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Manual
oficial de la Legión de María
En ingles:
http://www.legion-of-mary.ie/Publications/Handbook%202004/Index.html
En Español:
Abreviaturas de los Libros de Biblia que se citan en
el texto:
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ANTIGUO TESTAMENTO:
1 Cro 1 Crónicas Sal
Salmos
Ct Cantar de los
Cantares
Si Eclesiástico
Is Isaías
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NUEVO TESTAMENTO:
Mt Mateo
Mc Marcos
Lc Lucas
Jn Juan
Hch Hechos de los
apóstoles
1 Co Corintios
2 Co Corintios
Col Colosenses
Ga Gálatas
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Ef Efesios
Flp Filipenses
1 Ts Tesalonicenses
2 Ts Tesalonicenses
1 Tim Timoteo
2 Tim Timoteo
Hb Hebreos
1 P Pedro
1 Jn Juan
Jds Judas
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PALABRAS DEL PAPA JUAN PABLO II A LA LEGIÓN DE MARÍA
Discurso de S.S. Juan Pablo II a un grupo
de Legionarios italianos
el 30 de octubre de 1982.
1. Os saludo cordialmente, hermanos y hermanas de la Legión de María,
que habéis venido a Roma, juntamente con vuestro Presidente y
consiliario nacional, para encontraros con el Sucesor de Pedro y recibir
de él una palabra de estímulo y de bendición.
Mi bienvenida es para todos y cada uno de vosotros.
Me proporciona gran alegría veros en esta aula, tan numerosos,
provenientes de diversas regiones de Italia, tanto más porque sois sólo
una pequeña parte de ese movimiento apostólico, que en el arco de 60
años se ha extendido rápidamente por el mundo, y hoy, a distancia de dos
años de la muerte del fundador Frank Duff, está presente en muchísimas
dióc
esis de la Iglesia universal.
Mis predecesores, a partir de Pío XI, han dirigido a la Legión de María
palabras de estima, y yo mismo, el 10 de mayo de 1979, al recibir por
vez primera a una delegación vuestra, recordaba con viva complacencia
las ocasiones que tuve anteriormente de estar en contacto con la Legión,
en París, en Bélgica, en Polonia y, luego, como obispo de Roma, durante
mis visitas pastorales a las parroquias de la ciudad.
Así que hoy, al recibir en audiencia a la peregrinación italiana de
vuestro movimiento, me resulta entrañable subrayar los aspectos que
constituyen la sustancia de vuestra espiritualidad y vuestro modo de ser
dentro de la Iglesia.
Vuestra vocación es ser levadura
2. Sois un movimiento de laicos que proponen hacer de la fe aspiración
de la propia vida hasta conseguir la santificación personal. Se trata de
un ideal elevado y arduo, sin duda. Pero hoy la Iglesia llama a ese
ideal, por medio del Concilio, a todos los cristianos del laicado
católico, invitándolos a participar en el sacerdocio real de Cristo con
el testimonio de una vida santa, con la abnegación y la caridad
operante; a ser en el mundo, con el fulgor de la fe, de la esperanza y
de la caridad, lo que es el alma en el cuerpo (Lumen Gentium, 10 y 38).
Vuestra propia vocación de laicos es decir, la de ser levadura en el
Pueblo de Dios, animación cristiana en el mundo contemporáneo, y llevar
el sacerdote al pueblo- es eminentemente eclesial. El mismo Concilio
Vaticano II exhorta a todos los laicos a recibir con solícita
magnanimidad la invitación a unirse cada vez más íntimamente al Señor, y
sintiendo como propio todo lo que es de Él, a participar en la misma
misión salvífica de la Iglesia, a ser sus instrumentos vivos, sobre todo
allí donde, a causa de las particulares condiciones de la sociedad
moderna aumento constante de la población, reducción del número de
sacerdotes, nacimiento de nuevos problemas, autonomía de muchos sectores
de la vida humana-, la Iglesia más difícilmente podría estar presente y
actuar (Ib., 33).
El espacio del apostolado de los laicos se ha ampliado hoy
extraordinariamente. Y, así, el compromiso de vuestra vocación típica se
hace más imperioso, estimulante, vivo, actual. La vitalidad de los
laicos cristianos es el signo de la vitalidad de la Iglesia. Y vuestro
compromiso de legionarios se convierte en más urgente, teniendo en
cuenta, por una parte, las necesidades de la sociedad italiana y de las
naciones de antigua tradición cristiana, y, por otra parte, los ejemplos
luminosos que os han precedido en vuestro mismo movimiento. Sólo por
nombrar a alguien: Edel Quinn, con su actividad en África negra; Alfonso
Lambe, en las zonas más marginadas de América Latina; y luego los
millares de legionarios asesinados en Asia o que terminaron en campos de
trabajo.
Con el espíritu y la solicitud de
María
3. Vuestra espiritualidad es eminentemente mariana, no solo porque la
Legión se gloría de llevar como bandera desplegada el nombre de María,
sino sobre todo porque basa su método de espiritualidad y de apostolado
en el principio dinámico de la unión con María, en la verdad de la
íntima participación de la Virgen Madre en el plan de la salvación.
En otras palabras, tratáis de prestar vuestro servicio a cada uno de los
hombres, que son imagen de Cristo, con el espíritu y la solicitud de
María.
Si nuestro Mediador es uno solo, el hombre Cristo Jesús, afirma el
Concilio que “la misión maternal de María para con los hombres no
oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo,
antes bien sirve para demostrar su poder” (LG, 60). Así la santísima
Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada,
Auxiliadora, Socorro, Mediadora, Madre de la Iglesia (Ver LG, 62).
La empresa apostólica, para nacer y crecer, la mira a Ella, que engendró
a Cristo, concebido por el Espíritu Santo. Donde está la Madre, allí
está también el Hijo. Cuando se aleja la Madre, se termina, antes o
después, por tener lejano también al Hijo. Por algo hoy, en diversos
sectores de la sociedad secularizada, se registra una crisis difusa de
fe en Dios, precedida por una caída de la devoción a la Virgen Madre.
Vuestra Legión forma parte de los movimientos que se sienten
comprometidos muy personalmente en la dilatación o en el nacimiento de
la fe a través de la difusión o de la reanudación de la devoción a
María; por eso, sabrá afanarse siempre para que, con el amor a la madre,
sea más conocido y amado el Hijo, que es camino, verdad y vida de cada
uno de los hombres.
En esta perspectiva de fe y de amor, os imparto de corazón la bendición
apostólica.
Aviso preliminar
La Legión es un sistema que puede perder su equilibrio si se suprime o
se cambia cualquiera de sus partes. Se podría aplicar a la Legión lo que
escribió el poeta:
“Quitad un hilo y deshacéis la trama;
romped de teclas mil
una sola, y en todas ellas brama
su triste voz sutil”.
(Whittier)
Así, pues, rogamos encarecidamente a cuantos no se sientan dispuestos a
poner en práctica el sistema legionario tal como está descrito en las
páginas siguientes, que se abstengan de intentar establecer la Legión.
Léase, con relación a esto, el capítulo 20: “El sistema de la legión es
invariable”.
Nadie puede ser socio de la legión de María si no se afilia a la misma
mediante alguno de sus Consejos legítimamente constituidos.
Si algo nos ha enseñado la pasada experiencia, es que no fracasará la
Legión en ninguno de sus cuerpos si se siguen fielmente todas las
normas.
FRANK DUFF
Fundador de la Legión de María
Frank Duff nació en Dublín, Irlanda, el 7 de junio de 1889. Entró en el
Servicio Civil a la edad de 18 años. A los 24 años, se incorporó a la
Sociedad de S. Vicente de Paúl, en la que fue llevado hacia un
compromiso más profundo con su fe católica, y, al mismo tiempo, adquirió
una gran sensibilidad en cuanto a las necesidades de los pobres y
menesterosos.
Con un grupo de mujeres católicas y Fr. Miguel Toher, de la
arquidiócesis de Dublín, formó el primer praesidium de la Legión de
María el 7 de septiembre de 1921. Desde esa fecha hasta su muerte el 7
de noviembre de 1980, se ocupó de la extensión mundial de la Legión con
heróica dedicación. Asistió al Concilio Vaticano II como obse
rvador seglar.
Sus profundas deducciones con respecto al papel de la Virgen en el plan
de la Redención, así como a la responsabilidad de los fieles en la
misión de la Iglesia, se reflejan en este libro, que es obra suya casi
en su totalidad.
FRANK DUFF
LA LEGIÓN DE MARÍA
¿Quién es Ésta, que va subiendo cual aurora naciente, bella como la
luna, brillante como el sol, terrible como un ejército formado en
batalla? (Ct 6,10). “Y el nombre de la Virgen era María” (Lc 1,27).
“Legión de María. ¡Que nombre más acertado!” (Pío XI).
- 1 -
NOMBRE Y ORIGEN
La Legión de María es una asociación de católicos que, con la aprobación
eclesiástica, han formado una Legión para servir a la Iglesia en su
perpetua lucha contra el mundo y sus fuerzas nefastas, acaudillados por
Aquella que es bella como la luna, brillante como el sol, y-para el
Maligno y sus secuaces-terrible como un ejército en orden de batalla:
María Inmaculada, medianera de todas las gracias.
“Como resultado de la caída, toda la vida humana, tanto individual como
colectiva, se presenta como una lucha dramática entre el bien y el mal,
entre la luz y las tinieblas” (GS, 13).
Los Legionarios ansían hacerse dignos de su excelsa y celestial Reina ,
y lo intentan mediante su lealtad, sus virtudes y su valentía. Y se han
organizado a modo de ejército, tomando como modelo particular a la
Legión de la antigua Roma. La Legión de María ha hecho suya la
terminología de la Legión romana, pero, a diferencia de ésta, ni sus
huestes ni sus armas son de este mundo.
Este ejército mariano, ahora tan numeroso, tuvo los más humildes
comienzos. No se formó conforme a un plan preconcebido; brotó
espontáneamente. Tampoco se formuló un proyecto de reglas y prácticas.
Al contrario, por todo preparativo, alguien sugirió una idea, se fijó
una tarde, y se reunieron unas cuantas personas, sin sospechar que
habían de ser instrumentos escogidos por la divina Providencia.
En nada se distinguió aquella primera junta de las que hoy celebra la
Legión de María en el mundo entero. La mesa, alrededor de la cual se
reunieron, tenía puesto un altarcito cuyo centro era una estatua de la
Inmaculada (de la Medalla Milagrosa), sobre un lienzo blanco, entre dos
floreros y dos candeleros, con velas encendidas. Este conjunto, tan rico
en simbolismo, obedeció a la inspiración de
una de las primeras socias. Y allí quedó cristalizado todo lo que
representa la Legión de María. La Legión es un ejército: pues bien, allí
estaba la Reina antes de reunirse ellos; estaba esperando el
alistamiento de aquellos que Ella ya sabía iban a venir. Ella fue quien
los escogió, y no al revés, y, desde entonces, ellos se han puesto en
marcha y luchan a su lado, sabiendo que el salir triunfantes y el
perseverar guarda un ritmo exacto a su unión con Ella.
El primer acto colectivo de aquellos legionarios fue arrodillarse.
Aquellas frentes jóvenes y sinceras se inclinaron. Rezaron la invocación
y la oración del Espíritu Santo; y luego, entre los dedos ya cansados
por el trabajo del día, desgranaron las cuentas de la más sencilla de
las prácticas piadosas. Al extinguirse el eco de las jaculatorias
finales, se sentaron, y bajo los auspicios de María, representada allí
por su imagen, se pusieron a pensar cual sería el mejor modo de agradar
a Dios y de hacerle amar en el mundo. De aquellas consideraciones brotó
la Legión de María con todas sus características, tal como es hoy.
¡Que portento! ¿Quién, al contemplar aquellas humildes personas, tan
llanamente ocupadas, hubiera podido suponer ni al calor de la más loca
fantasía- el destino que de allí a poco les aguardaba? Y entre ellas
mismas, ¿quién sospechó jamás que entonces precisamente estaban fundando
una organización destinada a ser una nueva fuerza mundial, la cual,
fielmente encauzada y aprovechada, en manos de María, sería capaz de dar
vida, esperanza y dulzura a las naciones? Con todo, así había de ser.
Aquel primer alistamiento de legionarios de María se hizo en Myra House,
Francis Street, Dublín, Irlanda, a las ocho de la noche del 7 de
septiembre de 1921, víspera de la fiesta de la Natividad de nuestra
Señora. Por algún tiempo la organización se llamó “Asociación de nuestra
Señora de la Misericordia”, nombre tomado del título de la unidad madre.
La fecha del 7 de septiembre, dictada al parecer por circunstancias
fortuitas, se tuvo al principio por menos apropiada que si hubiera sido
al día siguiente; sólo después de algunos años, en los que María dio
pruebas señaladas de su amor verdaderamente maternal, se echó de ver que
no fue un rasgo menos delicado el que mostró hacia la legión, haciendo
coincidir su fundación con la hora de su nacimiento. Dice la Sagrada
Escritura (Gn 1,5) que el primer día de la creación estuvo compuesto de
tarde y mañana, era muy propio que fuesen los primeros aromas de la
Natividad de nuestra Señora, y no los últimos, los que impregnaran l
La cuna de aquella organización, cuyo primero y más constante empeño ha
sido siempre reflejar en sí misma la semejanza de María como el medio
más eficaz para glorificar al señor y hacerle llegar a los hombres.
“María es Madre de todos los miembros del Salvador, porque, en virtud de
su caridad, Ella ha cooperado al nacimiento de los fieles en la Iglesia.
María es el molde viviente de Dios , es decir: sólo en Ella se formó al
natural el hombre Dios sin perder digámoslo así- ningún rasgo de su
divinidad; y sólo por ella puede transformarse el hombre de un modo
adecuado y viviente- en Dios, en cuanto es capaz la naturaleza humana
por la gracia de Jesucristo” (San Agustín).
“La Legión de María muestra el verdadero rostro de la Iglesia Católica”
(Papa Juan XXIII).
- 2 -
FINALIDAD
La Legión de María tiene como fin la gloria de Dios por medio de la
santificación personal de sus propios miembros mediante la oración y la
colaboración activa bajo la dirección de la jerarquía- a la obra de la
Iglesia y de María: aplastar la cabeza de la serpiente infernal y
ensanchar las fronteras del reinado de Cristo.
Después de contar con la aprobación del Concilium, y dentro de los
límites prescritos por el Manual Oficial de la legión, ésta se pone al
servicio del obispo diocesano y del cura párroco, para cualquier obra
social o de acción católica que, a juicio de dichas autoridades, pueda
contribuir al bien de la Iglesia, y esté al alcance de los legionarios.
Sin el consentimiento del párroco o del Ordinario, jamás emprenderán los
legionarios ninguna de esas obras en una parroquia.
Por “ordinario” se entiende en estas páginas “el ordinario del lugar”:
el obispo de la diócesis u otra autoridad eclesiástica competente.
a) El fin inmediato de la colaboración de los seglares en el apostolado
de la Jerarquía coincide con el fin apostólico de la Iglesia, es decir:
evangelizar y santificar a los hombres y formar cristianamente su
conciencia, de suerte que puedan imbuir de espíritu evangélico las
diversas comunidades y los diversos ambientes.
b) Los seglares al cooperar según su condición específica con la
Jerarquía, ofrecen su experiencia y asumen su responsabilidad en la
dirección de estas organizaciones, en el examen cuidadoso de las
condiciones en que ha de ejercerse la acción pastoral de la Iglesia, y
en la elaboración y desarrollo de los programas de trabajo.
c) Los seglares trabajan unidos a la manera de un cuerpo orgánico, de
forma que se manifieste mejor la comunidad de la Iglesia y resulte más
eficaz el apostolado.
d) Los seglares ya-se ofrezcan espontáneamente, ya sean invitados a la
acción y a la directa cooperación con el apostolado jerárquico-, obran
bajo la dirección superior de la misma Jerarquía , la cual puede
sancionar esta cooperación incluso por un mandato explícito” (AA, 20).
- 3 -
ESPÍRITU DE LA LEGIÓN
El espíritu de la Legión de María es el de María misma. Y de manera
particular anhela la Legión imitar su profunda humildad, su perfecta
sumisión, su dulzura angelical, su continua oración, su absoluta
mortificación, su inmaculada pureza, su heroica paciencia, su celestial
sabiduría, su amor a Dios intrépido y sacrificado; pero, sobre todo, su
fe: esa virtud que en Ella, llegó hasta su más alto grado, a una
sublimidad sin par. Animada la Legión con esta fe y este amor de María,
no hay empresa, por ardua que sea, que le arredre; ni se queja ella de
imposibles, porque cree que todo lo puede (Imitación de Cristo, lib III,
cap. 3:5).
“El modelo perfecto de esta espiritualidad apostólica es la Santísima
Virgen María, Reina de los apóstoles. Ella, mientras vivió en este mundo
una vida igual a la de los demás, llena de preocupaciones familiares y
de trabajos, estaba constantemente unida a su Hijo, y cooperó de modo
singularísimo a la obra del Salvador… Hónrenla todos con suma devoción,
y encomienden su vida apostólica a la solicitud de María” (AA, 4).
- 4 -
SERVICIO LEGIONARIO
1. Debe “revestirse de las armas de Dios” (Ef 6, 11)
La Legión de María toma su nombre de la legión romana, la cual es
considerada todavía hoy, después de tantos siglos, como dechado de
lealtad, valor, disciplina, resistencia y poder conquistador, a pesar de
haber empleado dichas cualidades para fines muchas veces ruines y
siempre mundanos (véase apéndice 4). Es evidente que la Legión de María
no podrá de manera alguna presentarse ante su capitana sin estar
adornada de tan preciosas virtudes. Sería el engaste sin la joya. De
modo que las cualidades mencionadas expresan el mínimum del servicio
legionario. San Clemente, convertido por San Pedro y colaborador de San
Pablo, propone al ejército romano como un modelo que la Iglesia debe
imitar.
“¿Quiénes son los enemigos? Son los malvados que se resisten a la
voluntad de Dios. Así, pues, entremos con determinación en la guerra de
Cristo, y sometámonos a sus gloriosas órdenes. Examinemos atentamente a
los que sirven en la legión romana bajo las autoridades militares, y
observaremos su disciplina, su prontitud de obediencia en ejecutar sus
órdenes. No todos son perfectos, o tribunos, o centuriones, u oficiales
al frente de cincuenta soldados, u ostentan grados de autoridad
inferiores. Pero cada hombre, según su rango, ejecuta las órdenes del
emperador y de sus oficiales superiores. Los grandes no pueden subsistir
sin los pequeños. Hay cierta unidad orgánica que combina todas las
partes de modo que cada cual ayuda a todos y todos le ayudan a él.
Consideremos la analogía de nuestro cuerpo. La cabeza sin los pies no es
nada, como tampoco son nada los pies sin la cabeza. Aun los órganos más
íntimos de nuestro cuerpo son necesarios y valiosos para el cuerpo
entero. En efecto, todas las partes colaboran en mutua dependencia, y
prestan una obediencia común, en beneficio de todo el cuerpo” (San
Clemente, Papa y mártir, epístola a los Corintios, año 96, capítulo 36 y
37).
2. Debe ser “un sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios, y no
conforme a este mundo” (Rm 12, 1-2)
Sobre esta base se levantarán en el alma de todo fiel legionario de
María virtudes tanto más excelsas cuanto más sublime es su causa
comparada con la del antiguo ejército romano. Y, sobre todo, vibrara su
alma con esa noble generosidad que arrancó a Santa Teresa esta queja:
“¡Recibir tanto, tanto, y devolver tan poco! ¡Ay, éste es mi martirio!”
y contemplando a su Señor crucificado, a Aquel que le entregó hasta su
último suspiro y la última gota de su sangre, el legionario debe hacer
el firme propósito de reflejar en su servicio siquiera algo de tanta
generosidad.
“¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? “ (Is 5,4)
3. No debe rehuir “trabajos y fatigas” (2Co 11,27)
Aunque el católico celoso tiene que estar dispuesto siempre -en una u
otra parte del mundo- a enfrentarse a instrumentos de tortura y muerte-
como lo prueban hechos recientes-, el servicio legionario tiene, por lo
común, un campo de acción menos brillante. Así y todo, no escasearán las
ocasiones de practicar el heroísmo; callado, si se quiere, pero no por
eso menos verdadero. El apostolado legionario impondrá al acercarse a
muchas personas que preferirían alejarse de toda sana influencia, y que
no tendrán reparo en manifestar su desagrado, al ser visitadas por
aquellos que procuran el bien y combaten el mal. Ya estos seres hay que
ganárselos; y eso no será posible si no es poniendo en juego un espíritu
paciente y recio.
Miradas aviesas; la punzada de la afrenta y del desprecio; ser el blanco
del ridículo y de las malas lenguas; cansancio del cuerpo y del
espíritu; el tormento del fracaso y de la innoble ingratitud; frío
intenso, lluvias torrenciales, suciedad, insectos, malos olores,
pasillos oscuros, ambiente sórdido; el privarse de pasatiempos y
cargarse de preocupaciones, que siempre se acumulan en las obras de la
caridad; la angustia que se apodera de toda alma sensible a la vista del
ateísmo y de la depravación; la participación generosa en los dolores
ajenos… Todas esas cosas tienen poco de aparatosas; pero sobrellevadas
con paciencia, más aún, consideradas como goces, con perseverancia hasta
el fin, vendrán a pesar en la balanza de la divina Justicia casi tanto
como el amor que excede a todo otro amor: el de aquel que da la vida por
sus amigos (Jn 15,13).
“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?” (Sal 116,12).
4. Debe proceder con amor, “igual que Cristo nos amó y se entregó por
nosotros” (Ef 5,2)
El secreto del éxito feliz en el trato con los demás está en establecer
contacto personal con ellos, un contacto de amor y simpatía mutua. Pero
este amor ha de ser más que meras apariencias: ha de saber resistir las
pruebas que entraña la verdadera amistad; esto exigirá a menudo alguna
mortificación. Saludar, en un ambiente de lujo y elegancia, a quien poco
antes se fue a visitar en la cárcel; andar por las calles con personas
andrajosas, estrechar cordialmente una mano mugrienta, aceptar un bocado
en una buhardilla pobre y sucia: estas cosas- y otras por el estilo- a
algunos les parecerá difíciles, pero, si rehuyen, se descubrirá que esa
amistad era puramente fingida. Y, ¿qué sucede? Se rompe el contacto, y
aquella pobre alma que se iba levantando, desilusionada, se vuelve a
hundir en la sensación de fracaso.
Toda obra, para ser realmente fructífera, debe radicar en cierta
disposición del alma a darse espontánea y totalmente a los demás. Sin
ella, el servicio legionario carece de vida. El legionario que pone
límites: “hasta ese punto me sacrificaré, más no”, nunca saldrá de lo
trivial, por más esfuerzos que haga. Pero teniendo esta pronta
disposición- aunque esta no se desarrolle en toda su eficacia, o sólo en
una mínima parte-, fructificará, sin embargo, en obras portentosas.
Contestó Jesús: ¿Tú darías la vida por mí? (Jn 13,38).
5. Debe “correr hasta la meta” (2 Tm 4,7)
Así pues, la Legión exige un servicio sin límites, sin restricciones. Y
esto no es solamente un consejo, es una necesidad; porque, si no apunta
el legionario a lo más alto, no llegará a perseverar ni siquiera en lo
comenzado. Perseverar hasta el fin en la obra del apostolado es, en sí
misma, cosa heroica; y este heroísmo se consigue sólo a fuerza de una
serie continua de actos heroicos, que tienen en la perseverancia final
su remate y su corona.
Pero aquí tratamos de la perseverancia, no sólo de cada legionario, en
su calidad de tal, sino como un sello que ha de llevar estampado cada
acto que integra el programa de acción de la Legión. Cambios tiene que
haber, claro está: en las visitas se cambia de lugar y de persona; se
pone término a unas obras y se empiezan otras, etc.; pero esto es el
movimiento acompasado de un proceso vital, no el caprichoso vaivén de la
inestabilidad y del afán de novedad, que acaba por romper la más férrea
disciplina. Recelosa de este espíritu de mutabilidad, la Legión no cesa
de clamar exigiendo un espíritu recio; y, al terminar sus juntas, envía
a los legionarios a sus diversas empresas, despidiéndolos con esta
consigna invariable: ¡Manteneos firmes! (2 Ts 2,15).
Salir airoso en cualquier empresa difícil depende del esfuerzo
constante, y éste, a su vez, es fruto de una voluntad indómita de
vencer. Ahora bien: lo esencial, para que persevere esta voluntad, es
que no se doblegue ni mucho ni poco; y, por eso, la Legión impone a cada
cuerpo del ejército- y a cada soldado de ese cuerpo- la resolución de
negarse en absoluto a aceptar cualquier derrota, o a exponerse a ella
por cierta tendencia a considerar las varias empresas con lemas como
éstos: “promete”, “no promete”, “irremediable”, etc.
Calificar a primera vista como irremediable cualquier caso da a entender
que, en lo que respecta a la Legión, hay un alma de inestimable valor
que se deja en libertad para que se precipite a gran velocidad por el
camino de la perdición; indica, además, que ya no se obra con miras
altas, sino por el prurito de la novedad y por deseos de un aparente
progreso, resaltando que, si la semilla no brota en las mismas pisadas
del sembrador, éste se desanima y, más o menos tarde, abandona la labor.
Por otra parte, se ha dicho con insistencia que el mero hecho de
clasificar de irremediable una situación- sea la que fuere-
automáticamente debilita el ánimo para todas las demás. Consciente o
inconscientemente al acometer una empresa, siempre entrará la duda de si
ésta merecerá el esfuerzo que exige; y la menor vacilación en tales
circunstancias paraliza la acción.
Pero lo más triste es que ya, en tal caso, no actuaría la fe, como debe
actuar en toda obra legionaria; y sólo se le abriría paso cuando así
conviniera a los cálculos de la razón, y aún entonces haría un papel muy
secundario. De donde resulta que, por estar tan amarrada la fe y tan
agotado su brío, enseguida entran en tropel las timideces y las
ruindades de la naturaleza y la mera prudencia humana, que antes se
tenían a raya; y la Legión, para gran deshonra suya, viene a ofrendar al
cielo un servicio relativo, pasajero y mezquino.
La Legión, pues, se preocupa, ante todo y sobre todo, de proceder con
resolución y vigor, y, sólo secundariamente, de trazar un determinado
programa de actividades. A sus socios no les exige ni riquezas ni
influencia social, sino fe sin vacilar; no pide hazañas, sino esfuerzos
constantes; no genio ni talento, sino amor insaciable; no fuerzas de
gigante, sino disciplina férrea. El servicio legionario tiene que ser un
perpetuo ¡Adelante!, cerrándose total y obstinadamente a todo
desaliento; inconmovible como una roca en momentos de crisis, y
constante en todo tiempo; deseoso del éxito, pero humilde en su logro y
desasido de él; luchando contra el fracaso, pero, si viene, sin
arredrarse por él; al contrario, prosiguiendo la lucha hasta resarcirse
de las pérdidas, aprovechándose hasta de las dificultades de la
monotonía como de un campo donde desplegar su confianza y su resistencia
ante un prolongado asedio. Pronto a la voz de mando; alerta aun sin ser
llamado; y siempre, aun cuando no haya combate ni se divise al enemigo,
centinela incansable de los intereses de Dios. Con ánimo para lo
imposible, pero contento de hacer de mero sustituto. Nada demasiado
costosos, ningún deber demasiado humilde para lo uno y para lo otro, la
misma inagotable paciencia, atención igualmente minuciosa, el mismo
inflexible valor: cada obra, templada por la misma áurea tenacidad.
Siempre de servicio por las almas; siempre dispuesto a socorrer a los
débiles en sus momentos de flaqueza, y vigilante para sorprender a los
corazones endurecidos en sus escasos momentos de debilidad, buscando sin
descanso a los extraviados; olvidado de sí, al pie de la cruz ajena, y
allí clavado, hasta que todo esté cumplido.
¡Nunca ha de desfallecer el servicio de una organización consagrada a la
Virgen fiel, y que lleva- para honor o vergüenza suya- su bendito
Nombre!
- 5 - LA DEVOCIÓN LEGIONARIA
Las características de la devoción legionaria quedan reflejadas en sus
oraciones. En primer lugar, la Legión está cimentada sobre una gran
confianza en Dios y en el amor que Él nos tiene a nosotros, sus hijos.
Desea servirse de nuestros esfuerzos para gloria suya, y, a fin de que
fructifiquen constantemente, los quiere purificar. Nosotros por el
contrario, solemos oscilar entre la apatía y la ansiedad febril, y somos
así porque consideramos a Dios como alguien alejado de nuestro quehacer.
Compenetrémonos, pues, con esta verdad: que, si algún buen propósito
tenemos, Él lo ha imbuido en nosotros, y si este propósito, con el
tiempo, da frutos, es tan solo porque Él no deja por un momento de
vigorizar nuestros brazos. Más, muchísimo más que nosotros se interesa
Dios por la feliz ejecución de la obra que tenemos entre manos; más,
infinitamente más que nosotros desea Él esa conversión que buscamos.
¿Queremos ser santos? Él lo anhela incomparablemente más que nosotros.
Esta compenetración de nuestra voluntad con la de Dios, nuestro buen
padre, ha de ser el firmísimo apoyo de todo legionario, en la doble
empresa de su santificación personal y de su servicio a favor de los
demás. Sólo la falta de confianza puede malograr el feliz resultado de
la obra. Si tenemos fe bastante, Dios se servirá de nosotros en la
conquista del mundo para gloria suya.
Todo el que nace de Dios vence al mundo; y ésta es la victoria que ha
derrotado al mundo: nuestra fe (Jn 5,4).
“Creer quiere decir “abandonarse” en la verdad misma de la Palabra de
Dios viviente, sabiendo y reconociendo humildemente” ¡cuan insondables
son sus designios e inescrutables sus caminos!” (Rm 11,33). María, que
por la eterna voluntad del Altísimo se ha encontrado, puede decirse, en
el centro mismo de aquellos “inescrutables caminos” y de los
“insondables designios” de Dios, se conforma a ellos en la penumbra de
la fe, aceptando plenamente y con corazón abierto todo lo que está
dispuesto en el designio divino” (RMat, 14).
1. Dios y María
Después de Dios la Legión tiene su más firme apoyo en la devoción a
María, aquel portento inefable del Altísimo, como dice Pío IX.
Mas, ¿qué puesto ocupa María en relación a Dios? Como a todos los demás
hijos de hombre, Dios la sacó de la nada; y, aunque ya en ese momento
inicial la ensalzó hasta una altura de gracia inmensa e inconcebible,
respecto de su Hacedor es como la nada. Ella, más que nadie, es criatura
suya, porque en Ella, más que en otra alguna, ha obrado su Mano
todopoderosa. Cuanto más hace por Ella, tanto más es hechura suya.
Y muy grandes cosas hizo Dios en María: desde toda la eternidad la
asoció en su mente divina con el Redentor; la hizo entrar en los
misteriosos designios de su gracia, escogiéndola para Madre de su Hijo y
de todos los que estuviesen unidos a Él. Todo lo cual quiso Dios, en
primer lugar, porque María había de corresponder a la elección más
fielmente que todas las demás criaturas juntas; y en segundo lugar,
porque de este modo- misterio inaccesible a nuestra limitada razón-
acrecentaba la gloria que habíamos de darle también todos nosotros. Por
lo tanto, es imposible que ninguna oración o servicio de amor con que le
obsequiemos a María como a Madre nuestra y Auxiliadora de nuestra
salvación pueda redundar en menoscabo de Aquél que quiso crearla así.
Cuanto le ofrezcamos a Ella, llega a Dios íntegro y seguro. Es más:
nuestra ofrenda, al pasar por manos de María, no sólo no sufre mengua,
sino que aumenta su valor. María no es una simple mensajera, ha sido
constituida por Dios como elemento vital en la economía de su gracia; de
suerte que su intervención le procura a Él una gloria mayor, y a
nosotros, más copiosas gracias.
Y así como se complació el Eterno Padre en darnos a María como abogada
nuestra y en recibir de sus manos nuestros homenajes, de igual manera se
dignó hacerla Medianera de sus gracias; es decir, el Camino por donde
encauza el caudal de favores que tan a manos llenas derrama su bondad
todopoderosa, particularísimamente Aquel que es la causa y fuente de
todos ellos: la Segunda persona Divina hecha hombre, nuestra verdadera
vida y única salvación.
“Si deseo depender de la Madre es para hacerme siervo del Hijo; si
aspiro a ser todo de Ella, es para rendir a Dios mi homenaje de sujeción
con mayor fidelidad” (San Ildefonso).
2. María, Medianera de todas las gracias
La confianza de la Legión en María no tiene límites, pues sabe que, por
disposición divina, tampoco tiene límites el poder de María. Dios dio a
María cuanto pudo darle, cuanto Ella era capaz de recibir, y se lo dio
sin medida; el mismo Dios nos la ha dado como medio especialísimo de
conseguir su gracia; porque ha dispuesto que, cuando obramos unidos a
Ella, tengamos más acceso a él, y, en consecuencia, mayores garantías de
alcanzar sus dones. Realmente, así, nos sumergimos en la misma pleamar
de la divina gracia, ya que María es la Esposa del Espíritu Santo y el
canal por el que fluyen hasta nosotros cuantas gracias manan de la
Pasión de Jesucristo. No hay nada de cuanto recibimos que no lo debamos
a una intervención positiva de María; la cual, no contenta con
transmitir nuestras súplicas, las hace eficaces para alcanzar cuanto
piden.
Penetrada de una fe viva en este oficio mediador de María, la Legión
inculca la práctica de esta especial devoción a todos sus miembros.
“Mirad con qué amor tan ardiente quiere Dios que honremos a María: de
tal modo ha derramado en Ella la plenitud de todo bien, que toda nuestra
esperanza, toda gracia, toda salvación, todo- repito, y no lo dudemos-,
todo nos viene por Ella” (San Bernardo, Sermo de Aquaeductu).
3. María Inmaculada
La Legión vuelve sus ojos, en segundo
término, a la Inmaculada Concepción de María.
Ya en la primera junta de la Legión se reunieron los socios alrededor de
un altarcito de la Inmaculada, para orar y deliberar; y, hoy día ese
mismo altar constituye el centro de todas las juntas legionarias, en
todo el mundo. Y se puede afirmar que el primer soplo de vida de la
Legión fue una jaculatoria en loor de este privilegio de María;
privilegio que preparó a esta excelsa Señora para recibir todas las
demás prerrogativas y grandezas que se le concedieron después.
La primera voz profética de la Escritura, al prometernos a María, hizo
ya mención de esta Concepción Inmaculada, que forma parte de María, que
es María; ahí, juntamente con este privilegio, se presagia toda la serie
de maravillas que habían de arrancar de él, a saber: la Divina
Maternidad, el aplastar la cabeza de la serpiente infernal por medio de
la Redención, y la Maternidad espiritual de María respecto de los
hombres: Pongo hostilidad entre ti y la Mujer, entre tu linaje y el
suyo: Él pisará tu cabeza cuando tú hieras su talón (Gn 3,15).
A estas palabras, dichas por Dios a Satanás, acude la Legión a fin de
beber en ellas como en la fuente de su confianza y fortaleza en su lucha
contra el pecado. Aspira de todo corazón a ser el linaje de María, su
Descendencia en el pleno sentido de la palabra, porque en eso radica la
promesa de la victoria. Cuanto más se acentúa esa maternidad de María,
más se intensifica la oposición a las fuerzas del mal, y la victoria es
más completa.
“Las Sagradas Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento, así como la
venerable tradición, muestran el papel de la Madre del Salvador en el
proyecto de salvación, y hasta con indiscutible evidencia. Los libros
del Antiguo Testamento describen la historia de la salvación, por la que
la venida de Cristo a la tierra fue detenidamente preparada. Los
primeros documentos, tal como se leen en la Iglesia y se comprenden a la
luz de una posterior y plena revelación, nos traen la figura de una
mujer, Madre del Redentor, presentándola con una luz cada vez más clara.
A la vista de esta luz, Ella está ya proféticamente prevista en la
promesa de una victoria sobre la serpiente, que le fue dada a nuestros
primeros padres caídos en el pecado (cf. Gen 3,15)” (LG, 55).
4. María nuestra Madre
Si nos honramos con el título de hijos, forzosamente tendremos que
apreciar la maternidad de la que nos viene este título. De ahí que el
tercer aspecto de la devoción legionaria a María es honrarla
devotísimamente como a verdadera Madre nuestra que es.
Fue hecha Madre de Cristo cuando al saludo del ángel, respondió dando su
humilde consentimiento: “Aquí está la esclava del Señor, cúmplase en mí
lo que has dicho” (Lc 1,38). Nos fue dada como Madre nuestra entre las
angustias del Calvario, al decir Jesús desde la cruz: “Mujer, ése es tu
hijo;” y al decirle a Juan: “Ésa es tu madre” (Jn 19,26-27). Estas
palabras se dirigieron a todos los escogidos, representados allí por
Juan; y María, cooperando plenamente a la Redención con su
consentimiento y sus dolores, fue hecha entonces Madre nuestra, en el
sentido más profundo de la palabra Madre.
Somos verdaderos hijos de María, luego hemos de portarnos como tales:
como hijos pequeños, dependientes de Ella en todo. A Ella debemos acudir
para que nos alimente, nos guíe, nos instruya, cure nuestras dolencias,
nos consuele en nuestros pesares, nos aconseje en nuestras dudas, y nos
conduzca al buen camino cuando nos extraviemos, a fin de que, entregados
totalmente a su cuidado, crezcamos en la semejanza de nuestro Hermano
Mayor, Jesús, y compartamos con Él su misión de combatir el pecado y
vencerlo.
“María es Madre de la Iglesia, y no sólo porque es la Madre de Cristo y
su más íntima colaboradora en “la nueva economía, en la que el Hijo de
Dios tomó de Ella una naturaleza humana, pudiendo así, a través del
misterio de su carne, liberar al hombre del pecado”; sino, también,
porque brilla ante la comunidad entera de los elegidos como modelo de
virtudes. Ninguna madre humana puede limitar su misión de madre al sólo
engendramiento de un nuevo ser. Deberá, además, criar y educar a su
prole. En este sentido, la bienaventurada Virgen María participó en el
sacrificio redentor de su Hijo, y de un modo tan íntimo, que mereció ser
proclamada por Él, Madre, no sólo de su discípulo Juan, sino-
permítasenos afirmarlo- del género humano que éste simbolizaba; y
continúa ahora realizando desde el cielo su función maternal, como
cooperadora en el nacimiento y desarrollo de la vida divina en las almas
de cada uno de los redimidos. Ésta es una verdad en extremo consoladora,
que, por libre voluntad del sapientísimo Dios, forma parte integrante
del misterio de la salvación humana; por tanto debe ser considerada de
fe por todos los cristianos” (SM).
5. La devoción legionaria, raíz del apostolado legionario
Uno de los deberes más sagrados de la Legión será manifestar
exteriormente esta tan acendrada devoción a la Madre de Dios, que tiene
en su corazón. Pero, como la Legión no puede actuar sino a través de sus
miembros, ruega encarecidamente a cada uno de éstos que asuma plenamente
este espíritu, haciéndolo objeto de seria meditación y alma de su
apostolado.
Si esta devoción a María ha de ser verdaderamente un tributo legionario,
es preciso que constituya una parte integral de la Legión, un deber tan
esencial a todos los socios como la junta semanal o el trabajo activo; y
por lo tanto, todos han de participar en esta devoción con perfecta
unanimidad. De tan capital importancia es este punto, que nunca acabarán
los legionarios de grabárselo debidamente en su mente.
Esta participación unánime de espíritu mariano es cosa muy delicada, y,
como en esto actúan todos, todos pueden comprometerla: de modo que cada
cual ha de salir fiador de ella como de un sagrado depósito. Si en esto
hay alguna deficiencia, si los legionarios no son como piedras vivas,
que van entrando en la construcción del edificio espiritual (1 P 2,5),
entonces falla una parte esencial de la estructura de la legión. Cada
socio que se enfríe en su amor a María será una piedra caída del
edificio; y, si el espíritu general decayera del primitivo fervor, la
Legión vendría a ser no un refugio, sino una casa en ruinas: no podría
ya cobijar a sus hijos, y mucho menos sería hogar de nobleza y santidad,
ni punto de partida para empresas heroicas.
En cambio, unidos todos como un solo miembro en el puntual y fervoroso
cumplimiento de este deber del servicio legionario, no solamente se
destacará la Legión entre todas las organizaciones católicas por su
ardentísimo amor a María; estará, además, dotada de maravillosa unidad
de espíritu, de miras y de acción. Es tan preciosa a los ojos de Dios
esta unidad nacida del amor a la Virgen, que Dios le ha conferido un
poder irresistible. Pues, si sólo a un alma le vienen tan grandes
gracias por este camino real de la devoción a la madre de Dios, ¿qué no
ha de recibir toda una organización que persevera en oración con María (Hch
1,14), con Aquella que todo lo ha recibido de Dios? Participando- como
participa- con Ella de un mismo espíritu, y entrando tan de lleno por
Ella en el plan divino sobre la distribución de las gracias, ¿cómo no ha
de estar dicha organización repleta del Espíritu Santo? (Hch 2,4), ¿cómo
no va a ser instrumento de muchos prodigios y señales? (Hch 2,43).
“Orando en medio de los Apóstoles, y amándolos fervorosamente con su
corazón maternal, la Virgen hace bajar al Cenáculo ese tesoro que, en
adelante, enriquecerá siempre a la Iglesia: la plenitud del Paráclito,
la Dádiva suprema de Cristo” (JS).
6. ¡Si María fuese conocida!
Al sacerdote, que lucha casi desesperadamente en un mar de indiferencia
religiosa, le recomendamos que lea las siguientes palabras del padre
Fáber, entresacadas de su introducción a La Verdadera Devoción a María,
de San Luis Ma. De montfort, fuente perenne de inspiración para la
Legión; porque le darán pie para reflexionar en lo útil que le puede ser
la Legión. Prueba el mencionado padre Fáber que la triste condición de
las almas es efecto de no conocer ni amar bastante a María: “La devoción
que le tenemos es limitada, mezquina y pobre; no tiene confianza en sí
misma. Por eso no se ama a Jesús, ni se convierten los herejes, ni se
ensalza a la Iglesia.
Almas que podrían ser santas, se marchitan y mueren; no se frecuentan
los sacramentos como es debido, ni se evangeliza con entusiasmo y
fervor. Jesús está oscurecido porque María ha quedado en la penumbra.
Miles de almas perecen porque impedimos que se acerque a ellas María. Y
la causa de todas estas funestísimas desgracias, omisiones y
desfallecimientos es esta miserable e indigna caricatura que tenemos la
osadía de llamar “nuestra devoción a la Santísima Virgen”. Si hemos de
dar fe a las revelaciones de los santos, Dios nos está urgiendo a que
tengamos a su bendita Madre una devoción más profunda, más amplia, más
robusta; una devoción muy otra de la que hemos tenido hasta el presente…
Pruébelo cada uno por sí mismo, y quedará atónito al ver las gracias que
trae consigo esta devoción nueva: se obrará en su alma tal
transformación, que no le dejará mucho tiempo en la duda de su gran
eficacia- insospechada antes- como medio de poner a los hombres en el
camino de su salvación y preparar el advenimiento del Reinado de
Cristo”.
A la Virgen poderosa le es dado aplastar la cabeza de la serpiente
infernal; a las almas unidas a Ella, vencer al pecado.
En esto hemos de poner una fe inquebrantable y una esperanza firme.
Dios está dispuesto a dárnoslo todo; luego todo depende de nosotros. ¡Y
de ti, Madre de Dios! ¡Tú lo recibes todo, y lo atesoras, para hacerlo
llegar hasta nosotros! Sí, todo depende de que se unan los hombres con
Aquella que todo lo recibe de Dios” (Gratry).
7. Manifestar a María al mundo
Si de tantos prodigios es instrumento la devoción a María, el principal
empeño tendrá que consistir en aplicar este instrumento, para manifestar
a María al mundo. La Legión está constituida por seglares, y, por lo
tanto, es ilimitada en cuanto al número de socios, y capaz de abrirse
camino en todas partes; por seglares apóstoles que aman a María con
todas sus fuerzas y que quieren encender este mismo amor en los demás
corazones, utilizando, para conseguirlo, los múltiples recursos a su
alcance. ¿Quién duda, entonces, de que la Legión es la organización
llamada a realizar tan grande empresa?
La Legión lleva con indecible orgullo el bendito nombre de María; como
organización tiene sus más hondos cimientos en una confianza filial,
ilimitada, en María; y da solidez a esos cimientos mediante la
implantación de esta confianza en el corazón de cada uno de sus
miembros; y se sirve luego de éstos como de otros tantos instrumentos,
dotados de perfecta armonía, lealtad y disciplina. Esta Legión de María
no considera presunción, sino justa medida de confianza , el creer que
su organización constituye- por decirlo así- un mecanismo apostólico que
sólo requiere la dirección de la Autoridad para conquistar al mundo
entero, y ser, en manos de María, un órgano destinado por Ella a ejercer
su función de Madre de las almas, y perpetuar su eterna misión de
aplastar la cabeza de la Serpiente.
El que cumple la voluntad de mi Padre del Cielo, es hermano mío y
hermana y madre (Mc 3,35). “¡Oh poder de la virtud! ¡A qué alturas no
eleva a los que la practican! En el transcurso de los siglos, ¡cuantas
mujeres han envidiado la dicha de la benditísima Virgen! ¡Cuántas han
dicho que, a cambio de merecer la gracia de tan gloriosa maternidad,
hubieran sacrificado todo, todo! Y, sin embargo, ¿qué les impide a ellas
participar en esa misma maternidad? Aquí el Evangelio habla de un nuevo
parentesco” (San Juan Crisóstomo).

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