo los chicos nos galanteaban. Cómo nos reíamos con sus ocurrencias. Nos encantaba ser cortejadas. Soñábamos con encontrar un amor para toda la vida. Así era en mis tiempos.

 

Yo era guapa, mejor dicho, atractiva para los hombres. ¿Dónde quedaron aquella figura y aquel rostro? Me miro en el espejo y apenas reconozco a la joven que fui. Hace tiempo que no recibo piropos al caminar… No importa. He vivido y tengo experiencia y libertad para decidir sobre lo que me queda de vida.

 

No hay más asuntos sobre los que escribir hoy. Todo sigue igual, gracias a Dios.

 

Día 7

Han pasado cinco días desde la última vez que escribí en este diario. La vida es compleja. Es un entramado de momentos felices y desgraciados. En estos días leí una etapa feliz y dolorosa a la vez. Feliz porque encontré mi primer amor y fui correspondida. Ahora sé lo mucho que me amó, pero entonces no lo supe y sufrí intensamente cuando me dejó. Permanecí varios días en cama con fiebre alta a causa del dolor. Sentí que mi vida había terminado, que sin él no merecía la pena seguir viviendo.

 

Recobré una foto que creía perdida. Estaba entre las hojas del antiguo diario. Una foto en blanco y negro, cuyos tonos oscuros ya comenzaban a volverse sepia. En ella estábamos los dos. Lástima que en aquella época no se hicieran fotos en color, se vería el azul transparente de sus ojos, su tez morena y su cabello negro azabache. Era alto, fuerte, lleno de vida. Recuerdo cómo me asomaba al mar de sus ojos y cómo me estremecía su profunda y enamorada mirada y el temblor de mi cuerpo la primera vez que me tomó de la mano. Fue un roce leve, pero sentí como si el mundo entero se encendiera en ese instante.

 

Llegó la ruptura. Me dijo que odiaba la vida de casado, que nunca se casaría, que no quería hacerme perder el tiempo con él y que, si seguíamos juntos, me haría mucho daño, que no era un hombre para una sola mujer, que quería vivir su vida en libertad, y otras cosas que me hicieron llorar. Me abrazó diciéndome “no llores, es lo mejor para los dos”. Yo pensé que nunca me había amado.

 

Pasaron los años, encontré un nuevo amor, fui feliz y formé una familia. En ese tiempo no supe qué había sido de él. Yo me había trasladado a otra ciudad.

 

Una tarde, recibí la visita de una amiga íntima de aquel tiempo, con sus dos hijos. Hablamos sobre nuestras vidas, los caminos tomados, las decisiones que nos definieron. Mientras tanto, nuestros hijos jugaban en el parque. Ella, con un tono sereno, pero con la sombra de la tristeza en su voz, me dijo: “Él nunca se casó, estuvo muy enfermo…”. Un escalofrío me recorrió. Me aferré al banco con fuerza. “¿Cómo está?”, pregunté, sin querer oír la respuesta. “Ha muerto”. Mi pecho se cerró como una puerta antigua golpeada por el viento. Años, décadas… y aún, en lo más profundo de mí, su amor seguía latiendo.

 

Luego me reveló lo que nunca comprendí: él me dejó porque supo que tenía una enfermedad incurable y contagiosa y quiso que yo fuera libre y tuviera una vida feliz lejos de él. Por eso me dijo cosas hirientes, para que lo olvidara. El alma se me desgarró al comprenderlo. No fue desamor, no fue cobardía… Fue sacrificio. Él me protegió de su propio destino, pero no me protegió del inmenso dolor de la ruptura. No pude decirle que, aun con la sombra de la muerte acechando, yo habría elegido quedarme a su lado. Sin embargo, el saber que me había amado tanto como para renunciar a nuestro amor, fue un consuelo dolorido, pero profundamente impactante.

 

En este momento estoy triste. El recuerdo de su amor y de su pérdida siguen vivos.

Día 15

Después de leer lo que mi amiga me dijo, quedé recordando el tiempo vivido junto al hombre que amé. No le guardo rencor, pero hay algo que me irrita en mi interior: ¡Qué hermoso tiempo perdido! Podríamos haber seguido gozando de nuestro amor. Cuando se ama, no importa la enfermedad, ni el dinero, ni otras circunstancias, porque el amor todo lo llena, todo lo inunda de resplandor. Es entrega, es dádiva.

 

No sigo escribiendo. Quedo con el hermoso recuerdo de este gran amor, no consumado, pero profundamente sentido.

 

Día 27

Cada día tengo más pereza para escribir. Mi vida es tranquila, ha llegado a los últimos momentos. ¿Años? ¿Meses? ¿Días? Lo único que me hace sentir viva es mi antiguo diario. Leyendo sus páginas vuelvo a vivir mi pasado. Es como si estuviera sucediendo en el presente. En estos últimos días, leí la etapa de mi vida que me completó como mujer. Mi noviazgo con el que fue mi marido. Un hombre inteligente, guapo, con su piel blanca tostada por el sol, alto y hermoso. Dije primero inteligente, porque si no lo hubiera sido, por muy guapo que fuera no me hubiera llenado.

 

La boda. Los hijos. Cinco hijos, tres niños y dos niñas. Actualmente los chicos están trabajando en el extranjero y una de mis hijas vive, con su marido, también en el extranjero. Aquí solo queda la más pequeña, casada. Está insistiendo en que vaya a vivir a su casa, dice que es lo mejor, tanto para mí como para ella, así yo estaría al tanto de sus dos hijos y ella se sentiría más tranquila cuando fuera a su trabajo. Estoy pensándolo.

 

Diciembre

Día 8

Acabo de llegar de la celebración del bautizo de mi nieto, el segundo de mi hija. Me emocioné. Tuve que esconderme para que no vieran mis lágrimas. Lloré porque los recuerdos se agolparon en mi mente. A mi nuevo nieto le pusieron el nombre de mi marido. ¡Cuánto lo agradezco! Él está siempre en mi recuerdo desde el trágico momento en que nos dejó, tras sufrir una larga enfermedad. ¡Cómo hubiera disfrutado hoy en el bautizo de su nieto! Fue una ceremonia solemne, bellísima.

 

Me da paz saber que mis hijos y mis nietos están bautizados y que continúan viviendo su fe. Creo que es lo mejor que les pudimos dejar, una formación sólida en valores espirituales y una esperanza para el futuro. La fe da la paz y la felicidad al saber que estamos en manos de un ser poderoso, misericordioso, que nos ama y que, suceda lo que suceda, siempre resulta beneficioso para nosotros.

 

Como es natural, estoy cansada. Es mucho jaleo para mí, tanta gente, tanto banquete y tanta emoción.

 

Día 20

Se acerca la Navidad. Mi hija sigue insistiendo en que vaya a vivir con ellos, a su casa. Creo que tiene razón en los argumentos que utiliza. Me dice que mis otros hijos están lejos, que sin ella estaría sola. Y yo pienso: ¡Qué triste estar sola después de haber tenido cinco hijos, haberlos criado y educado y haberles dado todo el sacrificio y el amor del mundo! Menos mal que me queda esta hija. Quizá acepte su ofrecimiento. Si lo hago, procuraré ayudar en lo que me pida (digo lo que me pida, no meterme a gobernar…), me mantendré discretamente alejada de su vida matrimonial, seré prudente, que mi presencia no disturbe su vida.

 

Día 25

Ayer celebramos la Nochebuena en casa de mi hija. Cuando me senté a la mesa y miré a mi familia reunida, sentí que mi vida había valido la pena. Recordé a mi marido, a mis padres, a los que ya se fueron. Pero en las risas de mis nietos, en el abrazo cálido de mi hija, en la luz de las velas parpadeando en la mesa, percibí que ellos siguen conmigo.

 

En otros años, la Nochebuena y la Navidad se celebraban en mi casa. Estábamos todos: mi marido, mis cinco hijos, nuestros padres y yo. ¡Qué felices momentos! La casa relucía con adornos brillantes, lucecitas, y el Nacimiento, que no podía faltar. Mis hijos y yo lo montábamos. Lo hacíamos con amor y disfrutando de la obra de arte que estábamos llevando a cabo. Íbamos al bosque a buscar musgo y comprábamos adornos y nuevas figuras. Son hermosos recuerdos.

 

Dormí allí, en la habitación que ella tiene preparada para mí. Una bonita y soleada habitación con vistas al jardín y con su propio cuarto de baño. ¡Cómo me conmueve y agradezco de corazón su cariño y su interés por mí!

 

Día 31

En la comida de Navidad les dije que aceptaba su ofrecimiento, que me mudaría a su casa. Se alegraron mucho. Me abrazaron cálidamente. Me sentí feliz y muy querida. Me dijeron que aprovecharán las vacaciones navideñas para hacer el traslado, que no me falte nada.

  

Ahora elegiré lo más necesario para llevar. Quemaré mi antiguo diario en la chimenea. Al arder, sus palabras se convertirán en cenizas que el viento llevará lejos. El calor que desprenda calentará mi cuerpo y el olor agridulce de las palabras llenará la estancia. Este diario queda aquí, en el desván, como testimonio de una vida que no fue perfecta, pero que fue plena. Quizá algún día alguien lo encuentre y sepa que la verdadera felicidad no está en los años vividos, sino en lo que dejamos en los corazones que nos sobreviven.

 

Cierro estas páginas con la certeza de que he amado, he perdido y he vivido. Y eso es suficiente. Agradezco a Dios cada instante, cada cicatriz, cada alegría.

 

Espero que Dios me conceda algunos años más gozando de mi familia, que es la única razón por la que quiero seguir viviendo.

Emma-Margarita R. A.-Valdés

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