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SALES, MARÍA, CON TUS PARIENTES, PARA HABLARLE
Por toda la región de Galilea anda tu hijo, el Mesías, predicando la palabra salvífica y curando, haciendo dignamente su tarea. Vigilas asomada a tu azotea, acechas el futuro, escudriñando los rumores, que infames van lanzando, y un peligro en el cierzo merodea.
Sales, con tus parientes, para hablarle. Pero Él está sentado entre la gente, que le escucha enfervorizadamente, amontonada, a punto de aplastarle. Aguardas fuera, absorta al contemplarle. Le avisan que su madre está presente con su familia y, sosegadamente, permanecen allí para esperarle.
Cuando a Jesús le dicen que María le reclama, en unión de sus hermanos, sus parientes, discípulos, paisanos, oculta su emoción y su alegría para dar su esencial teología: ¿Quién es mi madre y quienes mis hermanos?, los hijos de mi Padre, los humanos que hacen su voluntad con valentía.
Tú entiendes su postura, es su misión, Él es el Salvador, el Rey enviado a indultar al confeso de pecado, y tu ofrenda también es redención. Eres regia en tu libre humillación, viviendo para Él, a su costado, en tu puesto cercano y retirado, participando en la obra del perdón.
El escéptico afirma que esta escena es negación de tu virginidad. Satanás, tu enemigo, con maldad la tergiversa, él odia tu patena. Son parientes, no hermanos, la cadena de la sangre y la auténtica amistad en la fe, que unifica, y la heredad que Jesús les dará en la última cena.
Ni Lot era el hermano de Abraham, ni Santiago, José, Simón y Judas lo fueron del Mesías, y sin dudas Jacob no era el hermano de Labán. Cuando en Pascua le buscas con afán no hay otros hijos a los que tú acudas. Porque estás sola, sin tener ayudas, desde la Cruz, Jesús te entrega a Juan.
Del libro "Antes que la luz de la alborada, tú, María"
Libros de Emma-Margarita R. A.-Valdés
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Pintor: Carl Heinrich Bloch
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