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El
templo, majestuoso,
es
custodia de espiritual riqueza,
es
su perfil hermoso,
sus
torres son la alteza
del
símbolo que encierra su belleza.

El
gesto generoso
del
pueblo que a su Dios adora y reza,
construye
este grandioso
tributo
a la proeza
de
un Rey merecedor de tal grandeza.
Como
ungüento oloroso,
regalado
al Señor por gentileza
de
un sentir amoroso,
con
humana largueza
se
ofrece el templo al Dios de la nobleza.
En
el templo fastuoso,
los
consagrados viven la pobreza
del
voto fervoroso,
hecho
a la realeza
del
Dios que se hizo hombre en la Pureza.
El
creyente virtuoso
encuentra
en sus cimientos fortaleza
para
este doloroso
destierro
en la maleza,
por
pecado de orgullo y de flaqueza.

Emma-Margarita
R. A.-Valdés

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