|
Noviembre
Día 27
Comienzo este nuevo
libro-diario, regalo de mi amiga Luisa.
Ella siempre insistió en que continuara
escribiendo, aunque muchas veces me costara enfrentarme a mis
propios recuerdos.
Lo hago para dejar
constancia de mis experiencias antes de partir hacia la otra orilla.
Este
diario será mi confidente, el testigo de mi vida cuando ya no esté.
Estoy preparando mi regreso a la tierra en la que nací. Quiero
acabar mis días entre mis viejos amigos y familiares, donde mi
corazón echó raíces. El lugar donde reposaré es bellísimo, un alto,
con vistas al mar, donde el viento acaricia las tumbas como susurros
de almas que nunca se han ido. En la blanca capilla del cementerio,
rezaré las noches de luna llena. No estaré sola, allí descansan
personas queridas que fueron parte de mi historia.
Debo dejar todo en
orden. Lo primero que haré será subir al desván, recuperar mi
antiguo diario, leerlo y después quemarlo. Al recorrer sus páginas,
reviviré momentos lejanos. Ahora, quizá, veré los hechos en su
verdadera dimensión y trascendencia, sin la distorsión del ímpetu
juvenil.
Hoy no ha habido
novedad alguna en mi vida.

Día 30
Han pasado dos días
sin escribir. He estado leyendo parte de mi diario anterior. Al
abrirlo, percibí un aroma familiar y sentí su palpitación entre mis
manos rugosas. También mi corazón latió con fuerza y temí lo peor.
Entre
sus páginas, encontré el eco de mi juventud, los momentos felices y
las lágrimas que creí olvidadas
Recordé la muerte de
mi abuela, quien fue mi padre y mi madre cuando, aún adolescente,
quedé sola tras el accidente en el que murieron mis padres. En
aquellos días escribí que el sufrimiento del espíritu es mayor que
el del cuerpo.
Hasta ahora, nada
nuevo ha sucedido en mi vida para ser escrito hoy. Mis horas están
llenas de recuerdos que siempre quise olvidar.

Día 2
El amanecer es
radiante y yo me siento un poco mejor. Seguí leyendo mi viejo diario
y volví a vivir aquellos días felices del verano con mis amigas, en
la playa, en los bailes vespertinos, en las fiestas. Cómo los chicos
nos galanteaban. Cómo nos reíamos con sus ocurrencias. Nos encantaba
ser cortejadas. Soñábamos con encontrar un amor para toda la vida.
Así era en mis tiempos.
Yo era guapa, mejor
dicho, atractiva para los hombres. ¿Dónde quedaron aquella figura y
aquel rostro?
Me miro en el
espejo y apenas reconozco a la joven que fui.
Hace tiempo que no
recibo piropos al caminar… No importa. He vivido y tengo experiencia
y libertad para decidir sobre lo que me queda de vida.
No hay más asuntos
sobre los que escribir hoy. Todo sigue igual, gracias a Dios.

Día 7
Han pasado cinco días
desde la última vez que escribí en este diario. La vida es compleja.
Es un entramado de momentos felices y desgraciados. En estos días
leí una etapa feliz y dolorosa a la vez. Feliz porque encontré mi
primer amor y fui correspondida. Ahora sé lo mucho que me amó, pero
entonces no lo supe y sufrí intensamente cuando me dejó. Permanecí
varios días en cama con fiebre alta a causa del dolor. Sentí que mi
vida había terminado, que sin él no merecía la pena seguir viviendo.
Recobré
una foto que creía perdida. Estaba entre las hojas del antiguo
diario. Una foto en blanco y negro, cuyos tonos oscuros ya
comenzaban a volverse sepia. En ella estábamos los dos. Lástima que
en aquella época no se hicieran fotos en color, se vería el azul
transparente de sus ojos, su tez morena y su cabello negro azabache.
Era alto, fuerte, lleno de vida. Recuerdo cómo me asomaba al mar de
sus ojos y cómo me estremecía su profunda y enamorada mirada y el
temblor de mi cuerpo la primera vez que me tomó de la mano. Fue un
roce leve, pero sentí como si el mundo entero se encendiera en ese
instante.
Llegó la ruptura. Me
dijo que odiaba la vida de casado, que nunca se casaría, que no
quería hacerme perder el tiempo con él y que, si seguíamos juntos,
me haría mucho daño, que no era un hombre para una sola mujer, que
quería vivir su vida en libertad, y otras cosas que me hicieron
llorar. Me abrazó diciéndome “no llores, es lo mejor para los dos”.
Yo pensé
que nunca me había amado.
Pasaron los años,
encontré un nuevo amor, fui feliz y formé una familia. En ese tiempo
no supe qué había sido de él. Yo me había trasladado a otra ciudad.
Una tarde, recibí la
visita de una amiga íntima de aquel tiempo, con sus dos hijos.
Hablamos sobre nuestras vidas, los caminos tomados, las decisiones
que nos definieron. Mientras tanto, nuestros hijos jugaban en el
parque. Ella, con un tono sereno, pero con la sombra de la tristeza
en su voz, me dijo: “Él nunca se casó, estuvo muy enfermo…”. Un
escalofrío me recorrió. Me aferré al banco con fuerza. “¿Cómo
está?”, pregunté, sin querer oír la respuesta. “Ha muerto”. Mi pecho
se cerró como una puerta antigua golpeada por el viento. Años,
décadas… y aún, en lo más profundo de mí, su amor seguía latiendo.
Luego me reveló lo
que nunca comprendí: él me dejó porque supo que tenía una enfermedad
incurable y contagiosa y quiso que yo fuera libre y tuviera una vida
feliz lejos de él. Por eso me dijo cosas hirientes, para que lo
olvidara. El alma se me desgarró al comprenderlo. No fue desamor, no
fue cobardía… Fue sacrificio. Él me protegió de su propio destino,
pero no me protegió del inmenso dolor de la ruptura. No pude
decirle que, aun con la sombra de la muerte acechando, yo habría
elegido quedarme a su lado. Sin embargo, el saber que me había amado
tanto como para renunciar a nuestro amor, fue un consuelo dolorido,
pero profundamente impactante.
En este momento estoy
triste. El recuerdo de su amor y de su pérdida siguen vivos.

Día 15
Después de leer lo
que mi amiga me dijo, quedé recordando el tiempo vivido junto al
hombre que amé. No le guardo rencor, pero hay algo que me irrita en
mi interior: ¡Qué hermoso tiempo perdido! Podríamos haber seguido
gozando de nuestro amor. Cuando se ama, no importa la enfermedad, ni
el dinero, ni otras circunstancias, porque el amor todo lo llena,
todo lo inunda de resplandor. Es entrega, es dádiva.
No sigo escribiendo.
Quedo con el hermoso recuerdo de este gran amor, no consumado, pero
profundamente sentido.

Día 27
Cada día tengo más
pereza para escribir. Mi vida es tranquila, ha llegado a los últimos
momentos. ¿Años? ¿Meses? ¿Días? Lo único que me hace sentir viva es
mi antiguo diario. Leyendo sus páginas vuelvo a vivir mi pasado. Es
como si estuviera sucediendo en el presente. En estos últimos días,
leí la etapa de mi vida que me completó como mujer. Mi noviazgo con
el que fue mi marido. Un hombre inteligente, guapo, con su piel
blanca tostada por el sol, alto
y hermoso. Dije primero inteligente, porque si no lo hubiera sido,
por muy guapo que fuera no me hubiera llenado.
La boda. Los hijos.
Cinco hijos, tres niños y dos niñas. Actualmente los chicos están
trabajando en el extranjero y una de mis hijas vive, con su marido,
también en el extranjero. Aquí solo queda la más pequeña, casada.
Está insistiendo en que vaya a vivir a su casa, dice que es lo
mejor, tanto para mí como para ella, así yo estaría al tanto de sus
dos hijos y ella se sentiría más tranquila cuando fuera a su
trabajo. Estoy pensándolo.

Diciembre
Día 8
Acabo de llegar de la
celebración del bautizo de mi nieto, el segundo de mi hija. Me
emocioné. Tuve que esconderme para que no vieran mis lágrimas. Lloré
porque los recuerdos se agolparon en mi mente. A mi nuevo nieto le
pusieron el nombre de mi marido. ¡Cuánto lo agradezco! Él está
siempre en mi recuerdo desde el trágico momento en que nos dejó,
tras sufrir una larga enfermedad. ¡Cómo hubiera disfrutado hoy en el
bautizo de su nieto! Fue una ceremonia solemne, bellísima.
Me da paz saber que
mis hijos y mis nietos están bautizados y que continúan viviendo su
fe. Creo que es lo mejor que les pudimos dejar, una formación sólida
en valores espirituales y una esperanza para el futuro. La fe da la
paz y la felicidad al saber que estamos en manos de un ser poderoso,
misericordioso, que nos ama y que, suceda lo que suceda, siempre
resulta beneficioso para nosotros.
Como es natural,
estoy cansada. Es mucho jaleo para mí, tanta gente, tanto banquete y
tanta emoción.

Día 20
Se acerca la Navidad.
Mi hija sigue insistiendo en que vaya a vivir con ellos, a su casa.
Creo que tiene razón en los argumentos que utiliza. Me dice que mis
otros hijos están lejos, que sin ella estaría sola. Y yo pienso:
¡Qué triste estar sola después de haber tenido cinco hijos, haberlos
criado y educado y haberles dado todo el sacrificio y el amor del
mundo! Menos mal que me queda esta hija. Quizá acepte su
ofrecimiento. Si lo hago, procuraré ayudar en lo que me pida (digo
lo que me pida, no meterme a gobernar…), me mantendré discretamente
alejada de su vida matrimonial, seré prudente, que mi presencia no
disturbe su vida.

Día 25
Ayer celebramos la Nochebuena en casa de mi hija. Cuando me senté a
la mesa y miré a mi familia reunida, sentí que mi vida había valido
la pena. Recordé a mi marido, a mis padres, a los que ya se fueron.
Pero en las risas de mis nietos, en el abrazo cálido de mi hija, en
la luz de las velas parpadeando en la mesa, percibí que ellos siguen
conmigo.
En otros años, la
Nochebuena y la Navidad se celebraban en mi casa. Estábamos todos:
mi marido, mis cinco hijos, nuestros padres y yo. ¡Qué felices
momentos! La casa relucía con adornos brillantes, lucecitas, y el
Nacimiento, que no podía faltar. Mis hijos y yo lo montábamos. Lo
hacíamos con amor y disfrutando de la obra de arte que estábamos
llevando a cabo. Íbamos al bosque a buscar musgo y comprábamos
adornos y nuevas figuras. Son hermosos recuerdos.
Dormí allí, en la
habitación que ella tiene preparada para mí. Una bonita y soleada
habitación con vistas al jardín y con su propio cuarto de baño.
¡Cómo me conmueve y agradezco de corazón su cariño y su interés por
mí!

Día 31
En la comida
de Navidad les dije que aceptaba su ofrecimiento, que me mudaría a
su casa. Se alegraron mucho. Me abrazaron cálidamente. Me sentí
feliz y muy querida. Me dijeron que aprovecharán las vacaciones
navideñas para hacer el traslado, que no me falte nada.
Ahora elegiré
lo más necesario para llevar.
Quemaré mi antiguo
diario en la chimenea.
Al arder, sus
palabras se convertirán en cenizas que el viento llevará lejos.
El calor que
desprenda calentará mi cuerpo y el olor agridulce de las palabras
llenará la estancia. Este diario queda aquí, en el desván, como
testimonio de una vida que no fue perfecta, pero que fue plena.
Quizá
algún día alguien lo encuentre y sepa que la verdadera felicidad no
está en los años vividos, sino en lo que dejamos en los corazones
que nos sobreviven.
Cierro estas páginas
con la certeza de que he amado, he perdido y he vivido.
Y eso es
suficiente.
Agradezco a Dios cada instante, cada cicatriz, cada alegría.
Espero que Dios me
conceda algunos años más gozando de mi familia, que es la única
razón por la que quiero seguir viviendo. |