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EL
RICO EPULÓN
Y
EL POBRE LÁZARO
(Lc
16,19-31)
Por:
Emma-Margarita
R. A.-Valdés



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Idólatras
del dinero,
de
la púrpura, del lino,
reos
del poder, del éxito,
llenos
de humano egoísmo,
marginamos
los tormentos
que
sufren los oprimidos,
los
habitantes del miedo,
los
hambrientos, los mendigos,
los
aislados, los enfermos,
los
ancianos y los niños.
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Olvidamos
que a la puerta
nos
espera el Infinito,
invoca
a nuestra conciencia
con
sangre de amor cautivo,
suplica
el pan de la tierra
para
ser Cuerpo de Cristo.
Le
cerramos la cancela
que
da acceso a lo más íntimo
para
que se quede afuera,
para
no escuchar sus gritos.
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Decimos,
con osadía:
¡Resucita
a un muerto, Cristo!,
atiende
esta rogativa
y
seremos tus discípulos.
Cristo
al muerto resucita,
camina
fuera del nicho,
vuelven
también a la vida
millones
que son testigos
de
la paz y la alegría
que
reina en el paraíso.
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Ya
hemos visto en esta tierra
a
los muertos revividos,
ya
Moisés y los Profetas
nos
habían advertido:
Si
deseáis paz perpetua
abrazad
al enemigo,
repartid
vuestra riqueza,
llevad
la voz del bautismo
y
con quién llame a la puerta
compartid
el pan y el vino.
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E
idólatras del dinero,
de
la púrpura, del lino,
reos
del poder, del éxito,
llenos
de humano egoísmo,
nos
exiliamos de un cielo
que
declaramos ficticio,
y
cuando llega el momento
del
paso definitivo
pedimos
que en el infierno
nos
rediman del martirio.
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¡Pero
de la luz eterna
nos
separa un gran abismo!
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