¡Qué
infortunado es el hijo
de padres
acomodados!
Nace en
clínica de lujo
con
expertos cirujanos,
es su
llegada a este mundo
un
sencillo y frío parto.
La madre no le alimenta,
biberón
es lo adecuado,
hay buena
leche industrial,
es mejor
no amamantarlo,
pues se
estropean sus pechos
y pierde
así sus encantos.
Por la
noche, entre otras cunas,
pasa las
horas gritando.
El bebé
añora el sonido
del
latido acostumbrado.
Su madre
duerme tranquila
sin que
él rompa su descanso.
Muy
pronto la guardería,
después
el colegio caro,
con horas
extraordinarias
de
idiomas, gimnasia y tanto
nuevo y
completo bagaje,
para, al
final, el fracaso
en lo
único importante:
ser, de
Dios, hijo y hermano.
Al
regreso del colegio
le
recibe, sin abrazos,
la
sirvienta, que se gana,
por
estar..., un buen salario.
Reina el
vacío en la casa
y el
miedo ronda en el ático.
Circula
por el pasillo
un gélido
desamparo.
Es un
edificio grande
y es un
hogar muy menguado.
Los
juguetes abarrotan
estantes,
suelo y armarios,
mas él
perdió el interés
por jugar
con fríos trastos,
sólo la
tecnología
le hace
olvidar su desánimo
con
juegos que atan su mente,
le
transforman en su esclavo.
Al llegar
las vacaciones,
le envían
a un internado,
o a un
lejano campamento,
no tengan
que estar cuidándolo,
y mostrar
su alto nivel
en el
mundo del engaño.
Él niño,
sin la esperanza,
sin la
ilusión del verano,
de nadar
en la piscina
o en la
playa, o ir al campo
con sus
padres, en familia,
gozar
después del trabajo,
de haber
pasado su tiempo
en el
colegio encerrado,
y olvidar
la soledad,
y hacerse
más fuerte y sano,
se
encuentra triste, abatido,
injustamente tratado.
El padre
con sus negocios
y la
madre con sus gastos
en lo que
la moda exija
para
embellecer sus rasgos,
tiempos
de tiendas, de encuentros...,
o
improcedente trabajo,
no tienen
momentos libres
y es
conveniente alejarlo,
que el
niño no vea ni oiga
ciertos
actos no muy claros.
Piensan
que en esos lugares
estará en
muy buenas manos,
se
acostumbrará a la vida,
a recibir
duro trato,
no
analizan los peligros
que se
emboscan contra el párvulo...
Así va
creciendo el niño
en dolor
y desengaño,
en la
cultura del triunfo,
material,
mundano y fatuo,
con una
enseñanza laica,
sin
esperanza en lo Alto,
sin
conocer la Verdad
que
completa al ser humano.
Sus
largas horas de estudio
la dejan
fobia y cansancio.
Lleva el
corazón vacío
de amor
y, sin entusiasmo,
se somete
a una existencia
sin
finalidad ni encanto.
Al llegar
su madurez,
sus
padres ya han alcanzado
ser
estorbo insoportable,
requieren
muchos cuidados,
cree
vivirán mejor
en
residencia de ancianos.
Piensa
que en ese lugar
estarán
acompañados.
Así
entendieron sus padres
cuando,
en su niñez, optaron
por
enviarle muy lejos,
en el
soñado verano.
Emma-Margarita
R. A.-Valdés
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