NOCHE DE FIESTA EN EL PUEBLO (Recordando a grandes poetas) Por
El
pueblo es ascua encendida
bajo
el azabache inmenso,
música
y algarabía,
seda,
raso y terciopelo,
tenderetes
de colores,
voces,
gritos, risoteos.
Embrujo
de noche blanca
trenza
la luna en el cielo
con
rayos de bronce y oro.
Escintilan
los luceros.
Las
estrellas, fuego y plata,
bailan
por el firmamento
con
el ritmo de la historia
al
son de los nuevos tiempos.
Golosinas,
farolillos,
deleitan
a los chicuelos
que
retozan hechizados
con
la magia del festejo;
aferrados
a una mano
baten
alas de jilgueros,
libres
de jaula y barrotes,
iniciando
el primer vuelo.
Los
jóvenes van cantando
las
canciones del momento,
anhelan,
en esta noche,
adentrarse
en el misterio,
llevan
premura en las venas
por
beberse el mundo entero,
por
adueñarse de golpe
del
río, del mar, del viento,
por
degustar el amor
carne
a carne, beso a beso.
Las
madres, en sus entrañas,
sienten
despertar al miedo
por
tantas cosas que pueden
segar
la vida y el sueño.
Cruzan
largas callejuelas
cansados,
lentos, los viejos,
estatuas
de sal y escarcha
pulidas
en blanco y negro;
sus
ojos, cuchillos grises,
taladran
los pensamientos;
sus
pies arrastran la huella
de
los pasados recuerdos
de
otras noches con farolas
que
lloran lejos, muy lejos.
La
campana de la Iglesia
duerme
en torre de silencios.
Las
casas de cal y adobe
están
vacías, sin ecos,
callan
las altas paredes,
la
fuente, el patio, los tiestos.
Pronto
sonará la hora
de
recoger el regreso.
Ya
están todos los vecinos
en
la gran plaza del pueblo,
ríen,
cantan, bailan, juegan,
es
la noche del ensueño.
Los
cohetes en el aire
dejan
estelas de fuego,
hay
un tronar que retumba,
se
estremecen alma y cuerpo,
crece
el goce de la vida,
de
amor y de vino añejo.
La
orquesta fustiga el ánimo
con
el bombo y el pandero,
la
rugosa piel de oveja
marca
el compás en los pechos.
En
las esquinas del monte
el
sol peina sus cabellos,
tiene
color aceituna
y
una nube de recelos.
La
noche se va marchando
por
los caminos del tiempo,
las
calles despiertan mudas,
triste
la plaza del pueblo,
los
niños pliegan sus alas,
velan
y añoran los viejos,
y
las puertas de las casas
se
cierran con golpe seco.
La
campana de la Iglesia
está
ya tocando a muerto.
Libros de Emma-Margarita R. A.-Valdés
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