La
caricia del mar vuelve a tu playa,
regresa
del desierto a Galilea
donde
habitas, María, en tu atalaya.
Su
visita enardece la marea
maternal
de tu cálida dulzura
que
en abrazos de espuma se recrea.
Trae
la brisa apacible de la altura,
la
sal de su oceánica mirada,
te
invade su oleaje de ternura.
Su
fama, en la región, fue pregonada
y
viene acompañado de un cortejo
de
hermanos en la fe por su llamada.
Vais
a Caná, a una boda, a un festejo
distinto
del desierto y del ayuno.
El
pueblo está asombrado, está perplejo.
Que
Él es el Rey de reyes piensa alguno,
otro
que un impostor aventurero.
El
misterio está en Dios, que es trino y uno.
Que
es hijo de José, del carpintero,
nacido
en una gruta de Belén,
hombre
de Nazaret, humilde obrero.
Su
modestia es la causa del desdén.
¿No
saben que su ciencia ha deslumbrado
a
los doctores de Jerusalén?.
La
boda, preparada con cuidado,
atrae
a mucha gente para ver
a
Jesús, el magnífico invitado.
Ante
los novios sientes el deber
de
que la fiesta acabe felizmente
y
no falte lo que ha de menester.
Para
ti, observadora, es evidente
que
el vino se ha acabado, te entristeces
y
acudes a tu hijo omnipotente.
No
pides, insinúas. Le enterneces.
Tú
le informas con fe: "no tienen vino".
Él
será experto en dar panes y peces.
Te
responde mostrando tu destino,
llamándote
"mujer". Te hará en la Cruz
"mujer-madre"
del hombre peregrino.
Declarar
no es su hora es su actitud,
pero
tú, designada mediadora,
consigues
el favor en plenitud.
¡Haced
lo que Él os diga!. Sin demora.
Tus
órdenes acatan los sirvientes,
es
mandato de madre y de señora.
Jesús
dice, llenad los recipientes
de
agua hasta los bordes y llevad
a
probar este vino a los presentes.
Fue
por tu mediación, tu caridad,
este
primer milagro del Mesías
que
esclareció su gloria, su deidad,
y
adelantó futuras alegrías.
Emma-Margarita
R. A.-Valdés
Del
libro"Antes
que la luz de la alborada, tú,
María"
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