Un día hablaba el Conde Lucanor con su
consejero Patronio y le dijo:
-
Patronio, desde hace mucho tiempo tengo
un enemigo que me ha hecho mucho daño y
yo a él, de modo que por obras y
pensamientos estamos muy enemistados. Y
ahora sucede que otro caballero, más
poderoso que nosotros dos, está haciendo
algunas cosas de las que ambos tememos
que nos pueda venir mucho daño. Mi
enemigo me ha sugerido que nos unamos y
preparemos nuestra defensa contra el que
desea atacarnos, pues si los dos estamos
unidos le haremos frente con facilidad;
pero si uno abandona al otro, cualquiera
de nosotros que vaya contra aquel
caballero no podrá vencerlo y, cuando
uno de los dos sea derrotado, el que
sobreviva será vencido aún más
fácilmente. Por eso tengo serias dudas
en este asunto, pues si hacemos las
paces habremos de fiarnos el uno del
otro, por lo cual, si aquel enemigo mío
me quiere engañar y si yo estuviese en
sus manos, mi vida correría peligro;
pero por otra parte, si no nos unimos
como me sugiere, nos puede venir mucho
daño, tal como os he dicho. Por la
confianza que tengo en vos y por vuestro
buen juicio, os ruego que me deis
consejo para obrar como mejor deba.
- Señor
Conde Lucanor -dijo Patronio-, la cosa
es importante y al mismo tiempo
peligrosa. Para que mejor sepáis lo que
debéis hacer, me gustaría contaros lo
que ocurrió en Túnez a dos caballeros
que vivían con el infante don Enrique.
El
conde le pidió que se lo contara.
- Señor
conde -comenzó Patronio-, dos caballeros
que estaban en Túnez con el infante don
Enrique eran muy amigos y vivían juntos.
Estos dos caballeros no tenían sino un
caballo cada uno, y mientras ellos se
estimaban y respetaban, sus caballos se
tenían un odio feroz. Como los
caballeros no eran tan ricos que
pudieran pagar estancias distintas, y
por la malquerencia de sus caballos no
podían compartirlas, llevaban una vida
muy enojosa. Cuando pasó cierto tiempo y
vieron que no había solución, se lo
contaron al infante don Enrique y le
pidieron como favor que echara aquellos
caballos a un león que tenía el rey de
Túnez.
» Don
Enrique habló con el rey de Túnez, que
les pagó muy bien los caballos y los
mandó meter en el patio donde estaba el
león. Al verse los caballos juntos en
aquel lugar, antes de que el león
saliese de su jaula empezaron a pelear
con mucha ira. Estando en lo más
violento de su pelea, abrieron la jaula
del león y, cuando los caballos lo
vieron suelto por el patio, se echaron a
temblar y se fueron acercando el uno al
otro. Cuando estuvieron juntos, se
quedaron así un rato y luego se lanzaron
los dos contra el león, al que atacaron
con cascos y dientes de modo tan
violento que hubo de buscar refugio en
su jaula. Los dos caballos quedaron sin
daño, porque el león no pudo herirlos ni
siquiera levemente y, después de esto,
los dos caballos se hicieron tan amigos
que comían en el mismo pesebre y dormían
juntos en la misma cuadra, aunque era
muy pequeña. Esta amistad nació entre
ellos por el miedo que les produjo la
presencia del león.
» Vos,
señor Conde Lucanor, si creéis que
vuestro enemigo tiene tanto miedo del
otro porque le puede causar mucho daño y
os necesita tanto a vos que forzosamente
ha de olvidar vuestras antiguas
rencillas, pues piensa que sin vos no
puede defenderse, creo que, del mismo
modo que los caballos se fueron
acercando poco a poco hasta perder el
recelo mutuo y estuvieron bien seguros
el uno del otro, así vos debéis confiar
poco a poco en vuestro antiguo enemigo.
Y si siempre encontráis en él buenas
obras y fidelidad, de modo que estéis
seguro de que nunca os hará daño, por
muy bien que vayan sus cosas, entonces
haréis bien y os será muy útil ir en su
ayuda para que no os destruya ni
conquiste aquel otro enemigo; pues en
muchas ocasiones debemos soportar,
perdonar y auxiliar a nuestros parientes
y vecinos para que nos defiendan contra
los extraños. Pero si viereis que
vuestro enemigo es de tal condición que,
desde que le hayáis ayudado y sacado del
peligro, al tener sus tierras a salvo,
se levantará contra vos y no podréis
confiar en él, no sería muy sensato que
le ayudarais sino que debéis apartaros
de él cuanto podáis, porque habréis
comprobado que, aunque estaba él en un
trance muy apurado, no quiso olvidar su
antiguo recelo contra vos, sino que
esperaba el momento oportuno de causar
vuestro daño, con lo cual queda bien
patente que no deberéis ayudarle a salir
del peligro en que ahora se encuentra.

Al conde
le agradó mucho lo que Patronio le dijo,
pues comprendió que le daba un buen
consejo.
Y como
don Juan vio que este cuento era muy
bueno, lo mandó poner en este libro e
hizo los versos que dicen así:
Estando vuestras tierras protegidas de
daño,
evitad las argucias que urden los
extraños.
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