Por
Emma-Margarita
R. A.-Valdés
Érase
una vez un médico
orgulloso
de su ciencia,
hinchado
de vanidad,
carente
de caridad
al
extender sus recetas.
Sucedió
que a un paciente
le
entregó una papeleta
para
curarle del mal,
la
escribió de forma tal
que
era imposible leerla.
Cuando
llegó a la farmacia
la
estudió la farmacéutica,
y
por más que la miraba
la
solución no encontraba
para
poder expenderla.
El
paciente fue al doctor
y
solicitó otra nueva,
éste
tachó de ignorante,
de
infantil, de principiante,
a
la experta farmacéutica.
Tras
hacer un gran alarde
de
extraordinaria paciencia,
repite
la prescripción
con
la manifestación
de
plasmar su mejor letra.
Ya
de nuevo en la farmacia
sigue
existiendo el problema,
pero
pueden barruntar...,
y,
para no molestar,
la
medicina le entregan.
Y
de esta estúpida historia
fue
la muerte consecuencia,
pues
para el galeno adulto
era
mostrarse un inculto
escribir
como en la escuela.

Al
estilo del doctor,
componen
muchos poetas,
que
llenan de oscuridad
la
brillante claridad
de
la poesía auténtica.
Emma-Margarita
R. A.-Valdés
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