AMANECE
LA GLORIA
Sobre el
Evangelio de San Juan, capítulo XX
Por
Emma-Margarita
R. A.-Valdés
Amanece
la gloria
en el
umbral abierto a la esperanza.
La Voz
se manifiesta
como las
Escrituras anunciaban.
María
Magdalena,
absorta,
le contempla y Él le manda
llevar a
sus amigos
la
Verdad revelada en sus palabras.
Dos
discípulos quieren comprobarlo,
en el
suelo, ordenada, la mortaja,
signo de
la Resurrección,
y a uno
de ellos se le conmueve el alma.
Se
reúnen, por miedo, en el Cenáculo,
con las
puertas cerradas.
Al
atardecer de aquel glorioso día,
el
primero de la feliz semana,
se
aparece Jesús a sus discípulos,
en el
lugar en el que se encontraban.
Saluda
con la Paz
y les
muestra las manos taladradas
y su
costado hendido
por la
última lanzada.
Les
envía a cumplir con la misión.
El
Espíritu Santo les inflama.
Les da
el poder de perdonar pecados.
Tomás,
que era discípulo, no estaba,
no
creería sin ver
lo que
sus compañeros le narraban.
Ocho
días después,
Jesús
dijo a Tomás que comprobara.
Tomás
tocó y creyó.
Señor
mío y Dios mío, es la plegaria
que
pronunció el incrédulo
por la
gloria que ante él se desvelaba.
Las
almas que, sin ver, en Él confían
son
bienaventuradas.
Emma-Margarita
R. A.-Valdés
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