Una vez hablaba el Conde Lucanor con
Patronio, su consejero, de este modo:
Patronio, sabéis que, gracias a Dios,
mis señoríos son grandes, pero no están
todos juntos. Aunque tengo tierras muy
bien defendidas, otras no lo están tanto
y otras están muy lejos de las tierras
donde mi poder es mayor. Cuando me
encuentro en guerra con mis señores, los
reyes, o con vecinos más poderosos que
yo, muchos que se llaman mis amigos y
algunos que me quieren aconsejar me
atemorizan y asustan, aconsejándome que
de ningún modo esté en mis señoríos más
apartados, sino que me refugie en los
que tienen mejores baluartes, defensas y
bastiones, que están en el centro de mis
tierras. Como os sé muy leal y muy
entendido en estos asuntos, os pido
vuestro consejo para hacer ahora lo más
conveniente.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, en
asuntos graves y problemáticos es muy
arriesgado dar un consejo, pues muchas
veces podemos equivocarnos, al no estar
seguros de cómo terminarán las cosas.
Con frecuencia vemos que, pensando una
cosa, sale después otra muy distinta,
porque lo que tememos que salga mal,
sale luego bien, y lo que creíamos que
saldría bien, luego resulta mal; por
ello, si el consejero es hombre leal y
de justa intención, cuando ha de dar un
consejo se siente en grave apuro y, si
no sale bien, queda el consejero
humillado y desacreditado. Por cuanto os
digo, señor conde, me gustaría evitarme
el aconsejaros, pues se trata de una
situación muy delicada y peligrosa, pero
como queréis que sea yo quien os
aconseje, y no puedo negarme, me
gustaría mucho contaros lo que sucedió a
un gallo con una zorra.
El conde le pidió que se lo contara.
-Señor conde -dijo Patronio-, había un
buen hombre que tenía una casa en la
montaña y que criaba muchas gallinas y
gallos, además de otros animales.
Sucedió que un día uno de sus gallos se
alejó de la casa y se adentró en el
campo, sin pensar en el peligro que
podía correr, cuando lo vio la zorra,
que se le fue acercando muy
sigilosamente para matarlo. Al verla, el
gallo se subió a un árbol que estaba un
poco alejado de los otros. Viendo la
zorra que el gallo estaba fuera de su
alcance, tomó gran pesar porque se le
había escapado y empezó a pensar cómo
podía cogerlo. Fue derecha al árbol y
comenzó a halagar al gallo, rogándole
que bajase y siguiera su paseo por el
campo; pero el gallo no se dejó
convencer. Viendo la zorra que con
halagos no conseguiría nada, empezó a
amenazar diciéndole que, pues no se
fiaba de ella, ya le buscaría motivos
para arrepentirse. Mas como el gallo se
sentía a salvo, no hacía caso de sus
amenazas ni de sus halagos. Cuando la
zorra comprendió que no podría engañarlo
con estas tretas, se fue al árbol y se
puso a roer su corteza con los dientes,
dando grandes golpes con la cola en el
tronco. El infeliz del gallo se
atemorizó sin razón y, sin pensar que
aquella amenaza de la zorra nunca podría
hacerle daño, se llenó de miedo y quiso
huir hacia los otros árboles donde
esperaba encontrarse más seguro y, pues
no podía llegar a la cima de la montaña,
voló a otro árbol. Al ver la zorra que
sin motivo se asustaba, empezó a
perseguirlo de árbol en árbol, hasta que
consiguió cogerlo y comérselo.
- Vos, señor Conde Lucanor, pues con
tanta frecuencia os veis implicado en
guerras que no podéis evitar, no os
atemoricéis sin motivo ni temáis las
amenazas o los dichos de nadie, pero
tampoco debéis confiar en alguien que
pueda haceros daño, sino esforzaos
siempre por defender vuestras tierras
más apartadas, que un hombre como vos,
teniendo buenos soldados y alimentos, no
corre peligro, aunque el lugar no esté
muy bien fortificado. Y si por un miedo
injustificado abandonáis los puestos más
avanzados de vuestro señorío, estad
seguro de que os irán quitando los otros
hasta dejaros sin tierra; porque como
demostréis miedo o debilidad,
abandonando alguna de vuestras tierras,
mayor empeño pondrán vuestros enemigos
en quitaros las que todavía os queden.
Además, si vos y los vuestros os
mostráis débiles ante unos enemigos cada
vez más envalentonados, llegará un
momento en que os lo quiten todo; sin
embargo, si defendéis bien lo primero,
estaréis seguro, como lo habría estado
el gallo si hubiera permanecido en el
primer árbol. Por eso pienso que este
cuento del gallo deberían saberlo todos
los que tienen castillos y fortalezas a
su cargo, para no dejarse atemorizar con
amenazas o con engaños, ni con fosos ni
con torres de madera, ni con otras armas
parecidas que sólo sirven para infundir
temor a los sitiados. Aún os añadiré
otra cosa para que veáis que sólo os
digo la verdad: jamás puede conquistarse
una fortaleza sino escalando sus muros o
minándolos, pero si el muro es alto las
escaleras no sirven de nada. Y para
minar unas murallas hace falta mucho
tiempo. Y así, todas las fortalezas que
se toman es porque a los sitiados les
falta algo o porque sienten miedo sin
motivo justificado. Por eso creo, señor
conde, que los nobles como vos, e
incluso quienes son menos poderosos,
deben mirar bien qué acción defensiva
emprenden, y llevarla a cabo sólo cuando
no puedan evitarla o excusarla. Mas,
iniciada la empresa, no debéis
atemorizaros por nada del mundo, aunque
haya motivos para ello, porque es bien
sabido que, de quienes están en peligro,
escapan mejor los que se defienden que
los que huyen. Pensad, por último, que
si un perrillo al que quiere matar un
poderoso alano se queda quieto y le
enseña los dientes, podrá escapar muchas
veces, pero si huye, aunque sea un perro
muy grande, será cogido y muerto
enseguida.
Al conde le agradó mucho todo esto que
Patronio le contó, obró según sus
consejos y le fue muy bien.
Y como don Juan pensó que este era un
buen cuento, lo mandó poner en este
libro e hizo unos versos que dicen así:
No sientas miedo nunca sin razón
y defiéndete bien, como un varón.
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