El
veinticinco de diciembre una
cosa pasó: había
nacido el niño Dios. Era
regordete, rubio
y guapete. Y
esos ricitos tan bellos, que
caen sobre su frente, parecen
campanillas que
van llamando a la gente. Una
vez tuve miedo y
yo me asusté; me
escondí en un sitio y
luego recé. Se
apareció la Virgen, después
me abrazó, me
pregunta: ¿qué es lo que pasó? Nada,
nada, ya sé qué
hacer: nunca
jamás me
volveré a esconder. Ayer
fui a la iglesia y
recé y recé; luego
me pregunté: ¿para
qué sirve rezar si
Dios no me va a escuchar?. Si
te escucho, niña mía, dijo
una voz del más allá. Háblame,
niña, dime
cómo te va. Sí,
Dios querido, de
Ti no volveré a dudar.
Rocío Segovia 11
años - Madrid
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